/El collar de nácar: ¿Acaso yo me llamo “Betty la fea”?

El collar de nácar: ¿Acaso yo me llamo “Betty la fea”?

No tengo que decir que el Abuelo y yo nos pasamos tres días prácticamente encerrados en su casa. Fueron como unas mini vacaciones, donde las actividades eran comer, dormir y disfrutarnos el uno al otro de una manera caótica, visceral, como si se fuera a acabar el mundo…

Sin embargo, mi instinto de preservación pudo más y al tercer día decidí rescatarme y salir al mundo, e intentar retomar mi vida.

Por otro lado, si hay algo que no puedo hacer por mucho tiempo, es estar lejos de mis amigas. En este caso, las necesitaba de forma urgente, porque además de hacer con ellas las cosas de siempre, pensar juntas y divertirnos, necesitaba contarles del Abuelo.

Antes del choque de China con África, es decir, antes del relato del primer contacto entre mis amigas y el Abuelo, tengo que hacer un par de aclaraciones: la primera es que mis amigas son bastante yeguas. La segunda es que el Abuelo estaba más rico que una tortilla de papas de Don Coco…¡Y eso a veces eso un problema! Bueno, puestos que están los puntos sobre las íes, vamos por partes:

Mis amigas, como adelanté, son señoritas proclives a cierta ligereza…. Y con ello no me refiero  solamente al hecho de que les guste más fifar que dormir….Hablo más bien de una liviandad en el alma, una suerte de ingenuidad desfachatada que hace que no tengan ni medio problema en expresar sin rodeos todas las barbaridades  que se  les pasan  por la cabeza en cualquier circunstancia…. Puedo tirar varios ejemplos, pero hay dos o tres que las pintan de cuerpo entero:

Una vez fuimos a bailar  salsa a un bolique.  Mirando el panorama nos dimos cuenta que en una hora, mas o menos, al lugar lo iban a clausurar, porque no estaba permitido abrir un zoológico en pleno centro. Tal era el estado de la fauna silvestre en el antro más bizarro que han visto mis ojos…..

Quiero aclarar que en el antro en cuestión,  que era cuadrado de dos por dos, decorado con lucecitas de navidad, posters de paisajes tropicales y arreglos florales en cada mesita, sólo sonaba salsa y merengue. ¡Incluso los tragos emulaban centroamericana, chico!: sólo servían mojitos, piña colada, mango sour y esas cosas…

Yo lo más salsero que tenía puesto eran unas zapatillas Converse negras, puesto que por aquellas épocas se me había dado por el grunge….En una palabra: las únicas que desentonábamos éramos nosotras.

Estábamos en eso, sacando ficha mal, pero a la Loli, su sangre latina la traicionó y empezó a menear las caderas al ritmo caribeño, solita la negra divina, bombonazo, desubicada como Barney en la Guerra de las Galaxias, cuando se le acerca un caballero, vistiendo una camisa negra con floripondios amarillos, corajudo él y la invita a danzar… La Loli lo mira y sin pestañar,  le dice: “Bueno, pero antes traé un par de tragos para mis amigas”. El tipo traga saliva y lustrando chapa de gentil hombre, le dice a la negra: “Ejem…perdón, creo que me equivoqué…no sabía que usted era copera…”. “¡Copera tu abuela! Pero entre la camisa, los mocasines color guinda y el anillo sello, tenés que traer algo más que tu sonrisita….O vas a tu casa y te cambiás ya mismo o  nos tomamos todas unos mojitos y remás un poco; pero todo por dos pesos… ¡es demasiado!” Punto aparte.

Otro día fuimos a una bailanta (Como se darán cuenta, el glamour no nos desvelaba demasiado) Venía Leo Mattioli (Dios lo tenga en la gloria)  y yo estaba realmente entusiasmada. Lo único que se podía tomar era Americano Marcela puro y fernet con coca, que venía en vaso de medio litro; bebidas que eran sacadas de unas heladeras como las de las fiambrerías, que hacían las veces de  barra.  Mi alegría contagió a la Lauri, punkita radicalizada seguidora de Los Violadores, que por una vez en la vida, pero siempre con la remera de Sex Pistols puesta, se dispuso a dejarse atrapar por valores musicales alternativos (alternativos para ella, obvio). Yo estaba descontrolada, escuchando al León y cantando como loca “fuiste mía un veranoooooooooo….” En eso,  Leo tiende la mano desde el escenario, señala a la Lauri y le pidió que subiera. La Lauri miró para otro lado, como haciéndose la boluda, pero dos patovicones la llevaron hasta el cantante, cual Amalia Granata involuntaria,  local y desconcertada….El León  la presentó como la “fiel representante de la beieeeza mendocina” y la invitó a corear con él la canción que ella eligiera….La Lauri puso los ojos en blanco, dudando un momento, pero lo miró a Leo a los ojos y le contestó: “Mire Rodrigo, yo se que usted es un Potro y lo quieren mucho, pero yo no soy de este palo, y la única canción  que me aprendí más o menos es esa que dice: “soy cordobés, me gusta el vino y la joda y lo tomo sin soda porque así pegá  mas, pega más….de ahí no me saca, disculpe”. Sin palabras.

