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Yo quiero a mi bandera

Aquella mañana desperté sin la necesidad del despertador, como de costumbre. Como mi mamá no me dejaba quedarme viendo tele hasta la medianoche, no me quedaba otra que levantarme a las siete de la mañana para ver un nuevo capítulo de Dragon Ball Z. ¿Esperar hasta la repetición del mediodía o de la tarde? ¡Ni loco! En mi grado eran varios los que se levantaban temprano para ver un nuevo episodio y en los recreos siempre terminaban por contarnos lo qué pasaba. ¡Odiaba eso! Mientras prendía la tele y buscaba el Magic Kids, podía escuchar que el resto de mi familia comenzaba a levantarse.

En el primer corte aproveché para ponerme el uniforme rápidamente y en el segundo me preparé una chocolatada calentita, la cual acompañe con un par de pedacitos de bizcochuelo marmolado que mi vieja había hecho la tarde anterior. Mientras desayunaba, escuchaba sus gritos tratando de levantar a mi hermano menor. El muy guacho hacía que mi vieja lo vistiera, y cuando ella se descuidaba se volvía a acostar con el uniforme ya puesto.

Mientras mis viejos me apuraban para salir de casa, yo veía los últimos minutos del episodio del animé que tanto me gustaba. En aquel capítulo, Cell había absorbido al Androide 18 y la cosa se ponía peluda para Gokú y sus amigos. Apenas terminó el programa, me aseguré de guardar el álbum de figuritas en la mochila y de poner el toquito de figuritas repetidas en uno de los bolsillos de mi campera. Mi mamá se había olvidado de comprarnos algo para la merienda, por lo que nos había dado dos pesos a cada uno para que fuéramos al kiosco de la escuela. Yo festejaba por dentro, porque sabía que me iba a poder ahorrar esa plata para comprar algunos paquetes de figuritas a la salida de la escuela.

En el camino a la escuela, mi hermano se había vuelto a dormir. Esta vez, se estaba apoyando sobre mi hombro y me estaba baboseando la campera. Después de pegarle un codazo para que se despertara, mi mamá nos abrió la puerta para bajarnos del auto. Como todas las mañanas, la entrada a la escuela era un caos. Autos en triple fila, chicos corriendo de aquí para allá, bocinas retumbando, madres desesperadas…

Sorpresivamente, aquella mañana habíamos llegado antes que tocara el timbre. En el hall de la escuela, mientras iba a mi curso, me había encontrado con el Tincho. Martín era uno de mis mejores amigos y, al igual que yo, había ido a la escuela sin terminar el práctico de Naturales. Nos pusimos de acuerdo en que apenas entráramos al curso, íbamos a pedírselo al Seba para copiárselo rápidamente antes de que llegara la señorita.

Apenas dejé mi mochila sobre el banco que compartía con el Tincho, sonó el timbre. Uno a uno, mis compañeros comenzaban a salir al patio para el izamiento de la bandera. Martín y yo éramos de los más altos del grado, por lo que siempre estábamos al final de la fila. A los de adelante siempre los retaban por no llevar el uniforme o por charlar mientras la directora nos hablaba antes de izar la bandera, en cambio a nosotros nunca nos decían nada porque estábamos bien al fondo y ni se daban cuenta.

En mi escuela había muchísimos cursos en el turno mañana. Cada año tenía dos, y hasta tres divisiones. Para izar la bandera, pasaban dos chicos del curso al que le tocaba ese día. Por lo general, las pocas veces que había sido turno de mi división, la señorita había mandado a un par de chicos de los que estaban más adelante. La mañana anterior le había tocado al A, por lo que yo sabía que esta vez era turno del B, división a lo que yo iba. Yo siempre mantuve la ilusión de pasar a izar la bandera, me parecía un honor a pesar de que muchos chicos lo tomaban como una boludez sin sentido.

Mientras la directora terminaba de darnos los buenos días, vi que nuestra seño se acercó hacia donde estábamos nosotros. Con Martín pensamos que nos iba a retar porque estábamos intercambiando figuritas por lo bajo, pero en realidad había venido a pedirnos que fuéramos nosotros los que pasáramos a izar la bandera. Con el Tincho nos miramos, guardamos las figuritas y nos separamos de la fila. Mientras el envidioso del gordo Sánchez nos miraba de reojo, yo acomodaba mi corbata y me aseguraba que mi camisa estuviera dentro del pantalón.

Una vez que la directora diera la indicación de que pasaran a izar la bandera los chicos elegidos del 6°B, en los parlantes de la escuela comenzó a sonar Aurora. Nuestra aula era una de las que estaba más alejada del podio donde se encontraba el mástil, por lo que la caminata se nos hizo un poco larga. El viento frío nos pegaba en la cara mientras el sol comenzaba a anunciar su salida. Yo no podía ocultar mis nervios, era un momento importante para mí.

Cuando llegamos al podio, uno de los secretarios nos estaba esperando con la bandera argentina entre sus manos. El tipo siempre me había parecido muy raro, y yo no era el único que lo pensaba. De todas maneras, en ese momento no le di importancia. Mientras el secretario ataba la bandera al mástil, con Martín nos pusimos de acuerdo. Él iba a izar la bandera hasta la mitad y luego yo me iba a encargar de que llegara hasta la punta del mástil.

La espera se me hizo eterna. Para colmo el Tincho se tomaba su tiempo en hacer su parte, mientas Aurora llegaba a su fin. Cuando me pareció que la bandera había subido hasta la mitad, pisé su zapato derecho para advertirle que no se hiciera el vivo. Al parecer se asustó por lo que hice, ya que casi suelta la manija que hacia elevar la bandera. Me miró y entendió el mensaje. Una vez que tomé el mando, me tomé mi tiempo. Disfrutaba ver llegar a la bandera a la cima del mástil. Su flameo me parecía perfecto aquella mañana y me sentía orgulloso del trabajo que había hecho.

Luego de colocarle el seguro a la manija del mástil y quedarme tranquilo de que la bandera no fuera a caerse cuando la soltara, emprendimos nuestro viaje de regreso a la fila. Era una caminata triunfal, como si le hubiéramos ganado la final del mundial a Francia en su casa. Con la frente en alto me volví a ubicar al final de la fila mientras pensaba en lo que le contaría a mis viejos cuando llegara a casa ese día: “¡A que no saben! Hoy finalmente pasé a la bandera.”

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