Saliendo de mi casa, tomo mi chaqueta negra, el frío del invierno se hizo sentir últimamente por éste lúgubre lugar, al que llamo hogar. Mas que hogar podría considerase un mero agujero, en un hogar verdadero hay personas, hay comida y se siente ése clima de seguridad y calidez cuando uno entra y es envuelto por un aura protectora, entonces considera la idea de estar allí y compartir el tiempo con gente que uno quiere, o con uno mismo en ése lugar mágico al que llamamos hogar.
Hago el esfuerzo por abrir la puerta, haciendo rechinar las viejas y oxidadas bisagras, el mismo mérito requiero para cerrarla, camino intentando no resbalar por las piedras congeladas que hacen el camino a la entrada de ésa pocilga, entro al coche que no está en mucho mejor estado que la casa, creí haber puesto las llaves en la guantera, al mismo tiempo que recordé dejarlas en mi habitación. Pienso en volver, pero me detiene el hecho de pensar que significaría volver a verla, y aguardo unos segundos.
Finalmente me decido por volver, abro la puerta, suenan las bisagras, entro y agarro las llaves, cuando me decido por salir, mi voluntad se ve superada y me incita a voltear y verla, ahí sobre la mesa de luz de al lado de la escalera, veo esa fotografía, enmarcada con madera de pino algo antigua ya, y en él, su foto, la imagen de María tan fresca como la primera vez que la vi.
Aún recuerdo con gran claridad, y siento en carne viva, el calor que hacía aquel día en esa plaza cercana a mi vieja residencia, me encontré con antiguas memorias, que creía sepultadas en mi mente, Don Pedro, que se acostaba bajo el gran sauce a dormir la siesta, el pasto puntiagudo de aquél lugar, que hacía indispensable una manta para poder pasar la tarde allí. Fue en uno de ésos días cuando la conocí, tan blanca como la nieve, de piel delicada como el cristal y fría como el hielo. Ella caminaba acompañada por aquel Raúl, ése ser despreciable y egocéntrico, todavía siento la enorme alegría que sentí en ése entonces cuando lo vi alejarse de ella en esa misma plaza, con lágrimas en los ojos. Añoro el bailar de su oscuro cabello cuando la veía caminar, con ése paso acelerado típico de mujeres bellas, recordé cuando me encontré con sus radiantes ojos color avellana, el movimiento de sus labios finos y claros, apenas distinguibles de de blancura de su piel, y aún percibo el calor de ellos rozando los míos.
Cierro la casa de un portazo, y emprendo mi camino al auto, con una caminata ligera como intentando huir de aquél recuerdo que me dejaría atrapado allí dentro como si se tratase del canto de una sirena, resbalo con las piedras y caigo golpeándome en un brazo, y abriéndome una herida que pensé que estaba curada, sin darle importancia, subo al coche y arranco.
En el camino voy pensando lo grato que había sido para mi vida el haber convivido con María, siempre fue muy delicada y meticulosa, pocas veces pedía ayuda para los quehaceres del hogar, y cocinaba casi tan rico como mi abuela, lamentablemente es un título que lo tiene la vieja para siempre. Si había algo que realmente le molestaba, era el desorden, por lo que resultaba ser una persona muy pulcra, a veces hasta el hartazgo nunca dejaba ropa sin planchar, ni calzoncillo por lavar.
A medida que recuerdo, se me vienen la mente remordimientos, por el hecho de no percatarme, por haberme dejado llevar por sus cálidas aguas, por sentirme como una flor que descansa en sus campos, tan verdes, y amplios. De lo que no me di cuenta, es que el lugar que ocupaba yo en su corazón, había dejado hace ya mucho tiempo de ser verde, y que en ellos solo quedaba la triste ilusión de una rosa marchita que no pudo terminar de florecer y que lo único que muestra son sus oscuras y puntudas espinas.
Llegué a mi destino, esperé un rato en el coche preparándome para enfrentarme nuevamente con los fantasmas de lo que para mí, ya era pasado. Finalmente, bajo, siento las pequeñas ramas rechinar bajo mis botas heladas, camino a la parte trasera del auto y abro el baúl, nuevamente, la veo. Sus ojos ya no brillan y su piel está más fría que nunca, aunque su imagen no es tan diferente a los últimos días que pase con ella. Sus ojos me intimidan, y delatan su sufrimiento cuando estaba exhalando su último aliento, su último aferro a su delicada existencia, aún siento los apretones que me hirieron el brazo justo antes de perecer, su cuello delata su triste destino.
– ¿¡Por qué María!? ¿¡Por que me obligaste a hacerte esto!? – le digo, como esperando una respuesta clara, que justifique lo que hizo, que explique de alguna manera por que gritó su nombre mientras gemía extasiada en la cama. Que de alguna manera logre aclarar, por que encontré una billetera con la identificación de Raúl Fuertes, en el helado piso de nuestra habitación.
De todas formas eso no importa ya la ilusión quedó atrás y tengo que terminar de resolver éste asunto, me apresuro a enterrar su vacío cuerpo, junto con mi anillo de compromiso. Estoy retrasado, debo apurarme, si mal no recuerdo Raúl sale del trabajo dentro de dos horas, si me demoro podría perder mi oportunidad de encontrarlo, y él se perdería la oportunidad de descansar junto a su amante.
Escrito por Andrés para la sección:
Sanito el muchacho!!! jejejeej muy bueno Andrés!
Andrés, un relato muy bien logrado. Absolutamente recomendable!!!!