/Compañía S.A.

Compañía S.A.

Hacia un tiempo que me venía sintiendo mal conmigo mismo. Como encerrado en un cubículo de cristal, ajustando las manos en los vértices, tratando de buscar una gota de aire que penetre por la resbalosa superficie. Hace tiempo que mi único amigo es un lápiz y hace tiempo también que ese lápiz se ha convertido en un arma que apunta a mi sien. Puedo atribuirle todos estos sucesos a que mis semanas se han convertido en meses, y mis meses en años, puedo atribuirle todo esto a que mi vida ha cambiado mas en este último tiempo más de lo que cambio en tantos años que llevo vivido. O simplemente se lo puedo atribuir a confusión de mi mente, pero al final solo siento que estoy perdido.

Me desperté a las cinco de la mañana con el sonido más horrible que habían escuchado mis oídos en toda su vida; un llanto. Un llanto angustioso y penetrante. Provenía del departamento de arriba, el departamento donde ella vivía. Hacia un tiempo que en los pasillos me la cruzaba al caminar y la observaba equilibrarse con ese pelo largo de color natural, con esos ojos miel que se derretían con el sol. Sólo la observaba pasar…pero mis sentimientos crecían con cada encuentro un poco más y más. No podía dejar de pensar en cuidarla, en tenerla y quererla. En convertir a aquella perfecta extraña en alguien importante para mí. No sé porque me sentía así con ella, tal vez por este cubo que me encerraba, o por la necesidad de tener a alguien que de verdad me importe en la vida.

Pero ahí estaba yo, durmiendo, encerrado en mi caja de cristal con el lápiz apuntando a la sien. Y ahí estaba ella, arriba, llorando. Pasaron muchos motivos de sus lagrimas por mi cerebro: tal vez algún desamor o tal vez el miedo de la oscuridad y la soledad de su departamento. Pero lloraba y cada vez más fuerte, con ese llanto que me ahogaba y que necesitaba yo consolar a como dé lugar.

Busqué por los rincones de mi cuarto, busque algo para intentar levantarme. Busqué fuerzas donde sólo había desgano. Finalmente después de revolver con mi mirada hasta el más recóndito rincón de mi departamento, me percate que siempre tuve lo que necesite frente a mí. Ahí, apuntándome a la sien, un lápiz, el mismo lápiz que había dibujado primaveras en mis otoños y que ahora me fallaba en los más crudos inviernos. Lo tome con fuerza, lo ajuste contra el vértice de mi caja de cristal y con un golpe seco en la parte trasera, hice estallar el cubículo en mil cristales que cayeron cual nieve por todo mi departamento.

Me paré de golpe, y de algún cuaderno que descansaba en mi escritorio tome una hoja. La afirme, y mientras apretaba con fuerza el lápiz escribí dos frases: “No estás sola. Estoy acá”. Cerré el papel cual carta, doblándolo bien por la mitad.

Salí del Departamento, en el pasillo solo reinaba una calma corrompida de vez en cuando por ese estrepitoso llanto. Caminé, subí las escaleras y llegue a su puerta. Respiré hondo. Mire el cielo raso y con dos golpes secos de mis nudillos, hice sonar el pórtico de su entrada. Esperé. Viví esa espera que a uno lo hace tiritar de miedo, esa espera donde uno se pregunta “¿Qué estoy haciendo acá?”.

El llanto se corto de golpe. Se sintieron ruidos de cajones, de pasos temerosos y de movimientos sigilosos corrompidos por nervios. De pronto silencio. Nada pasaba. Golpeé nuevamente dos veces, mientras noté que el reloj marcaba las cuatro de la mañana. Noté que era tarde y que todos los impulsos le habían ganado a la lógica. Y fue así que, derrotado pero no vencido, apoyé mi cabeza suavemente en su puerta, me agache y deslice por debajo el papel con la frase escrita. Di media vuelta y me marche. Baje los escalones sigiloso, entendiendo la claridad de la lógica, y me metí a mi departamento.

Con la escoba de mis sentimientos barrí cada partícula de esa caja de cristal destruida. Me acosté mientras mis labios repasaban aquella frase “No estás sola”, y era cierto. Ella no estaba sola, ni yo estaba solo. Ella, que tal vez no me correspondía, estaba conmigo.

La caja de cristal se había ido, el lápiz ahora reposaba sobre mi mano y no en mi sien, como siempre debió ser. Cerré los ojos y sin darme cuenta, me dormí.

La noche termino rápido puesto que ya casi era de mañana. Me impuse a seguir haciendo mi vida diaria. Salí del departamento y mientras me acomodaba la mochila, me la encontré de frente. Sólo me saludo con un gesto, pero alcance a comprender que el mensaje había llegado. Sus ojos no lloraban y chispeaban de esperanza. En vez de una boca fruncida, había ahora una sonrisa delineada por unos hoyuelos hermosos en sus mejillas.

No estaba sola, no sabía quién era su compañía, pero no estaba sola.

A veces sólo es eso lo que falta: la tranquilidad de sentirnos acompañados, sin importar de quien sea dicha compañía.

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