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Caleidoscopio: «¿No confías en mi?»

La mesita de plástico estaba escondida por un mantel blanco con bordados también blancos, y sembrada de platitos y cubiertos. Unas flores cortadas del único cantero del patio y colocadas en un frasquito simpático enfundado hasta la mitad con un género bordó, servilletas del mismo color, unos individuales plásticos con fragmentos de periódicos chinos muy lindos, y tres farolitos con velas alrededor de ellos que colgaban de unas vigas finas que añoraban una parra. La noche era suave y tibia. Si uno pudiese desconectarse de la realidad el lugar parecía ser el patio de una casa en alguna ciudad costera, con los únicos ruidos del viento y de alguna casa vecina. La tarta de atún y choclo que había preparado Miguel, con el toque de huevo rallado era perfecta para el Cabernet Sauvignon que reposaba en sus copas. Cami hacía un rato que lo miraba, pero Miguel solo lo notó cuando ya estaba hablando. 

-Bueno, ahora nos toca la segunda parte del plan: recuperar a Fran. 

Cami sintió que se le avinagraba el vino en su lengua. 

-¿Por qué decís eso? 

-Porque así lo planeamos. 

Cami lo seguía con la mirada dura, pero Miguel seguía comiendo y mirando su vino. 

-Es que no sé si quiero recuperar a Fran. 

-La idea –continuó Miguel mirando su tarta- es que armemos un encuentro en la oficina, cuando él esté en su escritorio. Entonces vos pasás… 

-¡Miguel! -Miguel levantó los ojos y dejó en paz su bocado- ¿No me escuchás? 

-Claro que te escucho. 

-Y por qué seguís con el plan de recuperar a Fran si te estoy diciendo que… 

-Que no sabés si querés recuperarlo. 

-Sí, exacto. 

-El “no sé” para mí no significa nada. Yo solo registro el “quiero” o el “no quiero”. Y mientras no te decidas yo sigo con el plan. Andá a saber cuánto tiempo te puede llevar a vos saber lo que sentís o no por Fran. 

Cami no supo qué decir. Era cierto lo que decía. No podía decir nada sobre Fran, por fin había logrado no pensar en él pero se sentía como en un vacío, en un páramo extraño y ajeno en donde sabía que no quería estar. 

-Lo nuestro con Fran está muerto desde hace un año, que fue cuando él, para arreglar ese vacío que sentíamos, me propuso que nos casemos, y a mí me encantó la idea. Sentí que tomaba las riendas de la pareja y la llevaba. Pero a los meses volvió a ausentarse… no a faltar él, sino a no estar con su corazón presente… 

-¿Por qué sentían ese vacío? 

-No sé, íbamos a casarnos hace un año y medio y se frustró el casamiento, y después de eso empezó a morirse la relación, no sé por qué, bah, no sabíamos por qué, él tampoco sabía. Los dos queríamos levantar la pareja pero se iba vaciando poco a poco, lentamente pero imparable. 

-¿Y entonces? 

-Fran propuso poner una nueva fecha para casarnos, y resucitamos los dos, la pareja volvió a ser una alegría, nos moríamos de ganas de estar juntos como cuando nos conocimos… 

-¿Por qué se frustró el casamiento? 

-No sé, Fran no se sentía preparado. 

-Entonces no se frustró el casamiento, Fran lo frustró. 

-Sí, Fran lo frustró. 

-Y ¿por qué aceptaste su nueva fecha para la boda? 

Cami miraba fijo el plato. Las preguntas eran tan simples, sin embargo jamás se las había hecho. 

-No…, no sé. Es que nunca entendí por qué Fran sintió que no estaba preparado para el casamiento. Nunca entendí qué le pasó. ¡Nos divertíamos tanto, nos llevábamos tan bien…! 

-Y con la nueva fecha todo pareció arreglarse. 

-Claro, con la nueva fecha todo volvió como antes pero solo por unos meses, después volvió como a apagarse, a adormecerse, volví a sentirme insegura, él no parecía… 

-¿No parecía qué? 

-El no parecía convencido… convencido de querer casarse conmigo. 

-Yo podría jurarlo con un escribano enfrente que no quería casarse. 

Cami lo miró. Sus manos estaban tensas sobre los cubiertos a los costados del plato como si estuviese por levantarse de la mesa. 

-Sí, puede ser. Pero si no quería, ¿por qué insistía? ¿Por qué seguía intentando que funcionase? 

-Bueno, vos misma me decís de que la pasaban bárbaro juntos, lo que pasa es que ustedes se querían muchísimo, pero no se amaban, y probablemente él tampoco lo sepa. Él debe estar convencido de que ustedes se aman y tampoco entiende lo que les pasa. 

Por unos segundos solo se escucharon los cubiertos de Miguel sobre su plato. Cami miraba su tarta moverse con los cortes del cuchillo. 

-¿Y vos cómo sabés si nos amábamos o no? 

Miguel la miró. 

-No digo que lo sepa, es lo que me parece. Yo solo sé que vos no estás enamorada de Fran. 

-¿Qué no est…? ¿Y cómo sabés que no? 

-Porque estás muy contenta comiendo conmigo, y a mí casi no me conocés. 

-Bueno, pero… vos sabés que sos un tipo interesante, no me digas que no… 

Miguel sonrió mientras giraba nuevamente la tarta en su plato. 

-…que la esé pasando bien no significa que no pueda amar a Fran. 

-No es porque no la estés pasado mal, sino porque el único que trajo a Fran a esta casa fui yo, en cambio una mujer enamorada, aunque no lo nombre, siempre lleva a su enamorado a todas partes. Es algo magnético, una energía que no hace falta mencionarla. Son detalles, mínimos, cositas que va haciendo la mujer que traen una y otra vez a su enamorado esté donde esté. 

Sí, Cami pudo sentir eso. Ella no lo llevaba a Fran encima. Ya no. Pero no pudo confirmarlo, decirlo, ponerle palabras a ese descubrimiento era quebrar una manera de vivir de años. Necesitaba desmenuzar, procesar esa idea enorme que le acababa de explicar Miguel. Tomó sus cubiertos y empezó a cortar la tarta de su plato. Estuvieron callados dos, tal vez tres minutos. 

-¿Activamos el plan para recuperar a Fran? 

Cami le entregó sus ojos, y una sonrisa casi imperceptible. 

-No, no quiero recuperar a Fran. 

-Entonces Activemos el plan para sacar a Fran del camino. 

-¿Sacarlo del camino? No hace falta, Fran es un tipo normal, no va a hacer un escándalo ni nada por… 

-No, Cami, no se trata de Fran, se trata de vos. Tenés que resolverlo, lo quieras recuperar o dejar, tenés que resolver la relación para poder seguir adelante. 

-No quiero resolver nada, no hace falta, Fran en algún momento va a llamar y yo… 

-No, Cami. No es así. ¿No confiás en mí? 

-¡Sí, pero te estás metiendo en mis decisiones! 

-Desde que entré a tu oficina que me estoy metiendo en tus decisiones, y vos me diste permiso. Haceme caso, resolvamos lo de Fran. Terminá con Fran. 

-Es que ya está terminado, a él le pasa lo mismo… 

-Cami, necesito que lo hagas, para mí no es lo mismo. 

Cami se enderezó en su silla y lo miró ahora un poco más de lejos. 

-¿Para vos no es lo mismo? Y ¿por qué te importa tanto a vos, Miguel? 

-Porque yo me comprometí a resolver tus problemas, Cami. Y que a vos ahora te parezca que están resueltos no arregla las cosas. En un tiempo me vas a volver a hablar de este problema y no se va a arreglar nunca. 

-O sea que vos querés terminar rápido conmigo para exportar tus esculturas y listo, ¿no? 

Miguel tomó un trago de su vino. 

-Cami, yo ya puedo exportar mis obras, con vos o con otro. Solo estoy cumpliendo mi parte del trato. 

Por un momento Cami lo sintió tan frío a Robles que le dio una sensación de asco, no lo reconocía. Se sentía como una mercancía, como algo interesante para una transacción. 

-No me costaría nada que dejes pasar lo de Fran –siguió Miguel- y sigamos adelante, pero me interesa que además de resolver tus problemas seas feliz, Cami. No me alcanza con arreglar lo que estaba roto, quiero darte herramientas. No te voy a forzar, si no querés resolver lo de Fran, seguimos, pero me voy a esforzar de otra manera. Las cosas no se arreglan haciendo solo lo que te interesa, se arreglan enfrentando lo que te aterra encarar. 

Cami volvió a sentir que el Miguel que le hablaba era aquel simpático seductor que la había envuelto en su sonrisa. Y ¡cuánto le gustaba ese Miguel! Ese sabio Miguel que hablaba sin vueltas, pero en el que siempre sentía que podía confiar. 

-Muy bien, arreglemos lo de Fran. ¿Qué tengo que hacer? 

-¡Muy bien, Cami! 

Cami se rió, apoyó su mentón sobre sus manos acodadas en la mesa y lo miró fascinada. 

-Llamalo ahora y decile que no querés seguir con él. 

Cami se irguió con sus ojos redondos. 

-¿Qué? Miguel, ¿vos querés que lo llame ahora y le diga…? No. No, Miguel.  Fran no se merece eso. Tengo que hablarlo personalmente. No sé, tenemos que… 

-Cami, llamalo y decíselo. Decile que necesitabas decírselo ahora, que si él quiere se pueden juntar a hablar, pero decíselo ya. Si no se lo decís ahora y por teléfono, no vas a poder. 

-¿Por qué crees que no voy a poder? 

-Porque cuando lo veas vas a volver a recordar al Fran que ya no existe, y te vas a olvidar de mi sonrisa que viste un par de veces nomás. 

Cami sintió algo en el estómago. No llegó a ser excitación, pero que Miguel manejase tan bien los deseos femeninos le produjo una leve calentura. Tenía razón, tenía razón con lo de Fran, pero también tenía razón respecto a su sonrisa. Era una sonrisa hipnótica, pero la distancia la borraría un poco, la haría menos potente. La distancia sumando a estar con Fran en frente Miguel quedaba en el recuerdo. ¿Cómo podía saber tanto de él mismo? ¿Cómo podía saber que su sonrisa era un adorno, un…? 

-¿Cómo sabés eso, lo de tu sonrisa? ¿Las mujeres que pasan por tu vida no te recuerdan? 

Miguel sonrió, y se rió, y rió un poco más fuerte. 

-Cami, llamalo a Fran, dale. No pienses tanto, levantá el teléfono y llamalo. 

Cami agarró el teléfono, sus manos empezaron a temblar, apretó una tecla, otra, y se puso el teléfono en la oreja. No hablaba pero sus ojos se humedecieron. 

-¿Hola, Cami? 

-¿Fran? 

Miguel se levantó de la mesa, tomó los platos y se fue a la cocina. 

-Sí, Cami, ¿cómo estás? 

Los ojos de Cami se empañaron, veía solo manchas a través de las lágrimas que se amontonaron en sus ojos. 

-Fran… 

No le salían las palabras, no estaba preparada. Fran hablaba pero no le entendía bien, sintió que su pecho se apretaba, quería cortar y llorar, quería gritar, pero lo tenía a Fran en la línea después de bastante tiempo sin llamarlo. No podía cortar. 

-Cami, ¿estás bien? 

Abría la boca, movía los labios sin voz, sus lágrimas se mezclaron con las mucosidades y toda su cara era un brote de llanto y tristeza, de angustia.  

-Cami, ¿esás ahí? ¿Dónde estás? ¿Te pasa algo? 

-Fran, perdoname, perdoname… 

-¿Qué pasó, Cami? 

-Perdoname, Fran… 

-Cami, ¿qué pasó? 

-Fran, no quiero que sigamos con lo nuestro, no quiero, perdoname, Fran, pero no puedo, no puedo seguir… 

Su voz se atragantaba con la correntada de fluidos que salían y brotaban por todas partes. 

-Fran, perdoname… 

La voz de Fran ya no se escuchaba, solo el trabajo de respirar entre el llanto y los mocos de Cami. 

-Fran, no sabía cómo decírtelo, no sabía lo que sentía, perdoname, no quiero seguir, no quiero… 

Durante un rato los teléfonos solo transmitían el llanto desconsolado de Camila. 

-Está bien, Cami. Está bien. No te pongas mal. Está bien. 

-Si querés que lo hablemos cara a cara lo hablamos, solo que necesitaba decírtelo, Fran, necesitaba decírtelo… 

-No, Cami, no hace falta. Por ahora no hace falta. Después, más adelante lo hablaremos. Chau Cami. 

 

Fran cortó y se quedó sentado en la cama de su casa. Su valija sin abrir aún estaba en la puerta. Acababa de llegar y el llamado de Cami le ganó por unos minutos al suyo. El mundo entero giraba alrededor de su cabeza. Miró la casa, caminó… Tenía que irse. No importaba si le correspondía a él o a ella quedarse con el departamento, él se tenía que ir. A él el mundo lo estaba echando del trópico de los estables y ordenados. Sentía que el planeta lo había traicionado, que él se aguantó estar con Verónica, que quiso luchar por su pareja y antes de poder empezar, todo se derrumbaba de manera insalvable. 

Sin darse cuenta su valija estaba abierta y sacaba ropa de los roperos. Se iba. Escribió una nota en un papel, “En otro momento vengo por lo que falta, te quiero, Fran”, tomó agua de la heladera, salió al palier y cerró la puerta de la casa. Se vio parado con la valija. Bajó en el ascensor, salió a la calle y sintió que todos los ruidos de la ciudad y del tránsito estaban esperándolo. Caminó sin saber a dónde ir, una manzana, dobló, siguió, dobló, todo era tan confuso, hasta que llegó a una plaza donde encontró un banco, apoyó su valija encima, y se sentó. 

 

(Continuará…)

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