– El “Torito” se nos muere– dijo el Mauri con la mirada vidriosa, el Ema asintió con la cabeza gacha. Fuimos a verlo porque él nos llamó. Contaron que está muy desmejorado, tendrá algo más de 70 años pero parece de 90, está chupado, todo entubado, respira mal y su voz es apenas audible. Nos dijo que ya estaba hablado con su familia, que nos lleváramos todo para el Museo, camisetas, gorros, chambergos, recortes de diario, calcomanías, etiquetas, entradas… intentó levantar la mano pero no le respondió, apenas si movió unos dedos pero con la mirada nos pidió que nos acercáramos, esbozó una sonrisa y dijo – quiero que me consigan algo, porque en verdad me pertenece, me la daban a mi, cuando pasó aquello del infarto, la camiseta que usó el flaco Bertolini en San Rafael cuando conseguimos el ascenso, cuando me estén velando quiero que la pongan entre mis manos, tengo que llevársela a alguien muy especial.
Mauricio y Emanuel se miraron y aunque no articularon palabra alguna se prometieron revolver cielo y tierra, exprimir las redes, viajar si fuera necesario, pero traerla la camiseta a este Torito hincha a muerte de San Martín, el que se ufanaba de ser uno de los pocos que estaba quedando que había visto campeón a San Martín por primera vez en 1963 … y el Torito contó su historia: Llegábamos a la última fecha un punto arriba de la Lepra y los dos jugábamos en San Rafael, ellos con Monte Comán y nosotros con Huracán, era ganar y ascender. Lo que fue la semana antes del partido… en San Martín no se hablaba de otra cosa, en la comuna, en los talleres, los bares de la Boulogne Sur Mer, y a toda hora, ¡eh! los timberos en el club Social, en las hermanas Girola o el Pepinoto… En San Martín se respiraba fútbol “traigan hinchas que autos sobran”, aún cuando el club ponía micros gratis, los que iban al sur provincial estaban dispuestos a llevar a quien quisiera. Llegó el domingo, algunos partieron temprano, otros lo hicieron después de ver en la tele a Argentina campeón mundial sub 20 con Pekerman, creo que en Malasia. Yo terminé yéndome en un Fiat Duna, adelante nuestro iba la camioneta Ford de los hermanos Berbané pintada de rojo y blanco. Como la policía nos había encapsulado no pudimos parar para comer como teníamos previsto, me salvó el otro Castillo que había llevado unos sánguches y unos vinos (claro, Crotta, que otro, si el tipo siempre nos apoyó) en una bolsita de El Pichón de San Martín (el Torito intentó un silbidito que solo fue un soplido, pero los chicos le festejaron la gracia). Los de la Lepra, también fueron encapsulados, hicieron un buen operativo para que no nos juntáramos en la ruta. Ya estábamos en San Rafael, el partido no empezaba nunca, los nervios, la angustia, los que no habían llevado radio les pedían a otros hinchas que ni dijeran como iba Independiente, que no les interesaba, el Chaca no dependía de nadie, era ganar y ascender… hasta que llegó el gol del Colo Bertolini…
¡¡¡Lo que se gritó ese gol!!!, raro que no se lo haya registrado como temblor el sismógrafo como pasó una vez en un clásico platense. Unos escalones debajo un flaco se arrodilló y dijo “Gracias Virgen de Villa Mercedes”, supongo que habrá sido por el que hizo el gol era mercedino, yo no sé si Villa Mercedes tiene una Virgen especial, pero en cuestiones de fe yo no me meto y ademas respeto. Terminó el partido, estábamos todos en la cancha, se mezclaban hinchas, jugadores, dirigentes, hasta había un periodista con auriculares y todo, micrófono en una mano y un banderín en la otra, la profesionalidad al palo, pero era entendible, es el sentido de pertenencia del terruño y el club. De repente entre una marea humana y porque Dios lo quiso, de esto estoy seguro, fue cosa de Dios y de eso le voy a estar agradecido siempre, quedo cara a cara con el Flaco Bertolini, con una seña le pido la camiseta… ¡¡¡y me dice que sí!!! Empieza a sácarsela y llega el puto estiletazo al pecho, y otro más, y la vista que se nubla, y los gritos que empiezan a sentirse cada vez mas lejanos, las piernas que se aflojan y mientras me desvanecía escucho decir al Roque…. “Es un infarto, al Torito le dio un infarto, háganle espacio”… y la nada… hasta que días después aparezco dentro de un auto con las cuatro puertas abiertas… y sigo insistiendo que fueron días porque así lo viví, aunque los muchachos aseguran que no fue más de media hora. Cuando recobro el conocimiento escucho aplausos, un Torito viejo nomás, el Pancho que dice “Llevémoslo al Hospital, ¿alguien sabe bien donde queda?” el Nino sugiere un centro de salud mas cerca que le parece haber visto en la ruta, Fabián viene me da un beso en la frente que pone una bufanda en el cuello, “es suya Torito” me dice… “ahora lo llevamos a que lo vea un médico”, entonces me planto y digo que no, que no pienso perderme esta fiesta ni hacerse la perder a ellos, les prometo que no voy al festejo en San Martín, que de pasada me dejen en