/Una noche en la rivera del Atuel

Una noche en la rivera del Atuel

Se podría decir que las noches de verano son cordiales, como esa gente que uno desea visitar. Viviendo cerca de la montaña, luego de un día de pesado calor, el aire fresco descomprime e invita a salir. El gran defecto es que son cortas, el sol las interrumpe cuando uno recién está empezando.

Adriana y sus amigos decidieron hacer algo diferente esa noche, tenían el auto prestado del hermano de Mauro, una heladera repleta de bebidas frescas y un compilado de música berreta y bailable que preparó Lorena para la ocasión.

Salieron a la ruta con la idea de un destino que les habían comentado días antes, luego de unos 20 minutos de viaje cambiaron el camino asfaltado por uno empedrado, preparado para costear un canal.

Sobre los flancos grandes matorrales habían crecido con la lluvia, de un lado el agua corría por el canal de cemento de un par de metros de ancho, del otro el camino angosto denotaba peligro si uno transitaba con gran velocidad, ambos seguían unos cuantos kilómetros adentrándose en los campos.

Más adelante una tranquera metálica impedía el paso, un tímido cartel que advertía que era propiedad de la entidad encargada del control de aguas y que estaba prohibido el ingreso. Resultaba un tanto irónico porque no había pasador ni candado que consiguiera físicamente frenarlos.

Pasaron, cerraron aparentando que nadie había pasado por allí y siguieron unos 10 minutos más, casi una hora de viaje había pasado desapercibida entre tragos y carcajadas. Hasta que llegaron a una explanada que se asimilaba al presunto destino.

El mismo era justo antes de que el rio fuera encauzado, allí corría libremente por debajo de un gran puente ferroviario abandonado y formaba un pequeño remanso. Lejos de las luces de la ciudad, el cielo, no completamente abierto, parecía poder ser tocado con la punta de los dedos.

Bajaron del auto, eran un total de seis, aunque la misma cantidad de mujeres y hombres, sólo dos eran pareja. Bajaron la bebida, prendieron las luces del auto y abrieron las puertas para que la música se escuchara lo más fuerte posible.

Durante casi una hora improvisaron ridículas coreografías, cantaron a viva voz, bebieron lento pero constante y no pararon de reír. Sabiendo que las baterías no son mágicas, y para no correr riesgo de tener que empujar o peor quedar varados en el medio de la nada, apagaron el estéreo.

Era momento de un descanso, seguir tomando, recargar energías, contar historias de terror e ir al baño. Sentados en ronda por casi una hora más, la noche era casi mágica.

El agua corría fresca, era tentadora y las chicas decidieron mojarse las piernas. Lorena, más atrevida, casi llego al medio de la corriente, no era peligroso considerando que el agua con suerte le llegaba cerca de las rodillas.

Estaba inmóvil mirando la otra orilla, se la podía ver agitada, temblando, pero sin mover un sólo musculo no pronunciaba palabra.

– Lore ¿qué te pasa? ¡Salí de ahí! – le gritó Adriana pensando que era otra de sus artistadas.

– Hay algo ahí – dijo casi balbuceando y aún sin poder moverse.

– ¡Seguro ya estás borracha! – sentenció nuevamente Adriana, revoleando los ojos.

Pero Lorena no se movía, los varones se pararon y se acercaron a la orilla, intentando ver que había del otro lado. Las cortaderas altas y tupidas, que se movían al compás del viendo hasta hacía unos instantes, eran agitadas por algún animal.

Mauro se metió al agua, agarró a Lorena del brazo, sacándola de su estupor, y la llevó de la mano a la orilla. Inconscientemente terminaron todos juntos, casi pegados, intentando dilucidar que animal podría estar allí.

Unos ojos brillantes, amarillos, tal vez felinos se vieron por un instante. Supusieron que tal vez era un “león” como le dice la gente de campo a los pequeños pumas de la zona, pero el alarido que pego distaba mucho de un rugido.

Entre grito y graznido, estruendoso y rápido, fue lo que escucharon justo antes de que una bestia de tamaño un poco mayor que un perro grande saliera agazapada de las malezas. Se notaba que tenía pelo, ya que estaba erizado de manera irregular, patas grandes cual garras y una cabeza considerablemente grande en proporción al cuerpo.

Por el tamaño no podía ser un simple canino, por los colmillos tampoco, y por los alaridos menos. El pelaje entre gris metálico y negro, desprendía cierto brillo con la poca luz de luna que había esa noche.

Comenzó a acercarse, a rodear la costa, visiblemente ansioso y cada vez más furioso puso una pata en el agua. En ese momento uno de los chicos reaccionó, y corrió hacia el auto llamando al resto, que despabilándose entre sí también comenzaron a huir mientras la bestia ya tenía sus cuatro miembros en el agua y cada vez más rápido, saltando y esquivando la corriente se disponía a comenzar su cacería.

El auto comenzó a moverse mientras las últimas dos chicas subían como podían a la parte de atrás, cerraron las puertas cuando el animal estaba a escasos dos metros destruyendo la conservadora  que ni habían atinado a agarrar.

Los nervios y la velocidad hacían vertiginoso el camino pegado al canal, los del asiento de atrás, de rodillas miraban hacia atrás y los costados buscando señales del animal, gritaban desaforadamente ante cada salto que pegaba intentando acercarse, cada vez que veían los ojos brillar entre el polvo que levantaba el auto al acelerar.

Llegaron a la tranquera metálica, no había mucho tiempo para pensar:

– Mauro bájate con el matafuego y revoléaselo si aparece, cúbrime que yo abro – dijo Javier mientras se bajaba corriendo.

El bicho todavía no daba señales, pero no perdían tiempo, Javier abrió  y mientras iba pasando el vehículo, vio al animal acercarse agitado, pero seguía igual de furioso.  Mauro dejó salir el polvo blanco del extintor, asustando al animal. Patearon la tranquera para que se cerrara un poco mientras corrieron de nuevo al auto.

Sintieron los gritos de la bestia cada vez más lejos cortando la noche. El camino de vuelta a la ruta se hacía interminable, miraban para todos lados buscando rastros. A lo lejos luces de otros vehículos comenzaban a aparecer, y en el horizonte los primeros tintes de luz avanzaban sobre el cielo pintando de naranja el azul cobalto de esa noche.

Esta historia llego a mí a través de un lector, fue una experiencia que nunca compartió con nadie, por eso preservo su identidad. Si querés que comparta tu historia, le de vida para el Mendo, escribíme a mi Facebook.