El camino de tierra que lleva hasta la localidad de Maestro Forcchino en realidad no es de tierra. Es hora de contar algunas cosas que se desconocen de Maestro Forcchino.
Esther Anamélida de Salondra era la depositaria tribal de un grupo étnico conocedor de una harina compuesta a base de la molienda de la espinaca disecada. Ella conocía la receta, la hechura formal, la manera certera de la creación de este producto. Sus pascualinas hechas con masas de espinaca permitían hacerlas con un relleno de lechuga, brócoli, incluso una tía de Esther había cocinado una pascualina de pastel de papa, muy discutida en las cocinas de las familias más encarnizadamente tradicionalistas. La pascualina de harina de espinaca disecada permitía calmar la ira de la diosa de las tartas ya que llevaba espinaca en su propia esencia: en la masa.
La idea no fue de Esther, sino de su tío, el repostero Serapio Anamélida, que transcurriendo una hambruna importante en la región creó los repollitos de Varela, un bocadito que emulaba en su forma a los repollitos de Bruselas, pero eran de masa, y la masa, ante la baja producción de trigo candeal, eran de verduras secas que tenía el bueno de Serapio al costado del horno para hacer pizzas. Él siempre contaba que para no tirar nada guardaba los recortes de las verduras al lado del horno, y un día de más hambre del habitual, al ir a buscarlas descubrió para su sorpresa que estaban disecadas. Entonces las molió, les puso huevo, sal, un toque de levadura, y manteca. Don Serapio acababa de descubrir la famosa “masa verdulina”, o la “verdulana” como la llamaron las generaciones que le siguieron.
Al principio la novedad hizo que se vendiera como pan caliente, aunque después el que se volvió a vender como pan caliente fue el pan caliente, porque la verdulana comenzó a decaer en las ventas. Y después de repensar el producto el bueno de Serapio descubrió que si a la masa de espinaca le ponemos espinaca, era un drama atroz. Los clientes le contaban que ya tenían clausurados dos baños y estaban construyendo un tercero o un cuarto en algunos casos porque los baños se transformaban en zonas tóxicas más cercanas a los templos Umbanda que a lugares de higiene. Así que ahí nació la pascualina Anamélida, o la pascualina de batata, porque lo que tenía de bueno el bueno de don Serapio según algunas mujeres no era su pseudónimo solamente, y con el tiempo la pascualina Anamélida, afirmada por estas mujeres y ponderando a lo bueno del bueno de don Serapio, se hizo con batata, zapallo, longaniza, sandía, chorizo, salchicha, pepino, morcilla, nutria y banana. Todas con huevo. Anamélida fue como un sinónimo de verduras, frutas, hortalizas, cereales y embutidos determinados, elegidos por una caracterización en apariencia azarosa, pero elegidas con determinación por estas, sus vecinas.
Esther Anamélida siempre recordó a la perfección la pascualina Anamélida de sandía que se solía proponer como acompañamiento para los que hacían el asado. Y la de longaniza era muy famosa como manjar infaltable para los casamientos por civil. Esther solía regalarlo a los recién casados, aunque los cobrara bien salado a los que hacían los asados.
El caso es que la gente moría por las pascualinas Anamélida, al punto que Esther no llegaba a moler la espinaca disecada para hacer sus masas, motivo por el cual una tarde el intendente de Maestro Forcchino, Javier Bustelo, decidió convocar a las familias del pueblo para hacer una patriada y que todos dispusiesen de su tiempo y recursos para poder hacer en un mes toda la harina de espinaca suficiente como para que Esther ya no tuviese el pretexto de la carencia para retrasarse o encarecer sus entregas de tarta, a lo que el pueblo reaccionó como siempre: de mala gana y solo por temor a la multa.