mi casa y que voy a llamar al médico de la familia para que me vea, solo tengan los vidrios bajos para que entre aire, pero estoy bien. algunos como el Turco y otros laderos de la banda del bigote regresaron por Ñacuñán, parte de la ruta de tierra, nosotros por la Ruta 50, la vieja, era tan larga la caravana que transitábamos por los dos sentidos, de este a oeste. No había que esperar llegar a San Martín para la festichola, en Las Catitas y Santa Rosa la gente salía a saludarnos, en Alto Verde nos vitoreaban desde las veredas, porque le guste a quien le guste, todo el Este es de San Martín… ¡lo que fue en la ciudad de San Martín me lo contaron!, me dicen que abrieron las puertas del club hasta esperar que llegaran los jugadores, que la madrugada los encontró a puro festejo, pero como soy hombre de palabra, me bajé antes… y llamé al doctor Montepelusso, el medico de la familia, traté de minimizar el hecho pero tampoco le oculté lo del infarto y lo del desmayo.
“Pucha, que macana Torito”, me dijo el doctor, “estoy viajando a Rosario para un Congreso, pero haga una cosa, mañana, 6 de la mañana se va para la clínica, yo corto con usted y dejo todo arreglado, se hace todos los estudios, radiografiás, electros, lo que haga falta, ni pida turno ni lleve carnet, los papeles que esperen, haga todo urgente y después me lo ve al doctor Riba, lo tiene que conocer si también él va siempre a la cancha. Cuando vuelva le llamo y se me viene al consultorio.”
Así lo hice. Con todos los estudios fui a verlo al Dr. Riva, claro que lo conocía, cuando iba a ver los entrenamientos, más de una vez lo vi llegar al club con su hijita, una rubiecita que iría a patín o hockey, o algo así. Le pasé toda la documentación, los estudios, emitió un silbido y después murmuró. A la mier… entonces me preguntó “Torito, ¿vos que sos de él?”, “No entiendo” respondí. “De este señor, de Roberto Bruno Massieri, el de estos estudios”. “Roberto Bruno Massieri soy yo doctor”… “No es posible, este hombre debe estar muerto, quien se banca dos infartos de miocardio sin ninguna atención en 48 horas, salvo que te hayas muerto y resucitado” (aclaración del que escribe: El médico lo había dicho en forma figurada, exagerando, como cuando ni la ciencia tiene respuestas, pero el Torito no entendió la fina ironía, la sutileza, creyó que el médico hablaba en serio, por eso abrió grande la boca y comenzó a hablar de lo que el siempre había creído que era verdad)
“Con razón, doctor, es así, yo le decía y no me creían, bueno el Fernando si, pero a lo mejor solo me llevaba el apunte. Yo estuve muerto y por eso hice un viaje de varios días en los lugares donde mas feliz estuve, en el primer campeonato ganado por San Martín en 1963, que se repitió en el 66, el primer partido en el Nacional ante el Rojo de Avellaneda que ya tenía dos Libertadores en sus vitrinas, con viento zonda y viendo el partido detrás de la linea de cal con mi viejo, a él le dicen el Toro, yo heredé solo el sobrenombre, pobre viejo, otra cosa no me dejó, ah… también la de ser honesto y no andar con agachadas… después fui a Rosario, cuando los de Central no quisieron recibir los vinos que les regalaban nuestros jugadores, y hasta un hincha de ellos se metió a la cancha, quitarle el invicto a Boca en la Bombonera con aquel gol del Finito Achaval, y también el invicto a River en el Gargantini cuando un referí impresentable nos obligo a usar la camiseta alternativa que no habíamos llevado y tuvimos que ponernos la azul de la Lepra, 4 le hicimos… lo que jugaron el Pocho, el Pancho, bueno todos, hasta el Pato se disfrazó de gambeteador y marcó un gol antológico…. pero el futbol da revancha y le volvimos a hacer 4 ya con la camiseta albirroja y eso que medio equipo de ese River habían sido titulares apenas meses antes con la Selección Nacional campeona en el Mundial 78”… Torito tomó aire para seguir el relato pero el medico, que seguramente tendría otros pacientes esperando, no lo dejó seguir y tomándolo de los hombros le dijo lo que nunca hubiera querido escuchar…
“Mirá Torito, tenés el corazón dañado, muy, pero muy dañado. Estás viviendo de prestado, vos podrías haber muerto en San Rafael, ahí terminaba tu partido, Dios te ha permitido que juegues un tiempo suplementario, que será mas corto que el reglamentario, pero aprovechalo, vas a tener que cambiar tu vida, tus hábitos, hay otras cosas más allá del futbol, la familia, tenes hijos chicos, cuidate… yo te firmo de aquí cualquier certificado médico que necesites, o el doctor Montepelusso cuando vuelva, que es tu medico de cabecera. Mirá mi hermano es abogado, te puede asesorar si tenes que pedir el retiro voluntario en la bodega, pero de hoy en mas, otra será tu vida, todo mas tranquilo, el mínimo esfuerzo… ah… y en eso soy tajante… Nunca, pero nunca más a la cancha, ni siquiera escuchés los partidos por radio… ¿o es mas importante San Martín que tu familia?” preguntó.
