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El bar de las malamadas | Celina

Ese bar se había transformado de a poco en un refugio para todas aquellas mujeres que habían sido malamadas o ellas mismas no habían sabido querer. Y allí, entre copas y cigarrillos, charlaban de lo que les quedaba intacto aún, la memoria.

Una amiga le habia recomendado ese lugar a Celina, y ella, ya sin nada que perder, se decidió a entrar, total las penas se hacen un poco mas llevaderas si se comparten con los demás. Entró, y se sentó en la barra, pidió sin dudar un whisky, el primero que tomaba en mucho tiempo, doble y sin hielo, y empezó a llorar. Ya nada más quedaba.

Su malaventura había empezado hacían unos años cuando conoció a Fernando en un bar de la Alameda, lo cautivó la primera vez que lo vio, y esa noche la bailaron entera. Le llamó la atención que él tenía muchas cicatrices en sus brazos y una en la espalda. Ella le dio su número, y fue el comienzo de una relación que, al principio, parecía “normal”, “tradicional”, hasta que conoció la vida paralela que él llevaba.

El barman Ricardo, la vio y le volvió a llenar el vaso. – Este va por la casa, para ahogar penas – le dijo, bien seguro de la razón de Celina estar esa noche ahí.

– Todo aquello fue un error enorme – le dijo, tratando de buscar consuelo en Ricardo.

– No estas acá por nada, nadie viene a este tugurio sin tener algo por lo cual sufrir.

Tenía razón. Unas llamadas raras en las noches en que Fernando pasaba la noche a su lado, fueron el primer indicio de que algo no estaba muy bien. Siempre alrededor de las 5 am el celular sonaba, y de fondo se lograba distinguir una voz de hombre. Él se levantaba, se iba a a otra habitación a hablar y después de un rato volvía. “Está todo bien” le decía, sin explicar más, y volvían a dormir.

“Debería haberle hecho caso a mi instinto”

Si. Debería haberlo hecho.

La última noche (sin saber que esa sería tal) había sido una de sus mejores. Fernando la había pasado a buscar por su departamento y habían ido a cenar, después se fueron a bailar y a tomar unos tragos en uno de los boliches de Chacras. Se besaron bajo las bolas de espejos y ahí fue donde la temperatura y el alcohol entre los dos empezó a aumentar.

En un punto tarde de la madrugada decidieron volver a terminar lo que habían empezado al departamento de Fernando, en pleno centro. Ni bien él abrió la puerta en el cuarto piso ella se le abalanzó, en parte por el alcohol mezclado con la calentura del momento. Ninguno de los dos dudó y fueron a la habitación y empezaron a hacer el amor. Justo en ese momento el celular de Fernando empezó a sonar, y él no perdió el tiempo en acercarse a contestar. Sonaba y sonaba, y solo cerró la puerta para no escucharlo más y no arruinar el momento que estaban pasando los dos. A lo lejos ya no escucharon más el timbre, pero de pronto, escucharon que la puerta se abrió.

Fernando se puso el pantalón y salió así a ver que había pasado.

– Pará Oscar, ¿Qué estás haciendo?

Celina sintió que Fernando hablaba con voz alta y temblorosa.

– ¿Porqué no me contestaste el teléfono, ah? ¿Con quién estás, con la putita esa que tenés? ¡¡¡Sos un hijo de puta!!! – Dijo una voz de hombre, similar a la que Celina había escuchado antes por el celular de Fernando.

Ella apurada se vistió mientras que sentía ruidos de cosas que caían al piso y voces fuertes de Fernando y de otra persona.

Cuando abrió la puerta vio un caos, a Fernando con una herida abierta en el brazo, cerca del hombro que sangraba, y al otro hombre, de unos 30 años, con una navaja en la mano.

– ¿Así que sos vos la putita de Fer? – Le dijo el hombre encolerizado, acercándose con la navaja

– Oscar, ¿Te podés calmar por favor? Ella no tiene nada que ver, ella no sabe nada, agarrátelas conmigo, yo te engañé, a mi no me bastaba estar solamente con vos, yo me fui a buscar mujeres porque sabés que nunca me conformo – Le dijo Fernando al hombre y Celina se quedó sin saber qué hacer.

– ¿Vos me estás jodiendo Fernando? – Le dijo Celina

– Soy bisexual, pensé que te habías dado cuenta. Por favor. Necesito que te vayas, no te voy a volver a ver más. Perdóname por el tiempo que te hice perder, andate – Le dijo él.

Dos lágrimas cayeron por las mejillas de Celina y cuando se fue a ir, al lado de la puerta ella los miró a los dos hombres, se le acercó Oscar y le dijo al oído “siempre va a ser mío putita”, y ahí fue cuando sintió un dolor increíble el el hombro derecho, y la sangre empezó a brotar a borbotones.

– ¡Mira la cicatriz que me dejó ese hijo de puta! – Le dijo Celina a Ricardo, arremangándose una de las mangas cortas de su remera, la derecha. Una cicatriz larga, la de aquella puñalada, ya cerrada, ya seca.

Solo atinó a gritar en ese momento y vio cómo Fernando se le abalanzó a Oscar para evitar que le siguiese haciendo daño. Ella alcanzó a reaccionar rápido y agarró su cartera, que estaba en el recibidor de la entrada, abrió la puerta y salió corriendo hacia las escaleras, con la prisa de salir de ahí y no volver nunca más.

– Me tomé un taxi a unas cuadras y llegué aún sangrando al Central, en donde me cosieron y me dejaron en observación por la noche. Nunca más lo vi. Ahora relaciono que las cicatrices que él tenía eran porque ese otro psicópata se las había hecho. Nunca me lo había dicho. Nunca.

Y así fue que Celina conoció el amor, el desamor y el engaño que aquel hombre le dio. El lugar que le había dicho su amiga había sido el correcto, estaba en el bar de las malamadas.