/Espinosa rosa blanca

Espinosa rosa blanca

Cuánto daño me hiciste amor. Las heridas que me hiciste siguen sangrando. ¿Ves mis cicatrices? Ya no soy ni la sombra de lo que solía ser. Escribo esto porque es mi forma de sacar el dolor. Escribo esto, porque ni siquiera sé por qué estoy vivo.

Una mirada. Esa mirada no tiene comparación y siempre ha sido mi punto débil. Me usaste. Me exprimiste. De tus ojos yo fui prisionero, de esas migajas de cariño que me dabas, mientas te ibas con tus alas de mariposa a ver más flores por ahí. Siempre me cuestioné el porqué. Aún no lo sé.

Ni siquiera sé que estaba haciendo cuando esa mirada encendió un fuego que, aún hoy no se apaga. Creo que estaba leyendo algún libro en el Rosedal. Y ahí pasaste, del brazo de aquel hombre. Sí, era en el Rosedal. Hacías juego con las rosas.

¡Me usaste de una manera! ¿Por qué me heriste tanto? ¿Con qué maldita lógica actúas a tu antojo? Y vas siguiendo tus malditos caprichos que yo como estúpido trataba de complacer. Cuán equivocado estaba, ahora lo veo.

Estabas tan deliciosamente hermosa ese día. Y no te pude sacar los ojos de encima. Te diste cuenta, nunca fuiste tonta. Y te sentaste en aquel banco, muy cercano al mío, a provocarme. Lo besabas y me mirabas por sobre su hombro, le besabas y le mordías el cuello, él parecía estar atrapado en un espiral de lujuria, creo que ahí fue donde caí. Mi rendición fue cuando con esa cara de pervertida le metiste la mano por abajo del pantalón y ahí lo dejaste. No podía creer lo que mis ojos estaban viendo.

Pasaste a mi lado y me miraste. Dejaste un papel al lado del libro que yo había dejado de leer por mirarte. Seguiste tu camino y te fuiste. Me habías dejado tu teléfono escrito. No sé qué me pasó por la mente y te llamé. El tiempo y las ganas hicieron el resto.

¡Cuántas mentiras me dijiste! Y yo, embobado así como estaba, me las creí a todas. Me hiciste creer que él era solo algo pasajero. Que solo me querías a mí, que yo era el único que sabía cómo hacerte sentir única. Que pensabas todo el tiempo en mí. Nunca fue así amor, ¿verdad? ¿Me quisiste siquiera alguna vez?

Entre tus piernas encontraba mi paz. No sé aún que tiene tu cuerpo que me hace falta. Cierro los ojos y me acuerdo cuando me decías que me amabas. No sos mujer de un solo hombre. No sos mujer de un solo lugar. Así como vienes te vas. Sos como un huracán. Hacés el desastre y acá yo me quedo, juntando lo poco que se salvó de mi ser. De mi alma.

Me acuerdo aquel viaje a Potrerillos que hicimos. Ni siquiera sé si algún día desde donde estás podrás leer esto. Potrerillos. Fuimos por aquella semana la pareja perfecta. Qué bien que te quedaba ese vestido de verano que te compré en esos hippies al lado de la plaza, marcaban tus curvas. Nunca tuviste complejos con tu cuerpo, me enamoré de él tanto como de tu intelecto. Me enamoré como un chico. Te di todo y nunca te pedí más nada a cambio que cariño. Como un perro de la calle a quien alguien le hace cariño. Solo eso.

Un día, haciendo de cuenta que estaba todo bien, me dijiste que ibas a ver una amiga y volvías. Nunca fui una persona celosa, pero algo en mí me hizo ruido y me decidí a seguirte. Ni poder explicar con palabras lo que sentí cuando te vi de la mano de ese tipo, no era el del Rosedal, era otro. Algo en mí se rompió y fue para siempre. Te vi, y no me atreví a confrontarte, te saqué una foto con el celular y me fui a casa.

Olvidar. ¿Cómo es posible olvidar? La única maldita vez que pude amar, y fue tan bello y tan doloroso. ¿Cómo fue que echaste a la basura lo que yo pensé que era para siempre?

Me dijiste que te sentías atada. Que no eras mujer de un solo hombre, y que yo era solo un estúpido más. Y así fue, más rápido aún de lo que llegaste, te fuiste y no volviste más. Y ni siquiera te diste vuelta, desde la puerta de mi casa, para mirarme sufrir. Debí haberlo sabido. No lo quise ver, nunca quise aceptar que sos una rosa blanca. La más bella, y la más espinosa de todas.

Y acá estoy de vuelta. Hace casi un año que no sé nada de vos. Escribiendo esto con fuerzas que no sé de dónde salen. ¿Sabés que ahora, después de lo que pasó, te sigo amando?. Con lo poco que queda de mi corazón. No sabes que tengo en tu nombre, tatuada una rosa blanca con espinas, pero la más hermosa de todas.

Creo que el otro día vi tu risa entre medio de la multitud. Esa risa única que, junto con tu mirada, me conquistaron. Y quizá estés con alguien como lo estuviste en su momento conmigo. No creo que pueda volver a amar de nuevo. Pero, aun después de todo, no me arrepiento. Y si no me he muerto aún, quizá sea por algo.

Tus labios, su dulzor. Tus ojos, su esplendor. Mi amor, esa pasión, aún después de todo, no se apagó. Estas líneas son para vos. Mi espinosa rosa blanca.

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