/10 razones para no vivir en la ciudad de Buenos Aires

10 razones para no vivir en la ciudad de Buenos Aires

La Capital Federal de nuestro país es impresionante. Impresiona su extensión y su altura. Tiene monumentos maravillosos (dice Virginia Lagos) y edificios antiguos enormes que te dejan con la boca abierta. Tiene mucha historia, allí pasó de todo y de todo eso hay fotos, pinturas, objetos, y otras pruebas. Da la sensación de que en cualquier esquina, quizás en ese mismo momento, se puede estar haciendo historia: una obra de arte en un galpón de La Boca, una novela fantástica en un café de San Telmo, una revolución en Plaza de Mayo, un trato multimillonario en Puerto Madero. Y todo ello en unas pocas manzanas.

Como habitante del “interior” del país, me mueve varios cordones emocionales pasar por el café donde a veces escribía Cortázar, por las calles que Sábato nombra en sus relatos, visitar el lugar donde se discutían las bases de lo que es hoy nuestro país en la Manzana de las Luces. Ver la Casa Rosada y pensar que tantas personas pasaron por allí, y ver las magníficas obras de arte que ahí se conservan. Ir a ver los restos del General San Martín, custodiados por sus Granaderos y rodeado por otros valientes que pelearon a su lado. Además en mi profesión, estar acá es como para un jugador de Murialdo venir de préstamo un torneo a la Selección, con los grosos de los grosos.

Pero la real realidad es que no viviría ni en pedo en Bs As capital, o Ciudad Autónoma de Bs As (CABA, su nombre cheto). Sobre todo en San Telmo, que es donde me tocó aterrizar. Y éstas son las 10 razones principales:

1- La densidad poblacional: no es muy original vivir en Bs As. Millones de personas ya lo están haciendo. A donde vayas va a estar lleno, y probablemente tengas que hacer cola. Los bares: llenos. Los colectivos/subtes/trenes: llenos. Las casas de comercio: llenas. Las calles: llenas. Las veredas: re-llenas. Una cagada. No podés estar en ningún lado sin sentir que el aire que entra por tu nariz es el que acaba de expulsar otro. Los edificios están tan pegados que difícilmente puedas apreciar la belleza de uno más antiguo por más que te cruces de calle porque son angostas, y si te alejás un poco más ya te lo tapan los otros edificios más feos.

2- La basura: No en todas partes, pero sí en buena medida. Los conteiners de la calle son gigantes y expelen un olor espantoso, cuando los hay, sino, la gente deja sus bolsas a cualquier hora en cualquier lugar. Imaginen que hay 10 o 20 veces más gente que en Mendoza, con la consiguiente producción de basura. Pero los basureros no pasan 10 o 20 veces más. A esto hay que agregar a los “cartoneros” que abren el 90% de las bolsas desparramando todo, le dejan una mugre al recolector que intenta levantar lo más posible con las manos (los he visto a los pobres hombres), pero claro, queda un remanente de basura en las calles y veredas repulsivo de verdad, y un hedor insoportable. Esta foto no es una exageración, se puede ver este paisaje un día cualquiera por San Telmo. Nótense las bolsas abiertas y la basura asomando por los agujeros. Arte, arte, arte.

3- La humedad: será que soy mendocina de pura cepa, pero lo que al principio me maravilló porque mi pelo adquiría volumen y no necesitaba ponerme crema todos los días, pronto se convirtió en una tortura china. Cuando hace calor, la sensación térmica es 10 grados arriba. Sentís que cada poro de tu cuerpo te chorrea, la nuca y la espalda viven húmedas, sobre todo si caminás o bailás o hacés cualquier actividad. No hay sombra que valga: así te pongas debajo de un bosque, el calor es insoportable. ¡Aire acondicionado o muerte! ¿Te bañás con agua helada? El efecto refrescante dura unos 15 minutos. Olvidate de las noches fresquitas, el “por fin el sol está bajando”, ¡una mierda! Acá cuando hace calor, es las 24 hs. ¿La lluviecita refresca? ¡Una mierda! La lluvia te aumenta la humedad el doble y sentís que estás entrando en un sauna del que no zafás en ninguna parte. No sólo no necesitás ponerte crema, sino que NO PODÉS ponerte crema sin convertirte en una lámpara de aceite.

