Salgo de casa, doy los primeros pasos matutinos; y casi en un susurro, Nicolás empieza con su historia. La misma historia de siempre: que está perdido en la ciudad.
Son las seis y media de la mañana, y abril no nos va a regalar el amanecer hasta dentro de un par de horas. Pero ahí está Nicolás, contándome al oído que no tiene idea donde está…o porque está ahí, que se encuentra desesperado. Lo escucho, pero no puedo contestarle. Mi trabajo es ser oyente, y nada más.
Camino un par de cuadras, tratando de prestarle atención a lo que él me dice y no al aburrido gris matutino que el barrio ofrece de forma repetida. Pasan sólo unos minutos, y Nicolás queda en silencio. No hay más historia. No hay más desesperanza.
Una elipsis se cuela apenas en mis oídos. Una elipsis que dura levemente unos segundos, porque ahora escucho otra vez. Ahora es Alicia, aquella mujer que sufre por amor, la que viene a contarme sus pesares. Me dice que se siente abandonada, al punto de querer desaparecer. -Pobre Alicia- pienso, pero nada puedo hacer. Solamente escuchar su lamento y tratar de empatizar. Nada más. Es que es mi trabajo, y lo cumplo a la perfección.
Alicia se acalla después de unos minutos. Y luego viene Juan, después Noel, detrás León. Y así decenas de voces que quieren ser escuchadas. Escucho charlas, escucho anécdotas, escucho pequeñas historias. Escucho pensamientos, frases de amor, de bronca. Escucho protestas, quejas. Escucho a virtuosos…a otros no tanto. Escucho todo lo que ellos quieran dejarme escuchar.
En el camino, entre silencio y silencio, observo a muchas personas como yo, que tienen ese mismo placentero trabajo. Escuchar las voces de los que tienen algo para decir y eligieron la música para hacerse oír.
Llego a destino, pongo pausa y me quito los auriculares.
La interacción social es necesaria, es el motor del ser humano, lo sé. Pero me es imposible evitar pensar que cada minuto que paso sin escuchar música, es un minuto de historias que me pierdo, de anécdotas, de pensamientos…
Es por eso que trato de escucharlos mientras camino, mientras trabajo o mientras viajo en colectivo. Los escucho siempre que puedo y no sé qué haría si no tuviera el trabajo de ser un oyente anónimo más.
Y es en las noches, cuando reposo, que el mismo pensamiento se mueve fugaz por mi cabeza… ¿Los estaré escuchando para no escucharme?