Si el corazón estaba dañado terminó de partirse en dos, dejar de ver al club de mis amores al que acompañé desde niños, a todos lados ¿eh?, no solo acá, mirá si habré devorado kilómetros en regionales y nacionales… pero le hice caso y en este tiempo prestado pude ver que se casaban mis hijos, primero la Marta, después el Pepe, si hasta me di el lujo de bailar el vals de los 15 con mi nieta, la Noelia… como no estar agradecido, pero una parte de mi había muerto desde que me prohibieron ir a la cancha.
Pasó un otoño, después otro, y otro, y otro mas hasta que perdí la cuenta. Un día mi yerno, que ya vivía con nosotros (habian puesto una prefabricada en el fondo de mi casa porque el terreno es grande) habló con la familia y consiguió la autorización: íbamos a ir a la cancha, era un partido de mitad de campeonato, con otro de la mitad de la tabla como nosotros, a la platea. Ahí cerquita o debajo de la puerta de entrada a las cabinas de transmisión, “se va a portar bien”, les dijo y me dijo a mi también, nada mas que para que se reencuentre con sus viejos amigos del tablón o del cemento…. y este Torito de andar cansino y músculos cansados un día volvió a la cancha de San Martín….
Subía lentamente las escaleras, mi yerno me llevaba del brazo, cosa que no me gustaba demasiado, miro hacia abajo y ahí estaban ellos, arengando, cantando, colgando trapos, uno me identifica se dan vuelta otros y escucho como un grito de guerra “To-ri-to” “To-ri-to” “To-ri-to”, se me humedecen los ojos, levanto la mano para saludarlos y pienso que si dijo “ellos” es porque ya perdí el sentido de pertenencia, ya no estoy, no soy, son ellos, no “somos”, y me detengo buscando con la mirada el lugar donde siempre me ubicaba, ahí, cerquita del alambrado en primera fila, más o menos donde estaba la tía que puteaba a los rivales, a los árbitros y sus asistentes (jajaja) y el flaquito que ubicaban pegadito a la tela en una silla de ruedas… me prometo volver tengo que practicar mucho eso de subir escaleras… miro al cielo y pienso que hay otra escalera, mucho, pero mucho más larga, la escalera que me llevará al cielo, porque ahí iré, si no he sido un mal tipo, pero subiendo esas escaleras no hay cansancio ni fatiga porque uno sube aliviado de las cargas materiales y de las otras. Ojalá sea un domingo y que la escalera esté acá, en Lavalle y Ruta 7, para de vez en cuanto mientras subo mirar para abajo y ver a los muchos alentar al equipo, a nuestros jugadores… y cuando esté ante su Divina Presencia, decirle “Dios, gracias por todo, recibí más de lo que merecía… Le traigo un presente, ¿sabe? (yo nunca lo tuteé, por costumbre nomas), esto es una de las cosas que más quiero, porque habla de fidelidad, compañerismo, lealtad, sentimiento, amor… bueno, que le voy a decir si Usted sabe todas las cosas…. es la camiseta que usó el Flaco Bertolini en San Rafael la tarde que ascendimos…. tome, Padre Celestial… es suya”
Escrito por Oscar «Chino» Zavala para la sección: