De pronto apareció por el marco de la puerta. Estaba completamente desnuda. A Fran se le cortó el aire, le temblaron las piernas al punto de empezar a caerse como un edificio que se derrumba, no las podía sostener derechas. Tanta piel descubierta, tanto cuerpo todo rosado, las curvas de ese cuerpo empezaron a oscurecerle la visión, sentía que se estaba desmayando, ¡pero no era el momento! Su cuerpo se apagaba y continuaba intentando mirar esa silueta que desfilaba para él. No pudo más y bajó la vista al piso. Se miró los zapatos y, como si acabase de empezar, sintió el chorro fuerte de tanta lluvia que en ningún momento había menguado. La sangre volvió a circular por su cuerpo, los ojos le picaron y vio estrellitas reventar en sus retinas. Sus piernas reaparecieron, se volvió a erguir y levantó la cabeza.
Ella caminaba sin disimular mucho que solo estaba exhibiéndose para él. Abrió la puerta del ropero y empezó a mirarse, la abrió más y Fran pudo ver el espejo que ocupaba toda la hoja, y entonces se puso de frente al espejo y Fran la vio por delante desde el espejo y por detrás. La cola, las dos redondeces de su cola rosada lo perturbaban mucho. Una mano de ella se retiró hacia atrás y se tocó un cachete y otra vez sus piernas empezaron a temblequear. No dudó, bajó la mirada al piso y otra vez volvía a sentir el agua, los ojos aclarándose, y levantó la mirada. Ella se ponía de perfil, de frente hasta que se dio vuelta y quedó de espaldas al espejo, mientras se miraba girando únicamente la cabeza. Fran era una fogata suave, una hoguera completa que no quemaba pero ahogaba del calor, consumía. Ella se acomodó el pelo y volvía a pasar sus manos por la cola redonda.
Cuando Fran empezaba a dejar sus compulsiones, cuando ella parecía quedarse en esa posición y Fran empezaba a comprender lo que estaba pasando, cuando empezó a sentir la lluvia, cuando pasaban los segundos y él seguía en la ventana y ella en el espejo, ella, así de desnuda, así de rosada, con sus manitos acariciándose la cola, giró la cabeza y lo miró a Fran directo a la cara.
* * *
El Mediterráneo era un espejo. Calmo, tibio. No había embarcaciones cercanas al inmenso yate que viajaba a muy escasa velocidad. En la proa una reposera sostenía el cuerpo delicado de una mujer que parecía recibir el calor del sol encantada. Un hombre de uniforme blanco salió por una puerta a estribor y se le acercó hasta un metro donde ella descansaba.
-Llamó el señor Eduardo Cortés para comunicarle que acepta la oferta por el paquete accionario de las dos empresas petroleras.
El hombre calló y ella bajó sus anteojos y lo miró.
-Sí, ¿y…?
-Bueno, dijo eso y que puede acercarse a Brewster para firmar los papeles.
-Sí, ¿pero a qué Brewster?
-Brewster Roma.
Ella continuó con la cabeza hacia el uniformado pero con la mirada en el amplio cielo turquesa.
-¿Dijo las petroleras o las empresas de insumos de petróleo?
-Las petroleras, señora.
-Ok, llámelo y dígale que el jueves que viene nos encontramos en Brewster Roma para firmar todo, y no se olvide de mencionar que es por las dos petroleras.
Mientras el uniformado se retiraba la mujer se acomodó los anteojos y sonrió divertida.
-El “señor Cortés”… ¡Qué harías sin mí, Eduardo…!
Y calló, y el Mediterráneo volvió a ser una vez más el mudo testigo de la historia de los hombres.
* * *
Javier Lozano se levantó con una sonrisa apenas se abrió la puerta de su despacho.
-Pase, por favor. La estaba esperando. Acabo de cortar con Cristián Martínez Kelly que me dijo que estaba viniendo para acá. ¿Así que usted es curadora de arte…?
-Sí, de verdad le agradezco que tenga este tiempo para darme.
-Por favor, al contrario, nos interesa mucho su propuesta, bah, según lo que me comentaba Cristian por teléfono. Soy muy amigo de Cristian y no dudé en la recomendación que me hizo sobre usted.
Lozano no pudo evitar mirar la delgada cintura que remarcaba un cinturón de cuero color crema, ni la camisa blanca embolsada donde debían estacionarse a perfecta temperatura dos tetas que Miguel Ángel hubiese dado un brazo para esculpirlas en un carrara perpetuo.
