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Antimateria – Semana IV

ANTIMATERIA – DIA 22 | 23/10/18

A los lejos las vi venir a las dos con el cachorro jugueteándole entre las piernas. María sabe de mi pasión por las letras, más allá de que no ha leído mucho de lo que escribo, sabe que las uso para desestresarme. Por ello además de algunos frutos que encontró, sin que alcanzase a comentarle mi idea, se puso a raspar un palo y a hacer una aserrín de madera, luego una especie de pasta extraña que dice que al secarse dará algo similar al papel.

Decidí caminar un poco para despejarme y pude ver varias familias intentando construir refugios y casas. Me acerqué a una pareja joven que estaba cocinando barro y paja para hacer adobe, me pareció una idea brillante, aunque Cristian me dijo que ya tenía el tema más que resuelto.

Lucía tiene cientos de plumas en la cabeza, ella dice que luego, con las vísceras de algún animal a modo de tinta, podré escribir en hojas como antes e ir documentando todo lo que vamos viviendo de una manera más ordenaba y rápida.

Rosario es una máquina, no habla y trabaja sin cesar. Lleva un profundo dolor por dentro y lo exterioriza con esfuerzo físico en demasía, intento que coma y beba con frecuencia, pero prefiere no hablar. Félix está con el tema de la huerta, acomdando la tierra y dividiendo algunas cosas por hileras.

Muy cerca nuestro se está instalando una familia, teniendo tanto terreno no me gusta demasiado la idea de que estén ahí. Encima nosotros tenemos bastante energía y estamos dedicándonos cada uno a hacer algo. Ellos son varios, algunos adultos y más hombres que mujeres. Los siento a los gritos, están desordenados y bastante desorientados. No tienen niños, ni perros. Incluso hay un viejo que mira raro y se la pasa observándonos. Cristian está intranquilo. Le pregunté que le pasaba, me dijo que le daba mala espina esa gente. Cualquiera que no estuviese en pos de ordenar un poco su hogar levantaba sospechas. En un momento el viejo gritó algo y señaló hacia nosotros, estaba en una postura desafiante. Esteban percibió ese gesto en un instante. Tomó un palo y comenzó a caminar hacia ellos… “esta vez no voy a esperar ser presa” dijo y un escalofrío me recorrió la espalda… nuevamente íbamos a tener un episodio violento.

ANTIMATERIA | DÍA 23 – 24/10/18

Le pregunté a Esteban qué estaba haciendo. No me respondía al tiempo que caminaba decidido hacia aquellos vecinos con un palo en la mano a modo de garrote. Lo increpé dándolo vuelta con virulencia. Me miró con los ojos inyectados. No me voy a a arriesgar a que estos tipos me sorprendan durmiendo por la noche. «Vos te acabas de dar cuenta, pero han estado todo el dia mirándonos, mirando a las chicas… mirando a tu hija. Yo no me arriesgo mas» me dijo convencido y la palabra «hija» me hizo dar un escalofrío.

Cuando ellos vieron que veníamos los dos, seguidos de Cristian y Félix, inmediatamente se pusieron de pie, salieron dos o tres de una especie de rancho que habían armado, las mujeres entraron y adoptaron una postura beligerante. Evidentemente tramaban algo.

A escasos metros Esteban apretó el garrote entonces ellos atacaron primero, corriendo hacia nosotros. Eran cinco, tenían entre 30 y 50 años. Yo aseguraba haber visto mas personas… y no me equivocaba.

De uno de los flancos aparecieron tres, traían una niña entre ellos… lastimada, le sangraba la entrepierna… uno agarró del cuello a la chica y los otros dos atacaron a Cristian, todos gritaron algo que no entendimos… eran gitanos. Yo perdí el control.

