Leer capítulo 1
Leer capítulo 2
Estaba ya próximo a ese sábado 24 de abril, el día en que el director de “Saturday Night Live” se sentaría en su escritorio y, mirando directo a la cámara, diría que la productora lo autorizó a emitir un cheque a nombre de “The Beatles” por U$S 3.000, la suma que toda banda recibía por participar del show, y lo único que tenían que hacer era tocar tres temas. “She loves you, yeah yeah yeah. Ahí tienen 1.000 dólares, ustedes se saben la letra, es tarea fácil” comentaba entre risas Lorne Michaels.
“Sabemos que puede haber problemas legales, o personales; eso es tema de ustedes. El dinero es para ustedes, para dividirlo como quieran. Si quieren darle menos a Ringo, es su problema”, bromeaba el director. Pero por supuesto que no era del todo una broma. Lograr que los Beatles aparezcan allí marcaría un antes y un después en la historia del programa de TV, y del mundo.
John Lennon vivía en el edificio Dakota, en Nueva York. Estaba a muy pocas cuadras de los estudios de la cadena NBC, desde donde se transmitía el programa de televisión. En cuestión de minutos podía presentarse allí, dudo que lo retuvieran en la recepción por demasiado tiempo. Más aún si aparecía en esa puerta con su contraparte (que casualmente esa misma noche estaba también en Nueva York), Paul McCartney.
Beautiful Boy
El día anterior, viernes, fui a mi trabajo como siempre. Me encontraba barriendo el pulmón central del complejo, cuando, al levantar la vista y mirar hacia la entrada, veo ingresar a nada más ni nada menos que Sir James Paul McCartney. O quizás deberíamos decir simplemente Paul, porque su título de nobleza le llegaría varios años más tarde. Por el momento, ese era un secreto que sólo sabía yo y quizás la Reina de Inglaterra. Se sentía bien saber que compartía una conexión con alguien tan importante.
Paul ingresó con un saco largo, lentes oscuros, y una bufanda que le llegaba hasta las rodillas. Venía solo y caminaba con una sonrisa. Lo saludé al pasar a mi lado: “Buen día, Mr McCartney”. Me sonrió y me devolvió el saludo. Por supuesto que no tenía ni idea de quién era yo, pero esa cordialidad británica no podía faltarle.
Lo ví dirigirse directamente para donde se encontraba el departamento de John. El recinto que ocupaba el complejo Dakota era tan privado y exclusivo, que Paul podía caminar por dentro sin temor a que alguien lo cuestionara o le preguntara hacia dónde se dirigía.
Continué con mis tareas, intentando concentrarme y reprimiendo mi instinto de correr hacia él y pedirle aunque sea un autógrafo, o estrechar su mano, y agradecerle por tanto aporte a la música (el que hizo, y el que haría).
Aproximadamente a las 21hs me cruzo a John en el pasillo, que estaba saliendo a comprar unas bebidas. Sin mucamas ni chicos del mandado. Simplemente un liverpoolense con sed.
Nos quedamos charlando unos minutos, y me invitó a que lo acompañase a él y a Paul al finalizar mi turno. Me negué con timidez las primeras dos veces, para terminar aceptando a la tercera. No tengo idea de qué habría ocurrido si John no me insistía una vez más.
A Hard Day’s Night
A las 2 de la mañana en punto, me encontraba frente a la puerta del departamento de John, golpeando con suavidad.
Esta vez, quien abre la puerta es Paul, que me saluda afectuosamente, aún más que en nuestro primer encuentro.
“Pasa, adelante, John me ha hablado de tí, dice que eres muy buen músico.”
Que Paul McCartney elogie mi capacidad musical es como que Picasso me diga que me doy maña con el pincel.
“Seguro tienes hambre”, me sigue hablando Paul, “¿quieres comer algo? Espero que no te importe, pero le pedí a John que comiésemos comida vegetariana, yo no como carne, sabes?”.
Quería decirle que sí, que lo sabía, que por supuesto que lo sabía. ¿Cómo no iba a saber que Paul McCartney era vegetariano? ¡Si es prácticamente la imagen más conocida del vegetarianismo!
Decidí que la soberbia no era la mejor manera de proceder, así que me limité a responder “¡Gracias! ¡Por supuesto, me encantaría!”.
Me dirigí hacia la cocina con Paul, donde John ya se encontraba devorando un plato de algo que no supe precisar bien qué era, pero que no se veía nada mal.
