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De intolerancias y otras yerbas

Leyendo la nota de Bloody Mary en la que intenta invertir – banalmente y sin éxito- la acusación de “crispación” que se endilga (con muy buen tino a mi entender) al gobierno de CFK recordé un evento que considero justifica por demás el empleo término citado.

Y, que se erigió por el peso de su propia torpeza y obscenidad en uno de los más vergonzosos que se pueda destacar de parte de nuestro gobierno nacional. Me refiero al edulcorado y epistolar intento de censura que el  Director de la Biblioteca Nacional Horacio González quiso ejercer sobre el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, en ocasión de su participación en el acto de apertura de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires el pasado mes de abril.

Deseo actualizar este acontecimiento (que dicho sea de paso no me genera placer alguno) porque son justamente este tipo de hechos los que permiten calificar el accionar del gobierno de “autoritario”. Son estos procederes los que crispan el debate público, los que embarran la cancha y pauperizan la política Argentina a la vez que no contribuyen en nada a pensar un destino común que nos incluya a todos, ese destino del que tanto alardean pero que acaba reducido a una mera nominalidad ante estos hechos. No solo por la repugnancia que genera por si mismo, sino también por el lamentable silencio cómplice que guardan quienes se presentan como los máximos estandartes de la libertad.

Debido a que es imposible incluir en una sola nota todos esos otros hechos a los que hemos asistido y que desnudan el autoritarismo gubernamental, dejo librado al arbitrio de los lectores que juzguen y comenten el que les pareció peor.

Transcribo ahora la mencionada carta:

Sr. Carlos de Santos

Presidente de la Cámara del Libro

Estimado Carlos:

Ha cobrado estado público la sorprendente presencia de Mario Vargas Llosa como partícipe central de la inauguración de la Feria del Libro de Buenos Aires. Le escribo como ciudadano, como director de la Biblioteca Nacional y como lector que aprecia la literatura de Vargas Llosa, a quien he seguido desde La ciudad y los perros hasta El sueño del Celta. No me mueve así ningún despecho ni deseo de limitar su voz –que no precisaba del Premio Nobel para ser justamente difundida- al decirle que considero sumamente inoportuno el lugar que se le ha concedido para inaugurar una Feria que nunca dejó de ser un termómetro de la política y de las corrientes de ideas que abriga la sociedad argentina. ¿Pero no sería este el máximo nivel de facciosidad al que llegaría este evento que a lo largo de los tiempos atravesó toda clase de vicisitudes y supo mantenerse como digno exponente de la cultura universal del libro?

Es sabido que hay dos Vargas Llosa, el gran escritor que todos festejamos, y el militante que no ceja ni un segundo en atacar a los gobiernos populares de la región con argumentos que lamentablemente no solo deforman muchas realidades, sino que se prestan a justificar las peores experiencias políticas del pasado. Mucho tememos que no sea el Vargas Llosa de Conversación en la Catedral el que hable en la Feria sino el Vargas Llosa de la coalición de derecha que en estos mismos días realiza una reunión en Buenos Aires. Considero que para la inauguración hay numerosos escritores argentinos que pueden representar acabadamente un horizonte común de ideas, sin el mesianismo autoritario que hoy aqueja al Vargas Llosa de los círculos mundiales de la derecha más agresiva (aunque so pretexto de liberalismo), que diferenciamos del Vargas Llosa novelista, que mantiene viva su sensibilidad como autor de grandes ficciones del realismo histórico-social.

Lo invito a que reconsidere esta desafortunada invitación que ofende a un gran sector de la cultura argentina y que junto a las respectivas comisiones directivas de la Fundación El Libro determine que la conferencia de Vargas Llosa –que podríamos escuchar con respeto en la disidencia- se realice en el marco de la Feria pero al margen de su inauguración, y que para este evento inaugural, como es costumbre, se designe a un escritor argentino en condiciones de representar las diferentes corrientes artísticas y de ideas que se manifiestan hoy en la sociedad argentina.

Afectuosamente

Horacio González

Director de la Biblioteca Nacional

Bueno, intentaré ser lo más cortés posible frente a este adefesio.

Primero: El señor González debe poseer un particular sentido del humor para animarse a iniciar su carta con la palabra “Estimado”, porque si son la censura y la discriminación intelectual velada  las formas en las que trata a quienes estima; es mejor tenerlo como enemigo que como amigo.

Ya en el primer párrafo tropieza con una contradicción: si la Feria del Libro es como sugiere un digno exponente de la cultura universal del libro pues entonces con más razón es deseable que un escritor Premio Nobel abra la feria, siendo además que escribe en nuestra propia lengua y que es la primera vez que alguien con tal galardón participaría en el acto inaugural.

Otro argumento falaz es el de pedir que sea un escritor nacional quien de principio a la Feria. ¿Hubiera enviado la misma carta si el escritor invitado hubiera sido un extranjero que reflejara las corrientes de ideas que abriga la sociedad Argentina? Porque será que tengo la impresión que no.

El problema de los intelectuales K es que abordan el análisis de la realidad con una doble moral democrática, una que les permite condenar a todos sus opositores como derechistas despreciables y, casi al mismo tiempo reivindicar totalitarismos vetustos (recuerden a la señora Diputada que se autodenominó Stalinista). Pero si idéntico criterio lo empleara un gobierno de Derecha para pedir lo mismo pero sobre un escritor de izquierda o nacional y popular, lo despedazarían al instante. Miente burdamente la izquierda cuando se auto entroniza como la reserva moral de la sociedad, y se deshilacha cuando cree poder todo lo mismo que le niega a los representantes de la Derecha, cuando hecha mano de las mismas ideas y prácticas que jura rechazar.

Segundo: Si es cierto que no lo motivaba ningún despecho, entonces no había necesidad de aclararlo de antemano (en criollo básico, diríamos que tuvo cola de paja, pero…, como no tenerla si conoce perfectamente cual será la repercusión que su misiva tendrá en los medios). Si no lo motivaba la intención de limitar su voz, simplemente debió haber guardado silencio, asistido a su discurso, escuchado en disidencia y recién entonces formular sus críticas en relación a lo que este fue realmente y no a lo que supuso que podía ser.

Y su error probabilístico quedó demostrado cuando Vargas Llosa subió al atril y leyó su discurso y en la posterior entrevista que se le realizó, donde solo hubo una mínima referencia al hecho en sí (y necesariamente forzada por la misma situación en la que González lo había puesto) y luego todo discurrió por andariveles literarios, sin facciosidades de ningún tipo.

La intolerancia sigue siéndolo sin importar los rodeos semánticos ni las simplonas alabanzas que se empleen para presentarla como si no lo fuera. Y esta no resulta tampoco atenuada por los aislados hechos autoritarios -de escasos opositores- que esgrimen fanáticos K con objetivo de morigerar la gravedad de su comportamiento. Medir la violencia con termómetros distintos es peligroso, porque el violento opositor podrá usar idéntica estrategia, arrastrando a la sociedad, en esa ida y vuelta de relativazaciones mutuas, a una espiral degradante.

Tercero: El de González sí es un pedido auténticamente autoritario y, repudiable por donde se lo mire, además de inaceptable para cualquier país que se precie de democrático.

Si bien que haya intolerantes dispuestos al ridículo no representa ninguna novedad, lo que hace realmente grave a esta carta es que se trata de un funcionario público (y no de un particular cualquiera como intenta argüir) ejerciendo presión sobre una organización privada como es la Cámara Argentina del Libro y la Fundación el Libro (que agrupa a varias empresas del sector gráfico) que en nada requieren autorización alguna de parte del gobierno nacional ni de funcionario suyo alguno para invitar a quien estimen apropiado.

El problema no es que Vargas Llosa ataque a los gobiernos populares de América Latina, lo que además no es cierto, sino que cuestiona y critica con firmeza a todos los dictadores, de izquierda o de derecha; o a quienes ocultan sus prácticas Cesaristas tras una comedia democrática, a quienes usan el sistema republicano y los votos para acceder al poder y una vez allí, deformarlo hasta vaciarlo casi por completo de contenido. Me refiero con esto a Castro, Chávez, Morales y Correa.

Pero el quid de la cuestión, lo que irrita de verdad a González es que Vargas Llosa acierta con sus dardos en el flanco que mas le duele al populismo Latinoamericano: el de la dictadura Castrista, la que ha sojuzgado sin sonrojarse por más de cuarenta años las libertades mas elementales de las personas, libertades de las que todos nosotros disfrutamos cotidianamente, libertades de las que González usa y –viendo esta carta- abusa hasta el hartazgo cuando resultan útiles para defender sus ideas, pero que al mismo tiempo niega miserablemente a sus críticos. Al parecer, para este señor, la libertad se clasifica en dos categorías bien diferenciadas: la de los que piensan como él y la de los que no piensan como él; y, la primera es, obviamente, mucho más libre que la segunda. Libertad total para los propios, censura ideológica para los ajenos.

Cuarto: “Lo invito a que reconsidere” reza la cartita; lo que es, o una rastrera amenaza solapada de cortesía, o un chiste de pésimo gusto, o bien una combinación de ambas cosas. ¿Con que autoridad se sintió investido este señor para pedir un traslado de escenario para la conferencia de Vargas Llosa? Y, ¿por qué carajo –perdón, se me acabó la amabilidad- se ofende, porqué se arroga la representación de un gran sector de la cultura Argentina? Es un funcionario público  designado a dedo, por lo cual a nadie representa más que a él y solo a él. Pero ni siquiera tiene la valentía de hablar en nombre propio; sino que lo hace refugiándose tras una legitimidad popular que no posee ni puede probar porque no ha sido votado por nadie.

Finalmente: El proceder del señor González fue además cobarde y patético; lo primero porque su solicitud censora emerge de la discrecionalidad que permite estar cómodamente apoltronado en el poder y, lo segundo, porque no tuvo la delicadeza, no digo de renunciar -para evitar ser tildado de destituyente-, sino al menos de disculparse públicamente por semejante zafarrancho.

Esta carta en una buena prueba de que los intelectuales no son inmunes a ninguna de las variadas formas que puede adoptar la estupidez humana. Y también nos demuestra que nunca debemos renunciar al espíritu crítico para con política en cualquiera de sus manifestaciones, ni para con quienes temporalmente administran la cosa pública.

Les dejo, para cerrar, el último párrafo de la respuesta que dio Vargas Llosa en su columna del diario La Nación, la que creo pinta de cuerpo entero a varios de los alfiles del oficialismo:

Me apena que quien encabezara esta tentativa de pedir que me censuraran fuera el director de la Biblioteca Nacional, es decir, alguien que ocupa ahora el sitio que dignificó Jorge Luis Borges. Confío en que no lo asalte nunca la idea de aplicar, en su administración, el mismo criterio que lo guió a pedir que silenciaran a un escritor por el mero delito de no coincidir con sus convicciones políticas. Sería terrible, pero no inconsecuente ni arbitrario. Supongo que si es malo que las ideas «liberales», «burguesas» y «reaccionarias» se escuchen en una charla, es también malísimo y peligrosísimo que se lean. De ahí hay solo un paso a depurar las estanterías de libros que desentonan con «las corrientes progresistas del pueblo argentino».

Escrito por Kerim para la sección

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