Entonces reinó el caos…

ANTIMATERIA | DÍA 24 – 25/10/18

Cristian empuñaba una lanza larga, apenas saltaron hacia él los dos gitanos el viejo arremetió contra uno en el aire, atravesándolo de lado a lado con la lanza en medio del pecho y arrojándolos a ambos al suelo. Fue tan brutal el impacto que la lanza quedó enterrada en el piso, con el cuerpo agonizante de uno de los hombres como bandera. El otro rápidamente se puso de pie y atacó por detrás a Cristian, que se fue en picada junto al estaqueado. Lo tomó por el cuello con un poderoso antebrazo e intentó estrangularlo. El viejo estaba de rodillas y había quedado indefenso. El hombre apretaba con fuerza el cuello del anciano barbudo… pero olvidó que Félix venía con él. Nuestro amable agrimensor, aún con cicatrices en la frente por la paliza que había recibido en la avenida acceso, levantó una piedra por los aires y con la docilidad de una gacela, la dejó caer con todas sus fuerzas sobre la cabeza del tipo. Inmediatamente el brazo dejó de asfixiar el cuello de Cristian, ahora era parte de un cuerpo inerte, que se tumbaba contra el suelo con el cráneo abierto de par en par y un manantial de sangre explotando como fuegos de artificios en el rostro de Félix y la nuca del barbudo. Al ver tal brutalidad, el que estaba con la niña dudó… y ambos viejos lo atacaron sin pensarlo dos veces. En pocos segundos quedó agonizando entre los yuyos.

Esteban y yo nos pusimos espalda contra espalda y nos rodearon los cinco gitanos. Fueron minutos que parecieron eternos, semejantes a un vals infernal… ellos nos rodeaban como los familiares en un casamiento y Esteban y yo bailábamos en el medio, girando para cubrir todos los flancos. Solo que esto no era un baile feliz, ni íbamos a terminar llorando a los besos, sino muertos. Esteban no esperó a que nos atacaran y, sacudiendo el palo con violencia, se ajustició a dos, quebrando la ronda. Yo aproveché el momento y disparé un palazo que cortó el aire como una espada, el cuál fue eludido por mi posible víctima. Esto me hizo perder el control y de pronto un flash fugaz me cegó, seguido de un dolor intenso en la boca… sentí el sabor a sangre y la textura de algunos dientes, como arenilla. Una patada penetró mis costillas, haciéndome rodar por el suelo y dejándome fuera de combate, sin aire y ahogándome con mi propia sangre que brotaba de mis labios y pera. Estaba ciego de dolor, pero sentía palos, gritos y golpes. Se me vino uno encima, Esteban lo corrió de un golpe, entonces un enorme palo se partió en la cabeza de Esteban, que quedó parado y mareado como un muerto vivo con sus ojos desorbitados… de pronto alcancé a ver la planta de un pié… que se elevaba por los aires y que explotaba contra mi frente… entonces no ví más, pero antes de perder el conocimiento, alcancé a sentir el grito de mujer, pero no un grito de llanto o dolor, sino un grito de guerra, un grito de combate, un grito de taekwondo… un grito de Rosario…

ANTIMATERIA | DÍA 25 – 26/10/18

Desperté sentado a la sombra de un árbol. A lo lejos veía a Esteban ayudando a Félix y a Cristian a levantar los muros de lo que sería nuestra casa. María me estaba cuidando mientras Lucía dormía acurrucada entre tres niñas, un poco más grandes que ella pero niñas al fin. Le pregunté a María que había pasado, ella llamó a Rosario mientras iba a revisar una tela de red que estaba armando con Graciana, la misma que tenía Esteban en la cabeza a modo de vendaje.

Rosario había escuchado los gritos. Cuando llegó Esteban y yo estábamos en el piso malheridos. Ella se enfrentó sola a tres gitanos, el primero ni siquiera se dió cuenta, porque una patada de Rosario le impactó la mandíbula como una locomotora, quedando rendido en el acto. Los otros dos fueron más cautos, pero las piernas de la taekkondista se movían con la agilidad de un pistón y la brutalidad de una guadaña. Costillas, cuádriceps, posteriores, plexo solar, cabeza… todas sus patadas tenían puntería perfecta, impactando con violencia donde más sufría el cuerpo. En pocos minutos dos enormes cuerpos quedaron tendidos, maltrechos y exhaustos.