“Son espárragos salteados con arroz, tofu y verduras”. Paul me respondía la pregunta que no había llegado a hacer.
“¿Cómo te encuentras? Espero que estés con ganas de hacer música”, dijo John, “le comenté a Paul de tus talentos y tiene muchas ganas de que toquemos algunas canciones”.
Respondí afirmativamente con mucha timidez mientras me sentaba a la mesa. Debo confesar que el aroma de ese plato era cautivador, y su sabor era incomparable. Soy una persona que ama un buen corte de carne, pero ese plato me llegó al alma, y al estómago.
Comí rápido, porque no quería demorar el momento, pero intentando disfrutar cada bocado.
Cuando me levanté con la intención de lavar mi plato, John me detuvo y me dijo “no te preocupes por eso. Ven, vamos al estudio”.
En la siguiente habitación el entorno estaba completamente preparado para una buena sesión musical. El famoso bajo Hofner con forma de violín de Paul se encontraba reposando, esperando que alguien extraiga las mejores notas musicales de él.
A su lado, se encontraba la famosa guitarra Rickenbacker de John.
Ambos instrumentos rodeaban ese inmenso piano blanco. Ese hermoso piano.
John me invitó a sentarme en la banqueta, mientras él tomaba la guitarra y Paul agarraba su instrumento predilecto.
“¿Qué les parece arrancar con algo de Chuck Berry?” comentó Paul. Y John, a modo de respuesta, me miró, guiñó un ojo, y dijo “Do mayor”.
Inmediatamente, y sin siquiera darme tiempo a pensar, gritó “They’re really rockin’ in Boston!”, la frase con la que Chuck Berry comenzaba su tema “Sweet Little Sixteen”.
La canción, como la mayoría de la música de ese estilo, era relativamente sencilla, un ritmo de rock’n roll clásico, por lo que adaptarse fue fácil.
Paul hacía los coros, sonriendo mientras gritaba sus “Ooooooh!” y agitaba la cabeza. Eran los Beatles, en vivo, en persona, a mi lado.
La canción nunca terminó, porque automáticamente la enganchó Paul, cantando “Just let me here some of that rock’n roll music!”. Otro clásico de Chuck Berry que incluso los Beatles habían grabado oficialmente en su disco “Beatles for Sale”.
La sesión duró una hora más, e incluyó, muy tímidamente, una sola canción de los Beatles: el tema “I’m Down”, que Paul compuso y que mantenía el fiel estilo del rock’n roll clásico.
A las 3:30am me despedí de John y Paul, y me retiré a mi hotel, con la promesa de volver a juntarnos al día siguiente, el sábado 24 de abril.
I Call Your Name
El día siguiente llegué con una hora de anticipación a mi puesto de trabajo, la emoción todavía me duraba.
La casualidad (¿o fue el destino, que por fin decidió colaborar conmigo?) quiso que me cruzara a John al ingresar al recinto. Nos saludamos con un afectuoso abrazo, y me comentó que Paul regresaría nuevamente a la noche. Por supuesto que esto yo ya lo sabía.
John me comentó que estaba un poco triste porque Yoko estaba de viaje y la extrañaba, pero mi presencia y la de Paul lo ayudaba a distraerse. Me alegró escuchar esas palabras, y le dije que intentaría esta vez escaparme antes para poder pasar más tiempo con ellos.
Por supuesto que mi motivación no era solamente la de alegrar a John, sino la de fomentar el reencuentro más famoso de la historia frente a millones de espectadores.
Al igual que el día anterior, a eso de las 21hs ví ingresar a Paul, nuevamente solo, y con la misma apariencia que ayer. Esta vez su saludo no fue cordial, sino completamente amistoso. Se acercó, me dio un abrazo, me preguntó cómo me encontraba y si podría unirme a ellos nuevamente más tarde.
Le respondí, al igual que John, que haría lo posible por escaparme antes de mis tareas. Poco me importaba si me despedían, a partir de ese día mi misión, para bien o para mal, estaría concluída.
A las 23hs golpeé la puerta del departamento. John se sorprendió de verme ahí tan temprano, se sonrió, y me preguntó “¿Te dejaron libre tus patrones?”. Le devolví la sonrisa y dije “Mis patrones creen que estoy arreglando una avería en la azotea. Ese maldito caño me va a llevar un buen par de horas”. John se rió y me invitó a pasar.
