/La Guerra de la Sal | Capítulo 3

La Guerra de la Sal | Capítulo 3

Mideast Syria

I

            A través de un ojo de buey se veía un paisaje árido, gris ceniciento con un cielo negro plagado de estrellas. Lentamente fue apareciendo el planeta Tierra en el horizonte.           

II

            La luna estaba oculta tras las nubes.

El Gringo conocía el camino de memoria aún en la oscuridad de la noche. Se dirigía hacia las fortificaciones de los límites del Feudo. Los pocos guardias que habían en el camino lo saludaban con respeto. El Gringo subió por una escalera a la muralla hecha de escombros que rodeaba al Feudo Central. Sacó una linterna y apuntó hacia la oscuridad más allá de la fortificación.  La encendió y la apagó tres veces. Después de un instante una luz le contestó de la misma forma.

III

             Nefer miraba el fuego que Álvaro había prendido diligentemente. Tenía toda el rostro hinchado por los golpes recibidos. La luz viboreante de las llamas bailaba en su cara. En su pupila se reflejaba Álvaro que la observaba. Éste le habló en un tono grave. -Si querés que te lleve hasta el Feudo Central me vas a tener que contar cuál es el gran secreto.- Se acercó un poco al fuego y siguió hablando. -¿Por qué la gente de las tribus trata de detenerte?…-

            Una brisa movió un poco las nubes que tapaban a la luna. Una lágrima rodó por la mejilla de Nefer, al hacerlo dejó sobre su piel un caminito libre de mugre. Ella lo miró por un instante, luego observó el fuego. Alguien los espiaba desde las sombras. Vio cómo la mujer se aproximaba a Álvaro y comenzaba a hablarle mientras él atizaba el fuego.

IV

            La luna llena ocupaba el cielo mientras las nubes se dispersaban.

Una caravana conformada por las tribus avanzaba entre las ruinas de lo que fue Mendoza. El Garza, rodeado de un séquito de Sanartín, caminaba al frente. Los Beltrán como podían llevaban sus jamelgos, mientras que los Sanroque pugnaban por hacer que las ruedas de sus catapultas sortearan los obstáculos. Se escuchó un sonido y de la oscuridad apareció un Ipo jadeando del cansancio. Se aproximó al Garza. -En el Feudo Central no tienen ni idea… está todo preparado.- le dijo.

El Garza sonrío satisfecho e inmediatamente le inquirió al Ipo. -¿Encontraron a la mujer del Feudo?- Éste bajó la cabeza sin responder. El Garza lo agarró de los pelos y lo hizo mirarlo a la cara. Entonces el Ipo le contestó aterrorizado. -Se nos escapó, parece que la está ayudando un errante.- Al Garza se le hincharon las venas de la frente y del cuello, mientras jalaba hacia arriba al otro de sus pelos. Sus pies no tocaban el suelo. De sus ojos brotaban lágrimas.

El Garza miró desorbitadamente a sus esbirros y les dijo entre dientes -Mañana quiero que esa mujer y el errante estén muertos.- El Garza arrojó al piso al Ipo quien se levantó de un salto y desapareció en las sombras. La caravana siguió su marcha bajo la luna llena.

V

            Álvaro contemplaba cómo Nefer dormía. No le importaban un bledo ni las tribus ni el Feudo ni ninguna persona. Sólo le importaba ella.  El fuego iba apagándose al tiempo que la noche se alejaba.

VI

            El Jefe Núñez miraba el amanecer desde la ventana. Su luz tornasolada entraba por la ella mientras él se atusaba el bigote; no había dormido en toda la noche. Se preguntaba dónde estaban Nefer y el resto. Las dudas lo atosigaban. -¿Debía subir la seguridad? ¿La sal que tenían alcanzaría para potabilizar el agua para unas seiscientas personas? ¿Sería conveniente una alianza con las tribus? – Las puntas de sus dedos acariciaban el bigote. La luz gradualmente iba pasando a una tonalidad azul a medida que se hacía más intensa. Tocaron a la puerta y entró el Gringo, al mismo tiempo una nube rezagada tapó el incipiente sol y oscureció la habitación. El Jefe Núñez tuvo una mala sensación.

VII

            La nube que tapaba el sol siguió su camino y se llenó de claridad el rostro de Nefer, quien caminaba junto a Álvaro. Éste iba pensativo. En su mente calculaba cuál era el camino para llegar más rápido al Feudo Central, su idea era arribar antes del atardecer; ella le había dicho que un ataque era inminente y debía avisarle a los del Feudo. Además no quería defraudarla. Nefer lo miraba de reojo; aunque al principio había tenidos sus dudas al pedirle ayuda, éstas habían desaparecido para dar paso a un sentimiento más candoroso.

Álvaro se derrumbó en el piso lentamente, de su frente manaba un hilo de sangre. Nefer sintió un fuerte golpe en el hombro. Entonces comenzaron a caer piedras con certera puntería. Ella intentó arrastrar a Álvaro a un lugar seguro, pero las rocas eran demasiadas. Sólo atinó a taparlo con su cuerpo, hasta que cesaron de caer.

Cuatro  guerreros los rodearon. Alguien escondido tras unos escombros miraba cómo los de las tribus ataban a Nefer y a Álvaro mientras les daban sendos puñetazos.

VIII

            Un guardia corría por las callejuelas llenas de gente del Feudo Central. Atropelló a dos mujeres que cayeron al piso. Al dar vuelta por una esquina vio cómo el Gringo salía de la casa del Jefe Núñez. Se detuvo ante él y sin aire le dijo – Gringo, nuestros exploradores han visto a uno de las tribus rondando tras el muro…- El Gringo le contestó mientras se alejaba -No se hagan problema, que esos no le hacen nada a nadie. – El guardia se quedó viendo cómo el otro se iba y se encogió de hombros. No se percató que por debajo de la puerta comenzaba a asomar un pequeño charco de sangre que se iba extendiendo.

IX

            Los guerreros conducían a Álvaro y a Nefer atados entre los escombros de la ciudad. Alguien los espiaba mientras caminaban. La mujer trastabilló y cayó. Uno de los guerreros le pegó con una vara -Levantate, dale, rápido, levantate – le dijo. Álvaro se interpuso entre Nefer y su atacante y le dio una patada en el pecho. Entonces los restantes comenzaron a golpearlo a puñetazos y patadas; Nefer intentó defender a Álvaro, pero el de la vara la golpeó en la cara. Luego de la golpiza siguieron caminando. El que los espiaba los vio alejarse.

X

            La mano de alguien apagó un cigarrillo en un cenicero blanco junto a un libro, “Fahrenheit 451” de Ray Bradbury, sobre una mesa de metal. El humo pasó frente al vidrio del ojo de buey en donde se veía plenamente a la Tierra.

 

Continuará…

 

 

 

ETIQUETAS: