«Apasionados» me susurró un poema al oído. Un poema que los dos conocíamos, y en la boca de los dos estaban las palabras que uno decía y el otro deseaba.
Cerré los ojos. Ese es nuestro ritual secreto en donde el momento es eterno, nada más se necesita.
Cierro los ojos y en mi mente está esa imagen que me ha perseguido con el tiempo, pero ahora yo estoy en otro lugar y no es en su boca. Lloro por dentro ante la imposibilidad de nuestra tormentosa relación, y lo veo ahí, con ella a su lado fingiendo ser verdaderamente feliz. ¿Como puede querer casarse con ella? Con alguien tan manipuladora, controladora e insoportable.
Finjo que está todo bien pero no lo está. La noche anterior no pudimos resistir ante la tentación de vernos, me agarró la mano y me llevó a ese árbol alejado de la casa y me susurró el poema que los dos sabemos y que nos enciende con el calor creciente de nuestros cuerpos.
Ambos sabemos que no tendremos la estabilidad que ella le da. Que ella aunque sea como es, tiene estabilidad, tiene un ámbito propicio para formar una familia. Algo que yo nunca le daré. Pero es que lo que sentimos el uno por el otro es tan profundo que no puedo evitar pensar en las veces que sus labios recorrieron mi piel. En ese altar debería estar yo! ¡Maldita sea! ¡Debería estar yo! Está en el altar y me mira a mi. Pero es ella y no yo. Quizá es mejor así.
No pudo ser. Ella piensa que yo solo fui un capítulo más en su vida y nada más. No sabe todo lo que nos pasó y nos sigue pasando. «Está todo bien» le dije cuando me contó que se iba a casar con ella. «Sabemos que no puede ser». Y, después de ver la invitación a la ceremonia, hicimos el amor como nunca, sabiendo que la pasión que teníamos juntos no la tendríamos con nadie más. Sé que me buscara en algún momento. Sé que va extrañar el fuego que tenemos juntos.
«Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.»
Rayuela, Capítulo 6. Cortázar.
Aquel poema que dicho en el momento justo nos enciende como nos encendía antes. Abro los ojos y ya se están poniendo los anillos. Esbozo una sonrisa que se confunde con la alegría general por el casamiento, pero en un descuido él me mira y sonreímos a la par. Será lo que tenga que ser.