/Claroscuro: Capítulo Final – Oscuro

Claroscuro: Capítulo Final – Oscuro


 

 

 

– Bueno, acá voy…

Clara suspiró fuerte y contuvo las lágrimas, pero sólo fue un instante. El instante en el que desgranó las primeras palabras:

– Antes que nada quiero pedirle disculpas. Disculpas por desaparecer de ese modo. Por no tratar de buscarlos aunque sea para dar señales.

El río de lágrimas empezó a brotar desde su ojo derecho primero, luego de un segundo lo siguió el izquierdo. Para el tercer segundo, ya era un mar de llantos. Intentaba seguir la charla, pero se ahogaba y las palabras se le trababan. Los cinco amigos la escuchaban, la veían, pero no la contenían. Habían esperado 21 años en escuchar las palabras de Clara, y a estas alturas no sabían si una disculpa era lo que necesitaban.

Con una bocanada de aire y la mirada alta en el cielo, la mujer retomó:

– Cuando todo terminó, me llevaron lejos, terminé en Chubut, con una prima de mi papá. Yo no tenía idea de su existencia, pero era eso o el orfanato…digan que apareció este familiar lejano y me reclamó. No sé qué hubiera pasado si….-hace una pausa y todo se silencia.

– A Chubut…- Fernando es el que dice las primeras palabras desde el grupo de varones. Intenta que Clara retome su charla.

– Sí. Chubut – dice la muchacha. – El tema de mi tío se transformó en tabú. No se podía nombrar…cuando intentaba explicarle a mi tutora sobre ustedes, sobre tener un contacto, me mandaba a callar. Al cabo de uno años, desistí.

– Nosotros al cabo de unos años, terminamos en terapia.- Mauricio recriminaba, pero a la vez reflexionaba: – No digo que sea tu culpa, para nada. Pero nunca nos dijeron nada, ni los allegados a tu casa, ni nuestros viejos, ni la policía. Parecía como que todos querían dejar pasar por alto el hecho de que habíamos….

– Asesinado a un tipo…- completaba Pablo.

– Ustedes no asesinaron a un tipo.- les decía Clara –Asesinaron a un monstruo…

Ninguno de los seis participantes de la charla supo que decir después de esa frase. De a poco todos entendían que habían hecho…de a poco tenían que rearmar un rompecabezas que dejaron a medias hacía ya más de dos décadas.

– Cuando cumplí 18 años – retomó Clara – la justicia vio bien otorgarme una retribución; descongelar unas cuentas de mi tío y hacerme única heredera. Desde ahí he vivido sola, yendo de acá para allá.

– ¿Y nunca trataste de buscarnos? – preguntó firme, Juan, el más pensativo de los cinco.

– Sinceramente no sabía cómo hacer, cómo encararlos. No sabía cómo iban a reaccionar. Y mientras más lo posponía, peor era. Procrastinar creo que se llama, ¿no?

El llanto de clara había cesado. Ahora una firmeza extraña había vuelto a su tono de voz.

– Nunca tendrías que haber dejado pasar tanto tiempo, Clara – arremetía Gonzalo, a punto de quebrarse. –Vivimos años a la sombra de un fantasma. Años.

– ¿Eso es todo?- Preguntó Fernando.

– Eso es todo. Después conocí a Milagros, nos hicimos amigas… y como el mundo es un pañuelo, bueno, acá estoy. Perdón si esperaban algo más, perdón si decirles “gracias” ahora, después de 21 años, no sirva para mucho.- contestó Clara.

Pablo apretó los labios, dio media vuelta y empezó a caminar con dirección al salón sin mirar atrás. Gonzalo pensó en decir algo, pero quedó en intentos. Mauricio apretó el hombro de Gonzalo y suspiro fuerte. Fernando asintió con la cabeza, cerró los ojos, negó en el aire y dijo:

– No se trata de decir gracias… ¿gracias por matar un hombre? Está bien, te salvamos de un monstruo como decís vos…pero vivimos veintiún años pensando en que te había sucedido, en qué te pasó en la Casona de la Alberdi. Y ahora nos encontramos con más dudas que certezas…no respondiste nada Clara. Sólo puedo decir que me alegro de verte bien, me alegro que hayas podido reconstruir tu vida…que sigas con buena vida Clara.

