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El mendocino no está acostumbrado a la lluvia

Madrugada… suena el despertador, hora de ir a trabajar. Caminas mareado hacia el baño, cansado y con frío… ¿frío en febrero? ¿Qué está pasando? Miras por la ventanita del baño y ves el cielo gris, lluvia. “¡Qué bueno una lluviecita en Mendoza!” es lo primero que pensas. Te configuras el rostro con agua y un peine y salis a desayunar, prendes el noticiero y te enteras de que desde la madrugada está lloviendo torrencialmente.

Vas derecho a esa habitación que sabés que tenes goteras y arranca tu odisea. Techo húmedo, pared chorreando, piso mojado… “¿Por qué no cambie las membranas cuando me lo recomendaron en diciembre la putísima madre?” es lo primero que pensas, lo segundo es llamar a tu jermu para que te ayude a limpiar el kilombo. Arrancamos la mañana para atrás.

Miras el auto, parece que viene del Dakar. Cuesta que arranque, te vas para el laburo. Tenes todas las ventanillas empañadas, prendes el limpiaparabrisas en nivel Dios y el desempañador… nada, todo húmedo. Prendes la calefacción y abrís la ventanilla para refrescar el ambiente, de pronto pasa un bondi a ochocientos kilómetros por hora levantando un tsunami a su paso, el cual impacta contra tu bólido e introduce galones infinitos de agua por la ventanilla. Chau camisa, chau pantalón… chau celular.

Regresas a tu casa puteando a diez motores, te cambias en dos segundo y volves a subirte al escracho de tu auto… no para de llover. Salis al palo, sin darte cuenta que por donde vas no hay nadie… ¿y porque no hay nadie? Porque vas manejando por un río, ¿vivimos en Venecia acaso? No, esto es Mendoza. De pronto el auto hace una maniobra solo… “¡¡¡está embrujada mi dirección Dios!!!” No papu… es el agua que te está llevando la tutuca. Tu velero flota y se estanca contra un cordón, impactando contra un Dodge del 74. Se te cae el paragolpes el cual es llevado río abajo, lo ves partir con tristeza. El Dodge no tiene ni un rasguño. El auto no arranca. Sentis los pies húmedos, miras hacia abajo y si… el agua se te está metiendo por la puerta. Te bajas desesperado. Muy plácidamente en la vereda hay dos pibitos. Tenes que subir el auto a la vereda… les pedís ayuda. “Si amiooo copate con una moneda”. No lo podes creer, los vagos no arrancan hasta que no sacas la billetera. No tenes moneda. El billete más chico es de 50. “Chicos no tengo monendas”. “No hay moneda, no hay remolque” te contesta el más grandote con cara de pocos amigos… chau Sarmiento.

Dejas el auto cerrado en la vereda, y te vas a la parada del bondi, en el trayecto pasa una mega camioneta 4×4 y otro tsunami te arruina cintura abajo… chau portafolio. Recién en la parada te das cuenta de lo malo que es que borrachines quinceañeros destrocen los vidrios de esos cuasi refugios los sábados por la noche. El agua entra por todos lados, si te pararas debajo de una leonera seguro tendrías más reparo. Sentis hasta el culo mojado. Tu cara está en malhumor nivel 7.

Llegas al laburo hecho sopa, el agua ha penetrado por doquier. No hay luz… chau sistema. Te putea desde el primero de los clientes hasta el último, a tu mamá le arden los oídos pobrecita. Te llaman al fijo del laburo… es tu jermu. “Migueeeeeel, se mojó el colchón del nene”, le pedís que llame a un plomero u albañil, chau ahorros. Empezas a sentir calor, la vena poco a poco se te va hinchando. Te encerras en tu oficina a ordenar papeles, no sabes que hacer, estas como un gato enjaulado. Se hace la hora de volver a tu casa, salís de la oficina y el agua corre por las calles y veredas, no hay partes “panditas”. Te sacas los zapatos y te arremangas los lompas. Comenzas a caminar por el agua turbia, pisas una baldosa floja, se te traba el pie, giras bruscamente y caes al piso… chau tobillo. Te paras rápido y te haces el boludo como perro que se lo están sacudiendo… sacudirte es justamente lo que haces… con ambas manos, obviamente chau zapatos. Levantas la cabeza y ves el del pie derecho llegando a la esquina y siendo tragado por una alcantarilla hacia el inframundo. Vena nivel 9.

Paras un taxi y le pedís que te lleve a tu casa, al 504 con techito le chorrea el agua… la cuál te cae justo en la cabeza. El tachero te ofrece un pañuelo… “no, está bien” le respondes con cara de arruinado, mientras el agua corre por tus cachetes. Llegas a tu casa… son 93 mangos. Abrís la billetera, está húmeda, tironeas de un billete de 100… crack, chau billete. Le pedís al tachero que te banque… “dale que el reloj sigue corriendo”. Tragas bilis. Bajas descalzo, sin una media, con el poto mojado y las bolas al plato. Tu jermu está en la ventana. “No vas a poder entrar, algo le ha pasado a la puerta y no abre”. Miras para bajo… tiene como dos centímetros más de espesor. Completamente trabada. “¿Llamaste a alguien?” le preguntas. “Estoy esperando al plomero aún”. Vena nivel 10, un volcán erupciona en tus entrañas, le das un patadón en seco a la puerta… cede, pero no la puerta. Tu tobillo sano queda incrustado en la madera, pasando de lado a lado y dejando un agujero de 40 centímetros de diámetro… chau puerta. Te ves sangre en la gamba, tenes una astilla clavada, chau segundo tobillo. El tachero toca bocina “¡van 110!” grita como advirtiendo. Le pedís guita a tu mujer que te mira con cara de culo. Volves rengueando al tipo y le das la guita. Ni “chau” te dice. Pedís que un meteorito lo destruya. No para de llover.

Cuatro horas después llega el plomero, lógicamente no vas por la tarde al laburo, chau presentismo. Tipo nueve de la noche queda la habitación arreglada y tus hijas lograron secar el colchón con el secador de pelo. En la puerta el plomero te clavó un parche de madera para que pasaras la noche sin que se te meta el chómpiras. Te sentas devastado a tomar un café… “¿y el auto?” te pregunta tu mujer… “¡el auto la puta madre!”

Tratas de salir corriendo pero tenes los dos tobillos como macetas, le pedís al vecino que te arrime. Llegas a la vereda donde lo habías dejado y ves que está… estar está. El tema es que se corrió unos metros. Los metros justos para dejarlo de cote metido en la acequia. Putísima madreeeee. Llamas a la grúa “tiene una demora de seis horas”. Diez horas después llega la grúa, ya está casi amaneciendo. Sin siquiera bajarse de la camioneta el tipo se te arrima y te dice “papi… vas a tener que sacar el auto de la acequia con un guinche, yo no te lo puedo llevar a ningún lado así”, chau grúa, chau seguro, hola chapista, hola mecánico.

“Si tuviese un chumbo acá mismo me meto un corchazo” pensas… y gritas a los cuatro vientos “¿Por qué este castigo Señor? ¿Quién me manda la lluvia en esta putísima provincia?” Entonces de pronto, a media cuadra de vos, viene un guachito de unos siete años, caminando completamente mojado, sin zapatillas, cagadísimo de frío, con los mocos colgando y cara de tango. Te ve, se arrima y te pide una moneda para comer… “que tipo pelotudo soy”, pensas y te llevas al nene a desayunar algo.

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