A las dos semanas las familias le habían tomado el gusto a hacer esta harina de verdura. La hacían en sus ratos libres y cerca del fuego, lo que proporcionaba oportunidades para desafíos al truco o al rummy, o torneos de Tutti Fruti, o manos largas de pica-pica. La cosa es que al mes habían hecho tres silos grandes de harina molida. La alegría del intendente era notoria, el pueblo era una fiesta. Todos estaban contentos menos Esther, claro, que ahora tenía harina para hacer pascualinas hasta la eternidad. Sin embargo la costumbre de reunirse alrededor del fuego disecando espinaca se hizo rápidamente un lindo hábito familiar que reunía a grandes y chicos en un ámbito alegre y compartido, por lo que al segundo mes la cerealera de los Uluzcuága estaba colmada de “esa puta harina verde”, como la llamaba Uluzcuága, y al otro mes los gordos gusanos blancos, las bolsas-silo de los potreros comenzaron a alimentarse de la misma molienda, y luego los tanques vacíos de agua, las piletas, los baldes, todo, todo se llenó con esa puta harina verde.
Al cuarto mes Esther Anamélida se presentó en una comisaría con un escribano, un abogado y un médico clínico declarando una amnesia muy, muy parcial producto de un golpe que se había dado con la puerta mal cerrada de una alacena vieja de la casa de una prima que le había borrado en seco la memoria en el sector del cerebro destinado al acopio de recetas con esa puta harina verde, como ya se la llamaba informalmente a la harina disecada de espinaca. El documento de Esther causó pavura, porque el pueblo de Maestro Forcchino no sabía vivir sin las obscenas pascualinas de los Anamélidas, así que varias mujeres y dos hombres intentaron hacer las pascualinas pero no daban con la buena confección, así que trajeron un grupo de chefs de Lion, Francia, para que las hagan, pero estos fascinados con el lugar compraron una granja a treinta kilómetros y se dedicaron a la cría de peludo mulita y la leche de cabra.
Aunque con el paso del tiempo nadie había muerto por la abstinencia a las tartas de los Anamélida, el hombre es definitivamente un animal de costumbre y se volvió rápidamente un folklore el desesperarse por hacer la pascualina. Y empezó a suceder que los adolescentes se juntaban los fines de semana en la casa de alguno para intentar hacer la tarta y para tener sexo descontrolados untados de la puta harina verde, las guitarreadas dejaron su antigua manera y pasaron a ser ollas populares con música de fondo, los amigos se reunían ya no para hacer asados sino con huevos, esa puta harina verde y alguna otra cosa para hacer pascualinas hasta altas horas de la noche. Maestro Forcchino se había vuelto un infierno.
Una noche se sabía que se avecinaba una tormenta, y como tantas veces el pueblo se preparó. Nadie salió porque se conocían lo traicionero del viento, se guardaron los vehículos a cubierto, se metieron sillas y mesas a los galpones… pero nada fue suficiente. Un viento terrible penetró por calles y servidumbres llevándose hasta las plantas de raíz. El polvo remontaba como si resucitase corpóreo y bailaba descontrolado dando tumbos en las puertas y chapas de los techos. Así se mantuvo aquel temporal hasta que a la noche profunda el viento se detuvo y una monótona lluvia parecía haber llegado para ordenar los destrozos. Todos en el pueblo lograron por fin descansar a esas horas de la madrugada cuando la lluvia los arruyó serena para que durmiesen. Nadie imaginó al día siguiente encontrarse con ese espectáculo tan impactante. Todo el pueblo, casas, calles, veredas, vidrios, autos… todo lo que hubo estado a la intemperie estaba ahora barnizado de un elegante verde mate, producto de las roturas de los silos de Uluzcuága y la siembra pareja de los seis silos de miles de toneladas de acopio de polvo de espinaca disecada.
Uluzcuága siempre dijo que el problema se había dado por el mal mantenimiento de planta que había hecho Ezequiel Ferretino, su empleado dedicado a ese menester, pero lo cierto es que un nuevo verde parecía brillar en los campos otrora más marrones y secos. Maestro Forcchino tomó un color esperanzador, un verde húmedo, fuerte, intenso, y de buen sabor. Y es por eso que sus caminos de tierra no son de tierra, sino que son de espinaca.
Hoy, muchos años después de aquella anécdota, la hija menor de Esther Anamélida, Valeria Salondra, hace una pascualina muy parecida, usando Sandía, Zapallo, Nutria o Batata, huevo…
…y mucho de esa puta harina verde.
mamaaaa que pueblooo!!!
Hay historias que por historias componen un pueblo, y no al revés, Queridobomur…