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Aprender a estar solo

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Después de años de estar con una pareja y terminar; pasar un luto de tiempos ínfimos y empezar otra y de hacer uso abusivo de la frase “Un clavo saca a otro clavo”- diez años así, tres relaciones diferentes-me choqué de frente con la más fría de las realidades. Había llegado el momento de estar sola.

La filosofía de vida a la que me había adaptado estaba mutando y el momento que estaba viviendo me llevaba a conocerme a mí misma. No podía creer que con la edad que tenía me preguntaran

-¿Te gusta ir al río?

-Sí, pero a Fulanito no, así que siempre íbamos a un laguito porque a él bla bla bla.

-Bueno, pero ¿Te gustaba el laguito?

-Y, la verdad que no. Pero a él sí.

O cuando pasaba por una vidriera y decía –¡Que linda esa remera! pero a Cosme no le gusta que llamen tanto la atención… y no me la compraba aunque me gustara.  

Un día me encontré sin Fulanitos ni Cosmes que me dijeran qué tenía que vestir, a dónde saldría a pasear o qué películas mirar y vino el ¿y ahora? Ahí comenzó una etapa de reconocimiento de mí misma. La persona que había visto toda la vida en el espejo no era más que un ser adaptable a distintos tipos personas y sin criterio propio.

Etapa uno: Depresión por Soledad.

Llorar y no entender si lloraba por mí, o por estar sola, o por extrañar a la persona o por extrañar el cómo me sentía con la persona. Fumaba el doble y comía la mitad.

Etapa dos: Desesperación y decadencia.

Claramente no sabía estar sola y en el afán de salir con alguien-en ésos momentos y determinados tipos de mujeres- hacemos estragos. Aceptamos cualquier cosa que no tenga mal olor y venga con dentadura sana. Que en lo posible hable con propiedad, sino no importa, lo amoldamos.

En esta etapa pude darme cuenta de que estaba buscando entre la multitud algo parecido a los hombres que ya había tenido y si se parecía al último, mejor. Lo bueno fue vivir la revelación de “Algo no estaría funcionando”. No quería conocer a alguien nuevo, quería un hombre que reuniera las cualidades de los tres. Y ninguna relación que empezara bajo esas expectativas iba a funcionar.

Etapa tres: Búsqueda personal.

Suena a libro de autoayuda y no me voy a poner a hablar de chacras ni de centros energéticos, pero fue totalmente necesario sentarme con un cuadernito y responderme preguntas básicas como: comida preferida, un lugar, un libro, una película, una frase, mi fortaleza, mi debilidad, mi mayor miedo, una meta a corto plazo, un sueño. Y que ninguna respuesta tuviera que ver con ellos o con momentos influenciados por ellos.  El resultado de mi encuesta conmigo fue: “Tengo que vivir más cosas, sola”. Empecé a ir al cine, me compré libros, salía a comer con amigas y pedía siempre comidas que no hubiera probado antes y corría el riesgo de que no me gustaran, me hacía alguna escapada fuera de la ciudad a visitar a alguien, etc.

Etapa cuatro: Respirar y soltar. Reinventarse.

Ya podría decirse que salir conmigo no estaba mal, ni mis tardes de lectura, ni las mañas que había adoptado con una manía adquirida los últimos meses: el té. Ni mi rutina de baño cada tanto con música, velitas y aceites, para dormir más que relajada en unas sábanas hermosas que me había comprado que perfumé con vainilla y coco.

Ya no extrañaba tanto la vida anterior. Afiancé lazos familiares y hasta me volví a ver con grupos de amigos que había dejado un poco de lado. Lo raro era que no estaba recuperando a la vieja “yo” sino que estaba creando a alguien nuevo, desde lo que me hacía feliz.

En algún punto reconozco que me fui de mambo. Del aprender a estar sola pasé al querer estar sola y disfruté tanto que no quería que nadie interrumpiera mi paz. Me aproveché de cierto hedonismo y hasta puede que haya dañado a alguien.

Después de un tiempo empecé a desear otro tipo de compañía. Pero sin expectativas previas. Simplemente conocer a alguien que tuviéramos cosas en común, que pudiéramos mantener una buena charla y que el estar juntos nos resultara sumamente cómodo y placentero. Pero la soledad tiene eso de ser adictiva. Querés tener una relación pero seguís con el miedo de abandonarte, perderte y es ahí cuando empezamos a poner condiciones ilógicas y absurdas.

Mutilamos el amor. Lo limitamos. Lo pautamos. Le ponemos reglas, se las sacamos. Le ponemos horarios, se los cambiamos. Usamos frases armadas para justificar la no entrega, como  “No puedo darte más que esto”. Buscamos coincidir con alguien y después nos tomamos el trabajo de encontrarle errores y defectos para un perfecto autoboicot a una posible felicidad compartida que resulta ser un simple “No funcionó”, “No me cerraba”.

¿Qué buscamos después de encontrarnos?

“Quizá la mayor equivocación acerca de la soledad es que cada cual va por el mundo creyendo ser el único que la padece”.
Jeanne Marie Laskas

Ilustraciones por Idalia Candelas. México.

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