Cristian no dudó un segundo en abatir a los seis gitanos que aún vivían… ya no había tiempo de disculpas o redención. Sobre todo luego de saber qué tramaban. Las dos gitanas fueron perdonadas a condición de que se fueran del lugar. Habían secuestrado tres niñas y las habían violado repetidas veces, sin ningún motivo claro. La repugnancia que generaba la situación ameritaba el más severo de los castigos… la sentencia de muerte. Por lo que el viejo se hizo cargo sin ningún remordimiento.

Ahora sumábamos tres integrantes a la familia… levaban durmiendo el mismo tiempo que yo, por primera vez en 20 días en paz… cuando esuviesen en condiciones averiguaríamos sobre ellas.

Sin querer se ha formado un gran equipo de supervivencia, estamos entre todos en buenas manos.

ANTIMATERIA | DÍA 26 – 27/10/18

Cuando las tres niñas se despertaron aún seguían aterrorizadas, no sabían quienes eramos y lloraban de miedo. Luego de darles de comer y demostrarles que no les íbamos a hacer daño una de ellas comenzó a contarnos su historia. Lucía y Rufián ayudaron a hacerles dar cuenta de que eramos distintos a quienes les habían hecho vivir aquel calvario. Mi hija les daba “comidita” hecha con barro y un palito mientras que el cachorro les lamía las heridas.

Aimé estaba en lo que fuese su colegio cuando sucedió “el evento”, como hemos decidido etiquetar a los sucedido. El establecimiento desapareció mientras los chicos formaban fila para ingresar a clases. Cuenta que al principio los niños se burlaban entre si, las chicas corrían sin rumbo a esconderse y taparse avergonzadas, mientras que los niños se amontonaban en grupo a las carcajadas que luego se fueron esfumando. Los maestros y directivos sufrieron el mismo desconcierto. Un preceptor tomó las riendas de los alumnos pero no sabía que hacer o dónde mandalos. Luego de ordenar a los niños se dio cuenta que su familia estaba desprotegida y desapareció.

Muchos de los chicos se fueron hacia donde creían que era su casa, los más pequeños lloraban desconsolados. Cuando Aimé nos contó esta historia entré en un estado de profunda tristeza… cuantos colegios, cuantos hijos separados de sus padres, cuantos niños perdidos… indefensos. Trato de pensar en otra cosa porque esto me hace mierda.

En el caos tomó de la mano a Mía, una niña de su colegio algunos años menor, que lloraba sola y de pie entre medio de las corridas y los gritos. Con tan pocos años había conocido la angustia y entrado en pánico. Solo cuando Aimé le tomó la mano logró calmarse. Las dos eran de Godoy Cruz… o eso creía Mía. Comenzaron a caminar hacia donde pensaban que estaba la plaza, cuando este grupo de inmundicias las interceptó y secuestró…

Por ser tan pequeña, aparentemente, Mía se salvó de las violaciones. Aimé no…

ANTIMATERIA | DÍA 27 – 28/10/18

Brenda es cordobesa. Estaba llegando a Mendoza en un micro a visitar a sus abuelos de Maipú. Iba en el segundo piso del colectivo. De madrugada sucedió “el evento”, venía durmiendo en el asiento. Cuando abrió los ojos tenía raspaduras por todo el cuerpo y estaba tendida en una masa de cadáveres, el suelo era un baño de sangre y había cuerpos completamente desfigurados, despellejados, como un montón de trapos sucios. Se escuchaban gritos, lamentos, pedidos de auxilio. Ella estaba mareada y confundida, no entendía nada. Buscaba a su alrededor el celular para llamar a sus padres, mientras sobre la ruta se iban poniendo en pié algunas personas que no entendían cómo había sido el aparente accidente.

