— ¿Vos estás de novio, Camilo? — Le escribí, y ya me veía entrever la respuesta.
— Si. Me puse de novio el mes pasado. Te lo iba a decir pero no me animaba—
¡La puta madre! Pensé para mis adentros. Yo siempre en el amor fui una boluda.
— Entonces sabés que esto se termina acá— le respondí, y en ese momento una lágrima rozó por mi cara.
— Te entiendo preciosa. Perdoname.— Respondió, y yo dejé el celular en la mesa de luz y me tiré en la cama. Eran casi las doce de la noche, estaba sola y amargada.
A Camilo lo había conocido hacía poco tiempo, pero después de una noche increíble en mi pieza, y muchas charlas seguidas, yo pensé que había encontrado a alguien con el cual estar juntos.
Siempre he tenido mala suerte, y después de ver que subía fotos muy acaramelado con una chica sospeché la verdad.
Aquella noche me amargué en mi miseria, llamé a Gero, mi amante pasajero y estuvimos juntos. Definitivamente no la podía pasar sola. Aunque sea una piel necesitaba sentir, y creo que lo mismo le pasaba a Gero.
Empecé a ocuparme de otras cosas. Puse el foco en mi universidad, y dejé todo lo demás de lado, mientras que a Camilo le silencié las notificaciones del facebook.
Pasaron meses y conocí a Rodrigo. Un compañero de mi facultad que, después de varios tropiezos en la carrera, había logrado encontrar el rumbo. Empezamos a estudiar juntos y, una noche en su departamento una cosa llevó a la otra, y terminamos pasando la noche en mi cama. Y, si bien no sentí lo mismo que con Camilo, si me sentí muy bien.
Al mismo que tiempo que íbamos aprobando las materias, nos íbamos conociendo más, y cada vez me sentía más cómoda a su lado, no dudamos demasiado y empezamos a salir.
Llegué aquella noche a mi casa, me acosté en la cama a ver televisión, y un mensaje apareció en mi celular. Era Camilo.
— Necesito verte, ¿puedo ir a tu casa?— Estuve a punto de decirle que no, pero las ansias de verlo fueron más fuertes.
— Si. Acá estoy— le contesté.
Llegó a la hora, con un paquete de prepizzas y medio kilo de queso muzzarella. Cuando le abrí la puerta, me comió la boca de un beso.
— Tanto tiempo sin vernos— atiné a decirle entre beso y beso.
— Si. Vamos a tu pieza—
Dejé las cosas en la mesa de la cocina, nos empezamos a besar nuevamente, me alzó y me llevó a la habitación, camino que conocía muy bien.
No entraré en demasiados detalles, pero diré que le besé todos los lunares de su espalda, y sus labios devoré con pasión. El éxtasis se hizo presente con mi primer orgasmo que no demoró en llegar, para luego llegar el suyo momentos después.
Rendidos en la cama nos seguimos besando, y nos acostamos a ver televisión.
— Voy a hacer las pizzas— le dije, me puse la musculosa, y él me siguió.
— Ya sé que estoy en pareja— me dijo mientras que abría una lata de cerveza de la heladera. — Pero no hay chance de que te pueda olvidar.
— Y bueno, déjala entonces y veni conmigo— le dije sonriendo, aunque en realidad lo sentía así.
Él también rió y me dijo — no es tan fácil como decirlo.
No quiso entrar en más detalles, yo tampoco quise parecer tan desesperada, saqué la pizza del horno y, brindamos con dos latas de cerveza el habernos podido encontrar.
Hicimos el amor una vez más, y cuando nos fuimos a dormir, me abrazó con esa dulzura que lo caracteriza. Se fue temprano. Y me dio un beso inolvidable después.
Empezó a pasar nuevamente el tiempo. Cada vez me acercaba más a Rodrigo, pero cada tanto recordaba a Camilo, como una fuerza irresistible que no podía dejar pasar.
Una noche viendo animé Rodrigo me pasó, casi sin darse cuenta, una cajita. En ella, había un anillo plateado, como hecho con cadenas pequeñas, yo lo miré y me dijo — ¿Querés ser mi novia?— Yo sonreí, le di un beso apasionado y le susurré, casi un imperceptible — claro que si.
Traté de no pensar más en Camilo. Debía hacerlo y concentrarme en mi vida sin él. Trataba, pero aún por las noches sola no podía evitar tocarme pensando en su ser. Si bien nuestras vidas ya no seguían un mismo rumbo, no podía evitar desearlo a cada momento. Era un sentimiento irrefrenable.
— La vida no es siempre como uno la desea— me dijo mi mejor amiga cuando le conté el sentimiento que en mi provocaba Camilo. Si, era eso, él no iba a dejar a su novia y mi vida con Rodrigo iba bastante bien. — Es una persona buena, me quiere, este debe ser mi rumbo— me decía a mí misma, quizá sabiendo que aún no me lo creía del todo.
Una noche Camilo llamó. Sabía que le iba a decir que viniera, y eso hizo. La heladera tenía vino y hamburguesas, las cuales no tocamos.
Apenas cerré la puerta, después de dejarlo entrar, me le prendí a su boca y a su cuello, como si fuera una sanguijuela que buscaba su sangre. Buscaba su piel, y él buscaba la mía, nos fuimos desvistiendo el uno al otro, y me llevó lentamente hacia el sillón que se hacía cama en el living. Yo me arrodillé y le bajé el pantalón, hundí mi boca en su sexo que ya estaba listo para aquella felación que le iba a dar. Y mientras aquello sucedía, mi teléfono celular empezó a sonar, pero yo no perdía el foco, debía saborear aquel elixir, porque ya no daba más de deseo.
Casi al borde de su orgasmo me apartó, yo me saqué la única ropa que me quedaba (la tanga), y me acosté con las piernas abiertas y la cara invitándolo a llegar a mi centro, lo cual hizo. El orgasmo, nuevamente fue compartido, pero esa noche no terminaba ahí, y ambos lo sabíamos. Me fui a servir un vaso de agua a la cocina, vi el celular arriba de la mesa, una había una notificación de llamada perdida y un mensaje de Rodrigo que decía — Te extraño. Necesito verte— . Justo fui a responderle cuando sentí como Camilo le daba besos a mi cuello, y con una mano iba tocando mis pechos.
— Vamos a la segunda— me susurró al oído, y en un movimiento rápido, apagué el celular, y lo acompañé sin más, al borde del deseo.
CONTINUARÁ….