A estos personajes les quería hablar del Abuelo.

Instaladas en mi casa, con cervecitas bien frías y degustando pan árabe con mayonesa de ajo casera que había hecho la Ofe, las puse al tanto de la historieta del Abuelo. Obviamente, recibí todo tipo de comentarios y preguntas: «¿De que trabaja?», «¿Cuántos años tiene?», «¿Cómo es la casa?», «¿Tiene amigos solteros para presentar?», «¿Cómo la tiene?» y un sinfín de dudas de las más variada especie.

–  «¡Chicas, chicas! Hace un par de días que lo conozco, nada más! ¡Todavía no le saqué sangre  para ver su ADN, por favor! ¡Cálmense!».

– «Bueno, tenés razón», concedió la Nanny juiciosa, «pero al menos tenés que tener una foto para mostrar.»

– «¿Pero vos estás loca? ¿Que le iba a decir «Sacate una foto que le quiero mostrar tu cara a las chicas?», le respondí.

– «Bueno, metámosnos a su facebook», aportó la Ofe.

– «El Abuelo no tiene facebook, nena, es de otro siglo. Ya le pregunté», contesté.

– «Bueno, entonces googleemos su nombre, algo va a salir», retrucó sin darse por vencida la Ofe, que  tenía alma de detective.

Y así hicimos. Para mi sorpresa, encontramos un sitio web muy serio, donde el Abuelo promocionaba sus saberes jurídicos y donde había una foto de tres cuartos, en la que se podía ver al Abuelo sentado frente a un escritorio de vidrio con una biblioteca llena de libracos atrás.

– «¡Es él!», grité como si hubiese descubierto otro planeta.

– «A ver…», dijeron las cuatro, mientras se iban pasando la notebook de mano en mano para observar a mi nuevo desvelo.

Para mi sorpresa, esta vez, en lugar de un bombardeo de exclamaciones, silencio total…

– «Chicas, ¿Qué pasa?», pregunté desconcertada.

– «¿Quién se lo dice?», musitó la Lauri.

– «¿Quién me dice qué cosa?», insisté.

– «Bueno, yo se lo digo», dijo la Nanny, y me tiró: «Es muy lindo para vos».

– «¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿Qqqqquueeeeeeee???????????». No podía creer lo que estaba escuchando.

– «Mirá, Nancy, hablemos claro», siguió la Loli, «Tu último novio era mas feo que molde de cuco… Siempre te han gustado las bellezas, digamos, exóticas. Pero esta vez la pegaste y el Abuelo son palabras mayores. Cuídalo porque otra como esta no va a haber.»

– «¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿¿Perdón??????????????????????», fue lo único que pude articular.

– «Y sí, Nancy», confirmó la Ofe, «Vos no sos fea, pero el Abuelo es too much… Lo que te salva es que para él sos carne fresca, sino, ni soñando te lo hubieras levantado….»

– «¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Él me levanto a mí!!!!!!!!!!!!», exclamé.

– «Si, claro, y yo soy Choli Berreteaga», bromeó la Lauri.

Después de un largo y arduo debate, llegamos a una conclusión unánime: era verdad  lo que habían dicho las chicas. Que se le va a hacer, cuando tenían razón, tenían razón. Por eso las amo: mis amigas son mis amigas porque no andan con dobleces ni medias tintas. Con ellas, las cosas eran al pan, pan; y al vino…Toro.

Muerta de risa, me fui a dormir sola por primera vez en varios días. Por supuesto, soñé con el Abuelo. Cuando me desperté, estaba de tan buen humor, que quise sorprender al Abuelo, dejándome caer en su casa para desayunar. Sabía que los sábados hacía fiaca hasta tarde, así que, munida de media docena de molinetes vieneses con pasas (sus facturas favoritas) y mis nuevos stilettos de gamuza color coco, me fui hasta su casa.

Pero media cuadra antes de llegar, una imagen me paró en seco. Logré ver al Abuelo en la vereda de enfrente, con equipo de gimnasio, acompañado de una rubia de infarto, que medía con su calzado deportivo lo que yo arriba de mis zapatos nuevos.

– «¡No sabía que el Abuelo tuviera personal trainner!», intenté consolarme con la posibilidad de que fuera fanático del entrenamiento, sin saber por qué mi pulso se alarmaba como si fuera un animal indefenso cuyo radar biológico detectaba el acecho de un depredador.

Luego de unos segundos, entendí las razones de mi febril agitación: el Abuelo pasó la mano por la cintura de la rubia, la trajo hacia sí y colocó en su mano un paquetito con un moño que ella abrió presurosa. Cuando vio su contenido, se aferró del cuello del Abuelo y se fundieron en un abrazo cálido, íntimo…. Un abrazo interminable…..

Continuará

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