/Tríptico

Tríptico

Ves cosas y dices,»¿Por qué?» Pero yo sueño cosas que nunca fueron y digo, «¿Por qué no?».
George Bernard Shaw

El Big Bang en las venas del mono

Una chispa casual e inocente se estremece en el río de sangre que corre por las venas. Se apaga como un pábilo con los fantasmas del viento.

Luego de uno, dos, tres, cuatro chispazos fútiles, la ignición persevera.  El último de ellos se enciende temblando como en un Nirvana.

La chispa nueva soporta la presión del flujo sanguíneo mientras va tomando fuerzas, mientras aprende a respirar bajo un líquido, mientras crece. Cuando se considera lo suficientemente contundente se deja llevar por la corriente enloquecida. Viaja a la velocidad de la luz, dejándose arrastrar con los ojos cerrados y el vértigo mordiéndole el estómago desde adentro.

Cuando arriba al cerebro hay una explosión colosal que surge desde la nada y el mono tiene un pensamiento por primera vez en su existencia.

-Estoy vivo-

Se mira las manos y se deleita al ver que estas se abren y se cierran bajo su mandato consciente. Entonces, en un acto de arrojo, sale de su círculo de comodidad, y se baja del árbol que lo aloja desde su nacimiento.

Pisa la tierra húmeda.

Sus dedos se hunden en ella.

Unos gusanos gritan de terror al pensar que es el Apocalipsis.

El mono modifica su postura,  levanta la cabeza y se va caminando erguido hacia el poniente, preguntándose qué vendrá después.

Chancho de acero

El Chancho de acero es indestructible en la batalla y en el amor;  fuerte como Júpiter y mañoso como un niño que recién se despierta.

El Chancho de acero tiene dientes de acero, testículos de acero y ojos de acero lagañoso.

Es feroz como un huno que lame la sangre derramada en una guerra de juguete.

Parece un Zepelín alemán de la Primera Guerra Mundial.

El  Chancho de acero es tan pesado que no puede moverse, no puede dar un paso porque no soporta el peso de  su propio cuerpo.

Está ahí  quietito, parpadeando y  mirando como pasan las cosas a  su alrededor.

El muerto se fue de parranda

El féretro estaba vacío, las velas se consumían y las coronas de flores se deshojaban.

El muerto no estaba en el cajón, se había ido de parranda.

Sus deudos, preocupados, lo fueron a buscar.  El rastro de su huida estaba marcado por el desorden de un lupanar en día feriado.

Sus allegados siguieron las botellas de ron, de vodka, de aguardiente, de absenta y de láudano; cuando estas se acabaron  siguieron las tucas y las lapiceras huecas impregnadas de cocaína; luego lo rastrearon por otros indicios: bragas perfumadas de mujeres perfumadas que no sabían que practicaban necrofilia y quedaron satisfechas como nunca en su vida.

Al final lo encontraron desfallecido de cansancio, lo levantaron, le sacudieron el polvo, le lavaron el vómito nocturno y los pecados ulteriores  y siguieron con el velorio.

El muerto, ya en su ataúd, tenía una sonrisa sincera.

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