Siento tibio y frío, debo haberme quedado dormida para ir a trabajar ¿Es la mañana? ¿O todavía es de noche? No lo sé, deberé abrir los ojos para averiguarlo, cuesta tanto, creo que no puedo, me concentro para lograrlo, me cuesta horrores.
Blanco y más blanco, mi habitación es verde claro ¿qué está pasando? No es mi casa, ni la de mi madre, que está ahí durmiendo en una silla. Quisiera llamarla pero no puedo, realmente no puedo, ni siquiera moverme, ni hablar, nada, estoy presa dentro mío.
Un dolor punzante viene del pecho, como si una espada ardiendo me atravesara y quemara, pero pasa, sigo respirando, trato de tranquilizarme y pensar porque estoy ahí.
Recuerdo mi casa, salir tarde, más todavía por detenerme a desayunar, era viernes…viernes, me correspondía ir a la sucursal de distrito, una media hora por la ruta. Pongo el maletín en el auto, cierro la puerta ¿Falta algo? Sí, me demoré, más aún, cargando combustible, después la ruta y nada…no ya no recuerdo nada.
¡Algo terrible ha pasado! Esto es un hospital, la desesperación se multiplica con la imposibilidad de moverme ¡oh por Dios! Pasé a buscar a Daniela, necesito saber si está bien, quiero gritar y despertar a mi mamá pero no puedo mover los labios, mando la orden, los siento pero no pasa nada.
Nuevamente el dolor atraviesa mi pecho, el calor se hace intenso me quema, mientras se congelan mis extremidades, esa sensación helada contrasta con el fuego de mi pecho, hasta que lo derrota y avanza lentamente, siento los dedos congelados, no…ya no los siento.
Miro la esquina de la habitación y se ha puesto negra, cientos de puntos se agolpan, ¿aparecen? Si, aparecen más y más, el frió llegó a mis piernas, ya no las siento.
El negro avanza sobre la pared, aparecen más manchas, los puntos se multiplican y el frio llega a la parte inferior de mi estómago que parece desvanecerse.
Un enjambre de puntos negros se posa sobre la ventana, tapa el sol y oscurece aún más la habitación, siento calor en mi mano, alguien la ha tomado, es mi mamá, se mueve desesperada pero no la escucho, el frió llegó a mis oídos y ya creo que no existen.
Las manchas se tocan, se juntan, aumentan y se potencian, absorben la habitación, y ¿Mi pecho? No está, ni el fuego que lo quemaba, suben las primeras pintitas a mi cama, la cubren, despacio y se me hiela el cuello, creo que ya no está, se me escapa el aire.
Me resisto a perder el calor de las manos, el ajeno que las envolvía con ternura también, pero se va, o tal vez yo me fuí, intento verlo pero no puedo, no siento los ojos, la oscuridad se ha expandido por toda la habitación, por mí, todo negro…
Impresionante. Me encantó!