Clara intento decir algo, pero Fernando, Mauricio y Gonzalo ya habían comenzado a retirarse.

Quedaron frente a frente Clara y Juan. A lo lejos, por la entrada del parquizado, el Nissan último modelo se asomaba para recoger a Clara.

– Me voy, Juan. Perdón, hice mal en aparecer, hice mal en tratar de explicar. Me voy a París y ya no creo volver a Argentina. Todo me hace mal acá.

El Nissan llegó junto a los dos, un chofer alto bajó del asiento del conductor, y le abrió la puerta trasera a Clara, acto seguido volvió a subirse al vehículo. La mujer le dio la espalda a Juan y caminó segura al auto, cuando estaba a punto de subirse escuchó que el hombre le decía:

– No.

La mujer dio media vuelta y lo miró:

-¿No? – preguntó Clara.

-No.

Ambos se quedaron a un par de metros mirándose. Clara confundida, Juan recto, con la mirada templada en acero.

– No me creo nada de eso, Clara.- le dijo Juan.

– ¿Cómo? – La mujer volvió en sus pasos y quedó frente a frente con su amigo de años atrás.

– No puede ser que hayas vuelto para decirnos algo que conocemos casi en su totalidad. No me creo que hayas vuelto justo ahora por casualidad…por una amiga en común. Me parece que no es así. Me gano la vida leyendo y editando libros, Clara. Y si hay algo que tengo claro, es que los finales nunca son lo que parecen ser.

– Estás loco. Y estas desvariando ¡La vida no es un libro! – contestaba la mujer, que abría grande los ojos en la última frase.

– La nuestra si, Clara. Nuestra vida ha sido una novela desde que te conocimos. Ha tenido baches, se ha tornada aburrida…pero ha sido siempre una novela oscura, girando alrededor tuyo. Y por eso te digo que no. Que no puede ser. No puede tener este final.

La mujer miró a Juan con ojos extraños. En su mente había una mezcla de confusión que Juan notó rápido.

– Hace 21 años nos ignoras ¿Y de repente hoy decidiste aparecer para decir nada? Yo te digo “NO”, un rotundo “NO”

– Estas…loco. Estás loco. – Clara miraba ahora con miedo a Juan.

– ¿Clara, tu tío abuso de vos?

La pregunta fulminó a Clara. Si había algo que no esperaba era que la acorralaran así, de tal forma que se quedó sin palabras.

– ¿Clara…tu tío abuso de vos?- insistió Juan, que no le despegaba la mirada de encima.

La muchacha entonces, empezó a llorar, pero no eran las mismas lágrimas que al inicio de la charla. Eran lágrimas de sinceridad. Sinceridad descubierta.

– N…No. Pero, pero…me trataba mal.

– ¿¡Tu tío te trataba mal?!- Juan estaba firme, sabía que había recibido un baldazo de agua fría, pero como el mejor de los boxeadores, aguantaba el golpe. –¡¿Te trataba mal?! ¿Qué? ¿No te dejaba salir?…que más te hizo ¿te golpeo alguna vez? ¿Te maltrató?

– No. ¡Nunca me hizo nada! ¿¡Contento!?- Clara confesaba entre lágrimas.

– ¿Viniste a decirnos la verdad y no pudiste, verdad? Al menos dame esa satisfacción. Clara ¡Matamos a un tipo por vos! ¡Y ahora me estoy enterando que a un tipo inocente! Concédeme eso, al menos ¡Decime la verdad, Clara! ¡De una vez por todas!

