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¡Como envidio la maravillosa vida de perros!

Si pudieran verme en este momento…Parezco hippie: tirada en el pasto del parque, con mate, el perro revolcándose alrededor mío, mientras yo escribo en un cuaderno y me detengo a mirar la montaña, los árboles. Una hippie total (es más, ayer no me bañé, así que doy con la pinta).

Lo que nadie sabe es cómo hice para venir con el Negro hasta acá (pueden conocerlo en Cruela de Ville y el Negro).

¡Tan bien se ven las minitas paseando sus “minitoys” o esos perros blanquitos, roluditos, chilloncitos! ¡Qué top salir a pasear tu perro!

Ahora, yo…Si pudiera abstraerme de la escena y ver cómo “paseamos” con mi mascota…

Con una facilidad, simpleza y fuerza, el Negro me arrastra, cruza las calles cuando pasan autos y yo detrás, clavando las pezuñas en el piso para que no tire, para que no nos atropellen, para que me haga caso, ¡¡¡para no pasar taaaanta vergüenza!!!

Solo me quedo con la tranquilidad de que a varias personas que van al trabajo les alegramos el día. Se me deben re-cagar de la risa.

El paseo del Negro comienza en casa, sacando de la puertita del mueble, la correa. Con tan solo verla, su cuerpo expresa una exaltación volcánica inimaginable. Salta, salta, salta, solo que no es una pequeña langosta. Salta sobre las sillas, sobre las paredes, rasguña la puerta, toda una fiesta de arañazos. Logro ponerle la correa, luego de un vaivén de amagues, forcejeos y “¡¡sentate, sentate!!”.

Abro la puerta de la calle y el mundo aparece para mi perro. Comienza el viaje, la aventura de 50 minutos de caminata hasta el parque.

Creo que nunca hay tantos perros callejeros como cuando me dispongo a llevar al Negro de paseo. Somos como un imán, todos nos ladran, nos persiguen. Y ahí voy yo, juntando coraje para separarlos. Porque mi querida mascota es grande (a pesar de ser un cachorro aún), tiene un gran porte, asusta de verlo ladrar. Pero en realidad es un niño que quiere jugar. Desconoce que no todos los perritos del camino nos hacen “fiesta”. “No, mi negro, la mayoría desea vernos descuartizados a ambos en el piso”.

Así vamos, caminando, frenando, cagando las veredas, huyendo de perros, esquivando autos.

Ni bien llegamos al parque, rompo las reglas y le quito la correa. Que corra, que sea libre, que se meta en las acequias, que ladre, coma pasto, se revuelque…¡que juegue!

Tiene toda la semana para estar encerrado, caminando en el cemento, respirando el aire tóxico de la ciudad, haciendo cosas que lo estresan.

Ahí lo veo, tan contento, tan auténtico, tan feliz. Y yo tirada en el pasto, tomando mates, mirando la montaña, respirando aire puro.

Entonces me doy cuenta, siempre creí que era yo quien sacaba a pasear al Negro. Pero no, él me saca a mí.

¡Qué buena la vida de perros! ¡Qué bueno es que tenga yo tenga uno!

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