-¿Entonces usted quiere ocuparse de que acá, en Brewster, tengamos expuestas diferentes obras de arte nacionales? ¿Es así? Cuénteme un poco.
-Bueno, en realidad mi idea era promocionar a artistas argentinos desde Brewster, sabiendo que esta compañía tiene un bajo perfil, buen gusto, pero que al mismo tiempo es multinacional y podemos llevar obras de nuestros artistas al exterior. La empresa no dejaría de ser solo un sponsor, pero en el mundo del arte se conocería su trabajo en pro de su difusión, algo que está resultando complicado en estos tiempos para muchos de artistas excelentes, y pondría a la empresa en un lugar de privilegio respecto del arte. Es un ida y vuelta muy bueno para las dos partes.
-Desde ya, me encanta la idea. ¿Cómo piensa comenzar con esto?
-Bueno, mañana puedo traerle un organigrama con los pasos que pienso seguir y usted me lo aprueba o corrige según le parezca…
-¡Perfecto!
Lozano agarró unos papeles del escritorio, los cambió de lugar, abrió un cajón, no se le ocurría otro tema para que esa belleza se quedase más tiempo con él, pero la mujer era tan concreta que todos los temas le parecieron tirados de los pelos.
-Bueno –dijo resignándose a terminar con ese breve encuentro-, entonces quedamos así.
Ella se levantó y sus piernas florecieron naranjas desde el horizonte del escritorio, y Lozano volvió a titubear.
-Perdón, yo la escuché nombrar en alguna parte, ¿usted publica en alguna revista, o tiene algún programa de televisión…?
Ella sonrió y su pequeña boca se estiró embelleciendo aún más una mandíbula delicada.
-Probablemente a usted le suene mi nombre porque mi novio trabaja en esta empresa.
Lozano se puso serio y la miró fijamente a los ojos.
-Camila Llorente, la novia de Francisco Martínez, pero… le pido mil disculpas, claro que la escuché nombrar varias veces, ustedes se están por casar…
Cami bajó su cabeza y la cascada suave de su pelo lacio fluyó hacia adelante cubriendo como un telón la camisa embolsada, y lo volvió a mirar a Lozano por debajo de sus cejas, cabizbaja.
-No me gustaría que digan que entré a Brewster por ser la novia de Fran. Con él hicimos un acuerdo en que nunca hablaríamos sobre nuestros respectivos trabajos en la empresa. Le ruego que usted no hable con Fran sobre esto. No es que vaya a pasar algo, pero es para proteger nuestra pareja. Él no sabe que estoy acá, y prefiere no saberlo.
Lozano bajó la cabeza, se irguió, torció su boca y en su postura solemne aseguró que todo quedaría “entre ellos”. Cami se dio vuelta y Lozano miró con más ganas la falda marrón oscura que tallaba un culo de epopeya. El “entre ellos” le había asegurado un vínculo más íntimo. Antes de cerrar la puerta Cami giró y lo volvió a mirar.
-Cualquier cosa puede llamarme al celular.
-Gracias, Cami.
* * *
-¡Fran! ¡Te busca una mina en la recepción! –le dijo Gustavo asomando por la puerta de su oficina.
Fran salió y la encontró a Verónica de pie observando la lámina de “Madame Monet y su hijo” que colgaba entre las butacas de la sala de espera. Como todavía ella no había advertido su presencia, sin quererlo, la miró con más atención. Su pelo espeso estaba suelto y cubría parte de la espalda de su saco borgoña, debajo de este una solapa negra salía y descendía en una curva feliz sobre los pechos y volviendo a pegarse al cuerpo en la cintura. Su cadera estaba tan… ella giró y lo miró.
-¡Martínez! Me mandó el señor Pranna que lo quiere ver.
-Gracias, Verónica.
La oficina de Pranna seguía tan frugal como una manzana de postre.
-Fran, cómo estás. Oíme, necesito que estés en una reunión muy importante. ¿Cómo venís de tiempos?
-¿De tiempos? Mis tiempos son los tuyos, Rafa. ¿Qué tengo que hacer?
-Bueno, hacer no mucho. Tenés que estar. Vas a ir en representación mía, y allá te van a dar instrucciones para mí de cosas que tengo que resolver acá.
-Perfecto, ¿cuándo y dónde?
-Este jueves, en Roma. Te vas por una semana.
(Continuará…)
Fuente imágenes:
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