4- Las lluvias: Son Señoras Lluvias. Te mojás hasta el alma, el paraguas sólo te sirve para la cara y los hombros, de la cintura para abajo terminás empapado, y eso si algún viento no te hace mierda el paraguas como me pasó a mí. Si está nublado, mejor llevate una mudita de ropa porque adonde llegues vas a necesitar cambiarte, mudita que incluye calzado, por supuesto. Si se anega alguna calle, que Dios te proteja de las porquerías que estás pisando, porque la basura te rodea que es un lindor de alegría. Encima para que se te seque algo tenés que hacer la “danza del zonda”, nunca escuchada por las deidades bonaerenses. En CABA el paraguas es casi tan necesario como la bombacha.

5- Los locos: como en toda gran ciudad, los locos abundan. Los podés ver hablando solos, gritándole a las estatuas, durmiendo en las plazas, mangueando en los subtes, buscando qué comer en la basura, o esperando algún contacto visual para descargar su mambo en la pobre persona que se dignó a mirarlo a los ojos. A veces no tienen pinta de locos, lo que te confunde más, como la chica que me increpó en un colectivo después de querer colarse por la puerta de atrás diciendo que yo era una ridícula y que me tenía que bajar yo también, y después al chofer diciéndole que era discapacitada porque tenía 29 operaciones, por eso no podía subir por adelante. Después de que la obligaron a bajar amagó con tirarse delante del bondi. ¡Qué rayada!

6- El horario corrido: Uno llega de trabajar, se echa un rato a descansar (sin dormir porque en Bs As no se duerme la siesta), se baña se cambia y está listo para salir a dar una vuelta y despejarse, tipo siete de la tarde: ¡ni en pedo! A esa hora cierran y casi no hay gente en la calle, lo que te convierte en presa fácil de los pungas y los loquitos. Ni sueñen hacer la tontería que hice yo, de conformarme con comprar un helado en barquillo y volver comiéndomelo en la vía pública: ¡qué no me dijeron! Si hubiera ido con un pene de goma en la mano la pasaba mejor. Encima mientras más cosas me decían más rápido caminaba y más se me derretía el helado y más lo tenía que lamer para que no se me cayera todo en la mano. Y más cosas me decían. Un horror. Nunca más como un helado en la vía pública de la Capital Federal. Aguante la parquedad mendocina. 7 de la tarde: ni el gato.

7- El tránsito: digan lo que quieran, pero nunca me sentí más desprotegida como peatón que en las calles porteñas. Aunque tengas el semáforo en verde todos los autos quieren doblar y si pensás que te van a dar paso, vas muerto. Ahora, si les das paso, podés tranquilamente perder 3 semáforos antes de que un alma caritativa te haga señas de avanzar. Acá todos quieren ir primero, así que tenés que tener reflejos y agresividad en tus movimientos, te mandás y que se frene o vaya a la cárcel (y vos a tocar el arpa). Si lo agarran. Capítulo aparte para los choferes de bondi que son unos malditos y a propósito buscan que la gente se caiga, haciendo uso y abuso de la ley de la inercia. Uno puede pensar que son ineptos, y que manejan un micro como si estuvieran solos en un fiat 600, acelerando y frenando unas 4-5 veces antes de llegar a cada esquina, pero no, tanta inutilidad junta no puede ser arte de la casualidad. Yo creo que es maldad pura y dura. Ni hablemos de los taxistas que deben usar autos que tienen la capacidad de estrecharse, porque pasan por lugarcitos por donde no caben y no chocan gracias a que su auto se achica (o la calle se ensancha como un chicle, no sé).