La charla eran gritos y llantos. Clara estaba derrumbada emocional y psicológicamente. Juan, más fuerte que nunca, arremetió el último recurso.

– Clara, ya está. Que esto termine. No nos vas a devolver 21 años. No nos vas a devolver la adolescencia ni nos vas a sacar los fantasmas. Pero al menos dejanos manejar el resto de nuestras vidas sin depender de vos.

Entre llantos, Clara empezó a reírse. Se reía como se ríe el mejor de los pacientes psiquiátricos:

– ¿La verdad? ¡La verdad! La verdad es que yo sabía que mi tío tenia guita. Y mucha. ¿Por qué te pensas que nunca quería a nadie cerca de la casa? La verdad es que siempre quise ser independiente y vivir solo para mí. La verdad es que me vinieron como anillo al dedo. La verdad es que no planee jamás el asesinato de mi tío, pero cuando me enteré que habían irrumpido en la casona del Alberdi, aproveche la oportunidad. El tipo no me importaba. Nadie me importaba. Tenía que aguantar un par de años para poder echar mano a esa plata y ser, por fin, libre. ¡Querías la verdad! ¡Esa es la verdad! ¡Esa es la puta verdad! – Y volvió a reír como el villano perfecto de una novela retorcida. Una carcajada ácida, mezclada con el llanto histérico.

Juan se quedó en silencio unos instantes, pero sin darse cuenta empezó a llorar con bronca mientras rechinaba los dientes.

– Andate Clara. Andate de una vez por todas de nuestras vidas.- dijo.

– ¿Querías la verdad?- Clara dio vuelta la pelea y la puso a su favor con una frase que lo cambio todo: – ¿Querías la verdad? Ahora sos dueño de la verdad. Queda en vos decirle al resto de tu grupo de amigos. Queda en vos ser el que aclare los tantos y les quite el título de “héroes” a medias que ahora tienen, y transformarlos en simples asesinos. Sos dueño de la verdad, Juan. Felicitaciones.

Clara le tiro un beso psicótico con la mano y se subió al Nissan que arrancó sin prisa y se perdió en el horizonte.

Juan se quedó inmóvil, parado como una estatua por varios minutos hasta que sus piernas no aguantaron más y lo derrumbaron, cayó de rodillas rendido al suelo y empezó a llorar con mas fuerza.

Desde el salón; Gonzalo, Fernando, Pablo y Mauricio observaron a varios metros a un solitario Juan, arrodillado sobre el pasto y salieron a su encuentro.

Cuando llegaron lo encontraron llorando desconsolado. Tardaron varios minutos en calmarlo:

– Ya está Juano, no pasa nada.- Decía Mauricio.

– Si Juan, no pasa nada.- acotaba Fernando.

– Vivimos veintiún años así, ya pasamos lo peor. Podemos seguir viviendo tranquilos, no te pongas así. Deja que tenga buena vida, que ya bastante mal la paso.- Acotaba Gonzalo.

Juan miró a sus cuatro amigos que lo escoltaban hasta el interior y entendió que ninguno sospechaba nada. Que todos se habían quedado con las últimas palabras de Clara, y no con la repugnante verdad.

– Sí, déjala que tenga buena vida. Y esperemos ya no volver a verla- decía Pablo.

Juan volteó por sobre su hombro y miró el horizonte. Buscó un auto Nissan último modelo, buscó a una despampanante mujer de vestido rojo. Miró por sobre su hombro buscando a la niña nueva del barrio, la que llegaba a vivir a la casona de la Alberdi. Miró por sobre su hombro buscando que le devolvieran un pasado.

Cuando volvió la vista al frente, vio a sus cuatro amigos que lo miraban con sonrisas grandes, ya más despreocupados. Vio a sus cuatro amigos de toda la vida, que lo acompañaron en las malas y en las buenas. Y entendió que ser dueño de la verdad, era una mochila que iba a cargar por ellos y por nadie más.

– Ojala no la veamos nunca más, muchachos. Ojala.