Luego de un par de horas, esperando algo que jamás vino, pensó en caminar hacia donde creía que vivían sus abuelos. Estaba en las inmediaciones de la terminal, recordaba haber pasado el Carrefour y el Shopping, por lo que debía regresar en esa dirección si quería llegar a Maipú.

Su suerte terminó esa misma noche, cuando dos pares de brazos inmundos, sudorosos, que profesaban una especie de cántico inentendible para ella, la sometieron, la amenazaron y abusaron de ella durante más de 20 días seguidos… tiempo donde varias veces perdió el conocimiento, sintió dolor, terror, intentó escapar, fue castigada brutalmente y finalmente decidió dejarse morir, tratando de arrojarse de un barranco en la montaña.

Pero llegamos nosotros… ahora está a salvo. La tristeza de su mirada no se la sacamos con nada.

ANTIMATERIA | DIA 29 – 30/10/18

Seguíamos en la construcción del techo cuando de pronto sentimos gritos a lo lejos. Eran varias personas que intentaban parar a otra por lo que alcanzábamos a oír. Cuando levanté la vista Esteban ya estaba en pié, aún con los vendajes el grandote estaba activo todo el tiempo. Cristian dejó de acomodar unos tirantes y dijo… “un lío más y ya van…” y los cuatro reímos.

Comenzamos a caminar lentamente hacia los gritos, preparándonos para una nueva carnicería. Debo reconocer que de ser un tipo muy tranquilo, que jamás pegó una piña, le estaba encontrando un particular sabor a esto de la violencia. Arreglar las cosas a muerte… a las trompadas, algo tan efectivo como letal, se estaba volviendo moneda corriente en nuestras vidas.

Llegamos al gentío, había varias mujeres, algunos niños y dos o tres viejos que estaban intentando frenar a un tipo que estaba al borde de un risco. El muchacho estaba desquiciado, no debía tener más de 25 o 30 años… estaba arruinado, literalmente. Su rostro demostraba angustia, algunas laceraciones y un estado de locura total. El tipo tenía la mandíbula apretada, respiraba agitado y gritaba histérico, parecía poseído por un demonio. Era una marioneta absurda.

Nos acercamos a él sin decir palabras para presenciar de más cerca el espectáculo. A medida que la gente se arrimaba el tipo levantaba la mano y se acercaba más al borde. “Vení”, “¡Qué vas a hacer!”, “¡no saltes!” eran alguno de los gritos y recomendaciones… pero nada, el suicida estaba decidido a finiquitar su asunto.

Entonces entre la multitud apareció María, con Lucía en brazos, que a su vez llevaba a Rufián. Se arrimó lentamente, yo traté de pararla, pero me dio a la nena sin quitarle los ojos de encima al enfermo muchacho.

Se le paró en frente, le comenzó a hablar, nadie de los que estábamos detrás podíamos escuchar lo que hablaban. El tipo hacía señas, se tocaba el rostro, apretaba su mandíbula y se mordía los labios, mientras gritaba e insultaba al cielo.

Charlaron por unos minutos, hasta que María le extendió la mano, le señaló hacia donde estábamos nosotros y el tipo lentamente avanzó hacia ella. Esteban dio un paso adelante e inmediatamente lo frené, conocía la capacidad de María de hablar con la gente.

Minutos después, lo trajo de la mano hacia donde estábamos nosotros, mientras la gente aplaudía y le daba palmadas a ella y al casi suicida muchacho, que lloraba y respiraba agitado. “Me dicen Mencho” balbuceó cuando pasó al lado de nosotros. María me pidió a Lucía y, ante la mirada del tipo en los rulos de mi hija, se la dio para que la sostuviese. Temblando levantó a la niña, que lo miraba atenta… “e feo ete tío” dijo y todos reímos, incluso Mencho.

“Vos una vez me preguntaste que pasaría si se desapareciese toda la droga del mundo de un día para el otro… el mundo se convertiría en el infierno para varios” me dijo y seguimos rumbo al campamento.