8- La gente: aunque personalmente me topé (topar es un verbo que no existe para el porteño) con gente muy buena onda, en las calles la expresión general es la de culo. Los empleados de comercio te hablan como haciéndote un favor y son gritones, lo que cae un poco como el orto. Si alguien te deja pasar y le decís “gracias”, se quedan boquiabiertos. Ni hablar de los chinos que tienen mercados, además de que no pasan una escoba ni en pedo (el Átomo es una usina de pulcritud en comparación) y cobran carísimo, te atienden para la mismísima mierda y hablan entre ellos en chino mientras te cobran, como despellejándote en tu cara. Prefiero mil veces comprar en un mercado boliviano que es más limpio y tienen mejor cara. Ahora, con el calor, la humedad, la cantidad de loquitos sueltos y el amontonamiento que sufre esta pobre gente, ¿quién los culpa de andar con cara de lunes toda la semana? Otro tanto son las tribus urbanas: más allá de las diferencias entre hippies, punks, neonazis, hipsters, murgueros, etc; pareciera que el estar en pedo o viajados es el summum de todas estas “culturas”. Así, por las noches, el aventurero turista o ciudadano se cruza con una o más de estas agrupaciones y los aromas a alcohol agrio, a porro y a chivo; y por las mañanas debe esquivar los residuos de los rituales como botellas, forros, papelitos de colores, restos de comida, y a veces también soretes y meadas.

9- Las vereditas: en gran parte de CABA las veredas no miden más de 1,5 metros. Veredas que además deben hacer un lugar a los carteles, los semáforos y los basureros, que son tan pequeños que por su abertura no entra una bolsa promedio (de las de supermercado), pero sí residuos sueltos, además colocados con tan buena puntería que dichas aberturas están a la altura de la cara o del pecho y el transeúnte se fuma invariablemente lo que allí fermenta. Además el porteño no es de pensar en el prójimo y no conecta una manguerita para el desagüe de sus aires acondicionados, esto es particularmente hermoso y poético porque mientras uno esquiva las baldosas rotas y la gente que sale de sus casas o a la que viene de frente, muchas gotitas de agua van cayendo graciosamente sobre la cabeza y el cuerpo, gotitas que caen de los 20 aires acondicionados promedio que hay en un edificio de 20 pisos… y lo mejor es que uno ruega que el agua que nos acaba de caer en la cara sea efectivamente  de algún aire acondicionado y no alguna escupida o pis o vómito de alguien que se asomó por la ventana.

10- La globalización: uno pensaría, o yo pensaba, que en la Capital Federal de nuestro país iba a poder experimentar tomarme un cafecito como se debe en cualquier esquina, con un mozo de camisa y moñito de manos gruesas y pelo blanco, de esos que te traen 10 platos en un brazo y recuerdan 25 pedidos sin necesidad de anotar. Pensé que iban a seguir en pie las boticas de hace 100 años en edificios antiguos y llenos de frasquitos de colores con tisanas, linimentos, menjunjes, cataplasmas y Vick-VapoRub. Pero nada más lejos de la decepcionante realidad. Hay obligatoriamente cada dos manzanas un Farmacity (que también vende sánguches, yogures y ensaladas), un Starbucks (generalmente en un edificio antiguo), un Mc Donalds o Burguer King o ambos, y un mercadito chino de los antes mencionados. La mayoría de los bares no distan mucho de cualquiera que haya en la Arístides. Ni hablar de los Shoppings: me metí a dos y no encontré ninguna diferencia con cualquier shopping de Mendoza: las mismas casas con los mismos carteles y los mismos precios. ¿Qué está pasando, que ni en pleno corazón de la Argentina queda gente que intente conservar un poquito de nuestra cultura? Viene un turista y se muere del aburrimiento, ya casi no hay lugares que diferencien a la Argentina de otra parte del mundo. El Starbucks que está en lo que fue la primera sede del banco de la ciudad de Bs As, el edificio Otto Wulf, es como una patada en el hígado.

En resumen: si vas a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, tratá de ir sólo de turista y de alojarte en Palermo o Recoleta, si te da el cuero. Si salís de noche hacelo en grupo, de preferencia con Facsf de un lado y El Gurkha del otro. Y si vas a ir a plaza Dorrego, no mirés el piso y no respires profundo. Y llevate un Alikal para digerir la cantidad de eses que vas a escuchar.

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