La semana pasada me asomé por la ventana y olía a frío y campo. Un momento agradable en el que cerré los ojos para sentir la humedad de la nieve derretida en mi frente y mis mejillas. Por ahí, entre los escondrijos de mi memoria, empezó a picarme algo; un algo que quería salir y no podía, algo que quería seguir oliendo, como si del olor se alimentara. Noté cómo el elemento se solidificaba, se iba convirtiendo en imagen. Por ahí se empezó a formar un cielo negro y estrellado, por allá se empezaron a formar unas higueras de oro blanco lunar, por debajo un mar de grava que crujían a cada paso, por los costados los ladridos de Ricky y Lucy, los ruidos de la zambomba y los cantos de unos villancicos. Finalmente, se formó un recuerdo nítido de una navidad en el cortijo de mi tía Carmela; un recuerdo en el que yo era nada menos que un renacuajo. Me encontraba andando, encogido del helor, oliendo a frío y campo.
Allá en los 69, Karina cantaba: “qué poco significan las palabras, si cuando sopla el viento se las lleva tras él. Y quedan solamente los recuerdos, promesas que volaron y no pueden volver”. Las palabras poco significan, desde luego, si nunca quedan escritas y, aun así, las palabras poco importan; lo que de verdad importa son los sentimientos que esas palabras invocan, los sentimientos que esos olores resucitan. Esos sentimientos son los que nunca se olvidan.Así decía Guy de Maupassant: “¡No lean nunca las cartas de otros tiempos! ¡No recuerden viejas memorias!”Pensando en ellos, diría que en parte tiene razón; los recuerdos pueden ser fraudulentos, pues a menudo despiertan nostalgia.
¿Por qué es mala la nostalgia?Os cuento. Hoy escuché hablar de France Gall, una cantante yé-yé que ganó Eurovisión en 1965 con su canción “poupée de cire, poupée de son” (ver video). Al escuchar la canción, sepa quien sepa por qué, me vino un sentimiento de nostalgia, como si yo echara de menos los años sesenta, habiendo nacido yo en los noventa. La nostalgia es traicionera, una inteligente mentirosa que disfraza el pasado y lo convierte en una época más feliz. Así Karina dijo: “buscando en el baúl de los recuerdos, cualquier tiempo pasado nos parece mejor”. La memoria es un baúl de nostalgia, a ello se refería Guy de Maupassant.
Al recordar mi infancia y mi adolescencia, a menudo recuerdo cosas de las que me avergüenzo profundamente. Como Karina dijo, “promesas que volaron y no pueden volver”. El pasado, como todos sabemos, es irrepetible. Uno hace las cosas y las cosas quedan hechas; nuestro arrepentimiento y el perdón de nuestros seres cercanos son lo único que puede calmar nuestro sentimiento de culpa. Sin embargo, estemos en paz o en guerra aún, las acciones no se pueden borrar de nuestra memoria ni de la historia; carta en la mesa pesa. No cabe duda de que, si en el pasado hubiera leído más, hoy sería un mejor escritor; si en el pasado hubiera planeado mejor, hoy tendría muchísimos menos problemas; si en el pasado hubiera cuidado a mis amigos, hoy tendría más de ellos; si en el pasado hubiera escrito un diario, hoy tendría miles de experiencias que contar, pues muchas han caído en el olvido; sien el pasado… En fin. El tiempo da para tanto que, desperdiciarlo, se convierte en el mayor derroche cometido. Como dije antes, en otro artículo: el dinero va y viene, el tiempo no.
Al pensar en estas cosas, se me ocurre una preocupación mayor que la nostalgia y mis faltas del pasado. Pienso en mi yo futuro, me pregunto cómo pensaré de mí presente actual, es decir, de mi futuro pasado. ¿Estaré satisfecho? ¿Me arrepentiré? ¿Estoy desperdiciando mi tiempo ahora? Aquí viene la conclusión de este artículo:
La vida es breve, tanto que se va cuando uno no lo espera. Vivimos tan preocupados por nuestra futura situación económica que nos olvidamos de cambiar el mundo a través de nuestros sueños. Sólo se nos da una oportunidad para ser quien queremos, sólo se nos da una vida para alcanzar lo que anhelamos,sólo un promedio de 71 años para cumplir nuestras más atesoradas aspiraciones. Nada más.
Lo único que espero de mi yo futuro es que, cuando vuelva la mirada al pasado, no vea una vida de sueños heridos de muerte ante la rendición. Espero que, en mi lápida, entre otras líneas, haya una que diga:
“Vivió persiguiendo sus sueños”.
Amigo mio, me hace usted pensar mucho. Y digo yo que siendo joven como deduzco sus palabras son demasiado concluyentes. Espere lo inesperado como el joven saltamontes en el monasterio budista.
Ah, perdone usted no conoció a David Carradine en la serie King fu, es de los 70.
Que recuerdos.
Como siempre un placer y una sorpresa leerle.
Muchas gracias!
Pero yo conocí a David Carradine (que en paz descanse) en Kill Bill 😀