Sabía que tenía poco tiempo y necesitaba estar preparado para todos aquellos rumores que había oído como responsables de que el famoso reencuentro nunca ocurriera. El primero, y más fuerte, era la llamada de Yoko Ono.
Con la excusa de querer chequear mis mensajes en el hotel, pedí el teléfono a John y convenientemente lo dejé desconectado. Una excusa simple pero efectiva, “lo siento, no me dí cuenta, debo haber colgado mal”. De este modo, al menos por unas horas (y hasta que John empiece a preocuparse), Yoko no podría comunicarse.
El segundo rumor era que simplemente estaban cansados. De la manera en que lo interpreto yo, eso significaba que no tenían la motivación suficiente, ni nadie que ejerciera esa presión. Yo podía encargarme de eso.
Cuando el show comenzó, John, Paul y yo estábamos sentados en el sofá mirando la transmisión. Entonces fue cuando apareció Lorne Michaels, el director, pronunciando el célebre discurso.
Como si estuviese presenciando una película, ví a John mirar a Paul y decir riendo “Deberíamos ir, sería divertido”. Paul se mostraba dudoso, y mirándome, me preguntó “¿Qué opinas? ¿Te parece que deberíamos ir?”.
El destino estaba modificándose en ese instante, casi que pude oir la ruptura. Esa sola pregunta cambió todo para siempre. Me ví cumpliendo el rol de “esa motivación que les faltaba” sin tener siquiera que fomentarla.
No quise dejar lugar a dudas e inmediatamente contesté “¡Yo creo que sí, sería una sorpresa para el mundo, y una muy divertida!”.
John y Paul se miraron. Estaban emocionados, se notaba.
Sonrieron. Compartieron una mirada que yo no entendía pero ellos sí. En sus cabezas, hubo una hora de discusión y presentación de argumentos. De pros y de contras. De logística.
En el mundo real, fueron 10 segundos de cruce de ojos.
Se levantaron, Paul agarró su bajo y lo guardó en el estuche. John pidió un taxi y notó, sorprendido, que el teléfono estaba desconectado. Pero no pensó en Yoko. No se preocupó por el hecho de que no había sabido de ella en varias horas. Se limitó a decir “qué extraño” y pedir el taxi.
Yo me disponía a retirarme cuando John me dijo “tú vienes con nosotros, yo hablo luego con tu patrón”.
Imagine
Nos tomamos un taxi. El chofer no podía creer lo que veía cuando notó quiénes se subían a su vehículo. Fui yo el que habló y le dije “A los estudios de la NBC”.
En el camino, Paul y John discutían sobre cómo deberían aparecer y qué canción habrían de tocar. Yo les dí una sugerencia, quizás un poco arriesgada, pero me sentía en la confianza de hacerlo.
Se miraron, sonrieron, y dijeron “es una excelente idea”.
Al ingresar a los estudios, el guardia de seguridad estaba estupefacto. No había visto la transmisión así que no comprendía bien qué hacían John Lennon y Paul McCartney en la puerta de ingreso. Pero, por supuesto, los anunció y les pidió si podían firmarle un autógrafo. John y Paul estaban de tan buen humor que lo hicieron con gusto, y le dieron un abrazo.
El propio Lorne Michaels bajó corriendo cuando escuchó la noticia, y nos recibió a los tres. Ni siquiera atinó a preguntar quién era yo. Venía con ellos.
Hubo una breve charla técnica, que incluyó lágrimas de emoción. Acordaron el tema que tocarían. Lorne preguntó si estaban seguros, y Paul dijo “será divertido”.
Era todo lo que necesitaba oír.
Al volver de los comerciales, Lorne volvió a aparecer en pantalla, sentado en su escritorio.
“Siento interrumpir la transmisión del programa, pero tengo un anuncio importante que hacer, sé que esto no es lo normal y pido disculpas a la producción y a la audiencia presente.
Hay muchas formas de decir esto, pero la única que se me ocurre ahora es…”
En ese momento, Lorne se levantó de su asiento, e hizo su mayor esfuerzo por imitar a Ed Sullivan.
Cuando los Beatles hicieron su debut estadounidense, fue en el programa de Sullivan. Y la forma escueta y sin mayores palabras que tuvo el conductor de presentarlos se convirtió en una marca registrada. Lorne Michaels quiso repetir el hecho, así que estiró la pera, cruzó sus brazos, y dijo:
“Ladies and gentlemen… The Beatles!”.
La cámara se dirigó al escenario. Allí se encontraban John Lennon y Paul McCartney, saludando y agradeciendo.
John se acercó al micrófono y dijo “Gracias por invitarnos. Estábamos con Paul mirando el show y pensamos ¿por qué no?”.
Antes de arrancar con la canción que les sugerí, Paul agitó la cabeza de la misma manera que solía hacer con los Beatles, y que hizo parte de su marca. La audiencia se volvió loca. Gritaba, aplaudía, lloraba. Todo junto.
Entonces, John comenzó a cantar: “So Sgt Pepper took you by surprise…”.
Los que identificaron el tema abrieron los ojos, e inmediatamente miraron a Paul, que sonreía y tocaba el bajo con placer.
John estaba cantando su tema “How do you sleep?”, aquel que compuso arremetiendo con furia contra Paul.
Siempre se supo que John era un provocador, pero esto era demasiado. Los dos ex-Beatles, sin embargo, parecían disfrutar la reacción de la gente, y no paraban de sonreír. Paul incluso coreaba el estribillo: “Oooooh… how do you sleep at night?”.
Cuando terminó el tema, ambos agradecieron con una reverencia.
Paul se sacó el bajo, agarró una guitarra acústica, y comenzó a tocar y cantar: “Too many people going underground…”. Era esperable que el siguiente tema fuera el que el bajista compuso contra su ex-socio.
Esas dos canciones decían más de lo que parecía. Decían que esa vieja enemistad era cosa del pasado, que estaban tan bien que podían burlarse de todo.
Cuando terminaron, creo que los aplausos duraron unos 10 minutos ininterrumpidos.
John se acercó al micrófono y dijo “Lorne, nos gustaría ver ese cheque de 3.000 dólares ahora”.
Because
Al día siguiente de la presentación, mi misión estaba cumplida, debía regresar a mi casa. Me despedí de Paul y de John, argumentando que tenía que irme de la ciudad por un problema familiar urgente. Me agradecieron el empujón que les dí, y me reconocieron que “si no fuera por tu motivación, probablemente nos hubiéramos quedado en casa”.
Lloré como un condenado por la despedida, y por la alegría de haber podido cumplir con mi misión, y me retiré.
Volví al hotel, y preparé mis cosas para regresar a mi hogar y ver el fruto de mi intervención.
La música de los Beatles, que siempre me acompañó en mis viajes en el tiempo, cobró un nuevo sentido en este regreso. Llegué a casa agotado, pero completamente satisfecho, y antes de poder ver qué había cambiado, me tiré a dormir.
El mundo es distinto hoy en día.
John y Paul hicieron pública su amistad y las repercusiones recorrieron el planeta.
Al año siguiente de aquél reencuentro, publicaron un disco juntos. No como los Beatles, sino como la dupla que eran, John y Paul.
El disco se llamó “Lennon – McCartney, McCartney – Lennon” e incluía 6 temas nuevos y 4 covers.
Entre los covers, por supuesto, estaban tanto “How do you sleep?” como “Too many people”.
El tema 7 de dicho disco tenía un título que dejaba una puerta abierta, se llamaba “What if” (“Qué pasaría si”), y entre paréntesis se aclaraba “Dedicado a George y Ringo”. Tenía un ritmo familiar, y un estribillo que no dejaría de sonar en la cabeza de la gente por mucho tiempo:
“And what if we do it, what if we don’t. What if the wheels keep turning, and we let ourselves go”.
¿Qué pasaría si lo hacemos? ¿Qué pasaría si no? ¿Qué pasaría si las ruedas siguen girando, y nos dejamos llevar?
Cuatro años después, en marzo de 1980, sale a la venta “Back”, el nuevo disco de los Beatles.
George y Ringo se suman al equipo. George Martin, el eterno productor y quien varias veces fue catalogado como “el quinto Beatle” toma las riendas, y se encarga de que el mundo sea un poco más feliz.
El mismo día en que el disco sale a la venta, se agota en todo el mundo. La gente hizo filas eternas en todas las disquerías para poder ser los primeros en oír el regreso de la banda más famosa del mundo.
Lamentablemente, y como el destino puede ser tan benévolo como puede ser cruel, el 8 de diciembre de ese mismo año, el maldito Mark David Chapman le dispara tres tiros a John Lennon en la puerta de su casa, y lo mata.
Escrito por Pablo Grabarnik para la sección: