Aviso Clasificado
Se sabe cuan poco dura en la mujer la ardiente llama del amor,
cuando la mirada y la mano, no son capaces de avivarla de continuo.
«La divina comedia» Dante Alighieri
Miraba al horizonte cortito que le ofrecía la ventana de su cocina. Se prendió un cigarrillo, el décimo desde que se había levantado, cinco horas antes.
No tenía esperanzas, ni un poco; se la pasaba buscando trabajo pero no conseguía nada. Hacía tres meses que buscaba. Esperaba que llegara el diario y luego lo leía tomando un café. Lo último que hojeaba eran los clasificados, la sección de empleos pedidos. Ninguno de los trabajos ofrecidos lo convencía. Entonces, uno en particular, llamó su atención. Decía lisa y llanamente Se busca amante, joven, virtuoso y portentoso, para mujer adulta con un bajo vientre ansioso.
Él no entendió mucho de lo qué decía, pero de todas maneras llamó al número de teléfono que indicaba el anuncio. Después de una larga charla con una voz de mujer adulta, cascosa y necesitada quedó en encontrarse en un hotel al día siguiente.
Se presentó muy bien vestido y con una ansiedad de náufrago. Lo recibió una mujer madura, deseable, de pelo platinado, manos lánguidas, de besos prometedores y caricias prófugas. Tomaron un trago en el bar del hotel, el un gin tónic, ella sólo agua.
Ella le pidió una prueba de sus capacidades amatorias y subieron rumbo a una habitación.
Él no alcanzó a desvestirse, vio todo nublado, no se podía mantener en pie, el mundo giraba a su alrededor. Luego a ensoñación, un dolor en su espalda, soñó con mares de sangre.
Despertó en la cama, estuvo largos minutos tendido boca abajo, mirando la almohada. Le latía el costado derecho de su tórax, se palpó el sito con cautela. Entonces se sorprendió, tenía una cicatriz reciente, que aún tenía los hilos de sutura.
Afuera era de noche, una luz de neón ora amarilla ora naranja iluminaba tenue y fugaz la habitación. Se levantó adolorido.
Sobre la mesa de luz había una nota: Gracias por tu riñón, por cierto no servís para amante.
Carne dura
Para nuestra avaricia, lo mucho es poco,
y para nuestra necesidad, lo poco es mucho.
Séneca
No la soportaba más, Cuidó de ella por poca plata durante años. Deseaba que se muriera todos los días, aunque sabía que si eso pasaba se le acabaría el trabajo, Le curaba las escaras, le limpiaba las heces, le cambiaba el pañal. Se sentaba por horas frente al TV para ver con ella novelas brasileras. Se iba por la noches agotada, sabiendo que debía volver al otro día y se cansaba más.
Llegaba a su morada para hacer empanadas de carne y poder venderlas, su familia era numerosa y sus necesidades exigían.
La anciana siempre la esperaba con quejas, antes que un saludo o que alcanzara a dejar la cartera, pero ese día sólo hubo silencio. Se acercó a la cama y el corazón casi le estalla de felicidad, la vieja que tanto odiaba estaba muerta, era una mujer libre. Había fenecido naturalmente, mientras dormía.
Se sentó a su lado y la miró. Un pensamiento le atravesó las sienes como un relámpago, tantos años de sacrificio por poco dinero. Tantas penurias, tantas manos sucias de mierda ajena por cambiarle los pañales. No era justo que se fuera así, sin dejarle ningún rédito, ni una mísera ganancia.
La idea en un principio la abrumó, era demasiado, pero mientras más lo pensaba más lógico le parecía. Conjeturó que sería un poco dura la carne, pero no le importó.
Buscó entre las cosas de la anciana y sacó una gran valija. No sin esfuerzo consiguió meter en ella al cadáver de la mujer.
La llevó hasta su casa, no había nadie, sus hijos estaban en la escuela y su marido en su trabajo, tenía todo el tiempo que quería. Destazó a la anciana sobre la mesa y pasó los pedazos por una máquina de picar carne. Pensó en sacarle el cabello ralo y los pocos dientes que le quedaban a la vieja, pero por un pudor extraño los dejó.
Hizo el mejor picadillo para el relleno de sus empanadas que había hecho en su vida. Las vendió todas. Eestaba satisfecha y agotada. Se fue a dormir.
En plena madrugada tres golpes fuertes levantaron a la familia, era la policía y tenían pruebas contundentes: una muela de la anciana que azarosamente pasó indemne por la picadora fue el detonante, alguien la encontró y colocó la denuncia.
Bla bla bla
El que almuerza con la soberbia cena con la vergüenza.
«El general en su laberinto» Gabriel García Márquez
Mario hablaba, hablaba mucho. Sabía de todo y más que todos. Hablaba pero no se escuchaba. Mario se jactaba de tener el mejor auto, de vivir en un departamento en el centro, de conocer casi todos los países del mundo, de saber de vinos, de su trabajo tan importante, se vanagloriaba de todo.
Una noche llegó a su hogar. Su asistente de Apple lo saludó con su voz dulce y mecánica -Buenas noches Mario- Él le contestó sin prestarle atención -Buenas noches Siri- La inteligencia artificial le dijo-¿Cómo estuvo tu día?- Entonces Mario, haciendo gala de su arrogancia le contestó.
-Siri, verdaderamente soy el mejor- Entonces Siri, con toda la ironía que le permitían su algoritmos le espetó -Mario medís un metro cincuenta, a eso se debe toda tu vanidad, no sos ni el mejor, tenés una visión sobredimensionada de vos mismo, para compensar tu falta de estatura…-
Mario se sentó en su sillón de mil dólares y se largó a llorar.
Causa y defecto
Demasiado sé yo con qué prodigalidades presta el alma juramentos a la lengua
cuando hierve la sangre.
«Hamlet, príncipe de Dinamarca» William Shakespeare
Todos sentían temor cuando estaban ante la presencia de Lorena, se conocía su mal carácter, su genio irascible, casi homicida. Un gesto, una palabra, un suspiro bastaban para que Lorena estallara.
Y cuando lo hacía era un torbellino de maldad, insultos, rabietas, quejas y reproches sin razón. Toda una caterva emocional envuelta en llantos y llamas.
Lorena se estaba por pintar los labios, por mal llevada no iba a dejar de ser coqueta. Sacó el lápiz labial, un rojo tormentoso, casi gastado. Pasó el color cremoso por sus labios, entonces, quizás por demasiada presión, quizás por la ansiedad, el pintalabios se quebró. Lorena enfureció, se irritó de tal manera que lanzó el lápiz labial con toda su furia.
Éste rebotó en el espejo, que se trizó. El lápiz labial tomó rumbo hacia la pared trasera del baño, pegó en ella y tomó impulso hacia el ventilador de techo. Las aspas de éste le dieron envión hacia abajo a un doble de la velocidad que llevaba y se introdujo en la boca de Lorena.
Ella murió entre estertores convulsos en el suelo del lugar.
La mujer árbol
Mi ambición está limitada por mi pereza.
Charles Bukowski.
Ana estaba en la cama todo el día, veía TV, comía, hablaba por teléfono, usaba las redes sociales, hacía todo en ella. Amaba su lecho, no le importaba otra cosa que estar envuelta en las sábanas que exigían ser cambiadas luego de meses de uso continuo. Estaba sumergida en su propia inmundicia, entre recipientes de comida rápida, paquetes de galletas y colillas.
No se percató de que unas extrañas hebras le estaban saliendo de su carne, Eran unas tiras largas, finas, que crecían buscando algo y se movían tanteando el aire. Le estaban saliendo raíces, éstas crecieron hasta llegar al colchón y se introdujeron en el. Luego siguieron su camino y se afianzaron en el piso. Ana descubrió que por culpa de ellas no se podía mover en su lecho, le era imposible darse vuelta, sólo podía estar mirando hacia arriba
En su cuerpo crecieron más y más raíces y lo único visible que quedó fueron sus ojos.
Pronto Ana fue un árbol, un árbol humano.
El pájaro
“Toda la historia atestigua que la felicidad del hombre, ese pecador hambriento, desde que Eva comió manzanas, depende con mucho de la comida.”
Lord Byron.
Para sacar a Horacio de su habitación tuvieron que ir los bomberos, defensa civil y la policía. Fue una noticia internacional, en todos los canales de televisión del mundo se repetían las imágenes de los trabajadores rompiendo la pared exterior del segundo piso de la casa en donde vivía Horacio. No había otra forma posible de sacarlo del lugar. Fue un trabajo arduo, complejo el de abrir un hoyo en el muro para poder sacar los quinientos kilogramos de peso del hombre.
Él nunca pudo dejar de comer, jamás paró ni un segundo de consumir toda clase de alimentos.
Con una capacidad industriosa superlativa, al fin los operarios pudieron abrir el boquete y enganchar la cama de Horacio a unos arneses. Sólo quedaba sacarlo con cuidado. Para eso estaba dispuesta una grúa que bajaría al infortunado hasta un camión devenido en ambulancia, que lo trasladaría a una clínica para tratarlo de su afección mórbida.
Con mucha cautela comenzaron a bajarlo. La pluma de la grúa se estaba doblando, pero se tenía la certidumbre de que soportaría el peso.
Horacio tenía hambre, en realidad no le importaba el tratamiento que salvaría su vida, sólo quería comer. Tenía un apetito atroz, no soportaba más. Miró hacia todos lados, pero no tenía nada para comer. No le importaba la gente, ni las cámaras de TV, sólo quería comer.
Un pájaro, al parecer un gorrión, nunca se sabrá con certeza no tuvo mejor idea que volar cerca de Horacio, quien sin pensarlo lo engulló de un bocado.
Entonces el brazo de la grúa no soportó el peso añadido y se quebró haciendo un estampido atroz.
Horacio cayó y murió. Los noticieros registraron todo, durante unos minutos Horacio fue noticia y memes. En el corte publicitario siguiente el asunto fue olvidado.
Piel
Pájaro preso, en tus ojos la envidia de los insectos.
Kobayashi Issa.
No había manera, Luciana usó todas las cremas habidas y por haber y no podía conseguir el brillo terso de la piel de su amiga Laura, quien se jactaba de ello, sabía que a Luciana la ofuscaba ese hecho, lo podía adivinar en su mirada penetrante de la otra, sus celos eran evidentes.
Por pura maldad, Laura no dejaba de hablar de que no necesitaba cremas, que podía tomar sol todo el tiempo que quisiera, que los años no le pesaban y Luciana veía que era cierto, que la piel de Laura era parecida a un pétalo de una flor de azahar y no lo soportaba y la sacaba de sus cabales.
Una noche fue demasiado, la piel de Laura brillaba más que la luna llena, sus hombros no tenían una arruga, ni una gota de sudor. Entonces Luciana no aguantó más y le partió la cabeza a Laura con una sartén en la cocina de su casa. Tomó un cuchillo y se puso a trabajar. Con mucho cuidado y esfuerzo cortó la carne de Laura, se dijo a si misma que no debía desperdiciar ni un milímetro.
La policía la encontró al otro día caminando desnuda por la calle, estaba ida, con la razón sometida por la locura. Iba envuelta en la piel sanguinolenta de Laura.
Iba leyendo en línea recta y se me terminó la calle. Empezó otra, que tenía olor a picadillo de carne, curiosamente riquísimo y un hombre de baja estatura me miraba fijo. Corrí y doblé a la derecha, tomando un callejón. El ruido de un espejo que se rompía me asustó y salí corriendo. Me choqué de espaldas con un árbol que, increíblemente tenía ojos y miraba desesperado cómo en la vereda de enfrente un gordo gigante se comía un pájaro. Sin entender nada de lo que pasaba, corrí unos pocos metros más. Recuerdo que una mujer de piel de perla y sangre me sonreía con su cuchillo en la mano.
Esto me pasa cuando leo a Adrián. Gracias por rus letras.