/El día que aprendí a no hacer papelones en el médico

El día que aprendí a no hacer papelones en el médico

Siempre pensé que todo me pasaba a mí. He pasado mi vida de papelón en papelón, haciéndome bulling constantemente. Ahora que lo pienso debo ser esa clase de personas que tienen un imán para esas situaciones tan bizarras, que cuando las vuelvo a revivir, me causan risa. Puedo entender que la mayoría de la gente las pase, pero, les juro, las mías son el extremo.

Mi personalidad es muy, pero muy versátil. Paso de ser una “profesional de título” a la “Silvia Suller” que se ríe y llora a la vez. Alcanzo un grado de delicadeza exquisito o bien termino contando un cuento verde mal. A fin de cuentas, soy así y eso me permite darme algunos créditos en ciertas situaciones, pues puedo hacerme la “boluda total” o la “para que soy una Señora”.

Ésta semana, con el clima “maravilloso” que tenemos, mi debilitada salud me llevó a sacar turno con un médico recomendado, esos que te dicen: ¡Andá, no sabes lo que es! Y yo convencida de que sanaría mis dolencias, me fui a su consultorio. Cuando me pasaron el nombre, dije: ¡Ah es un tipo grande, seguro, sesentón, con experiencia! Por lo que ni me preocupé demasiado en mi presencia, ya que seguramente me miraría de lejos, haría una receta y listo. Llegué casi a la hora justa, como siempre, me caracterizo por andar a las corridas y llegar tarde a todos lados. Me dispuse a estacionar en un lugar minúsculo, cosa que siempre hice mal. Mi auto arrastra una serie de abollones típicos de malas maniobras de estacionamiento. Esa maldita tarea, que me llevó un ¼ de tanque de nafta y litros de transpiración me hicieron poner los nervios de punta. Pero luego de 20 minutos, logré con éxito dejar mi auto en el lugar indicado, sólo una rueda reposaba tranquilamente sobre el cordón, por lo que me pareció mucho mejor estacionado que esa oportunidad en la que terminé con un cesto de basura incrustado en la trompa.

Volviendo al caso. Entro al consultorio, divino, blanco, música ambiental y una amable secretaria me invita a tomar asiento. Me puse a chusmear Facebook, me encuentro justo una publicación de una compañera de la secundaria que hace 18 años era un escracho, tirada en una playa del Caribe con un trago tropical, un cuerpo tallado y la madre que la parió, ¡Que bronca! Yo en el médico, cagada de frío, con fiebre y la tipa en el Caribe. Inmediatamente empecé a fabular como carajo hizo para llegar a ahí. Después de un largo rato, y ver lo miserable que era mi vida ante tanto éxito de la gente en las redes sociales, se abre la puerta y mencionan mi nombre, al fin, pensé lo corta que sería la visita y me imaginaba ya tomando mates en mi casa.

Traspaso la puerta, y ¡Aaapaaaalalala!¡PAPARULA!¡OMELETTE DU FROMAGEEEE! el “médico”, el “doctor”, el “galeno”, estaba más bueno que un chori a la salida de “La Guanaca”. Le calculé de inmediato menos de 30 años, muy nuevito, a estrenar. Me puse nerviosa, me tiritaba la voz e intentaba por todos los medios parecer linda e interesante, pero como soy poco agraciada, parecía que estaba afrontando un mal de párkinson, con un leve trauma motriz. Comencé contando que sentía, cuanto hacía que estaba mal y, agarrate, no sabía cómo decirle que mi mayor problema eran las flatulencias, por lo que le clave el nombre científico que había googleado hace poco, quedé como re canchera, ¡una re canchera que estaba inflada de pedos! Con voz muy sensual me dice: sacate los zapatos; yo en la mañana, de apuro, cacé las primeras medias que vi, unas rayadas de colores, esas que venden a la salida del “Vea”, era mi cara, que desastre por Dios. Luego me dice: sentate en la camilla, levántate la remera; caramba, mi espalda aún estaba húmeda de la transpiración del estacionamiento, sumando el corpiño berreta celeste, que era azul, pero tiene muchas lavadas ¡ah y le falta un ganchito para prender! En eso apoya el estetoscopio y el muy guacho se me pegó en el chivo, un asco, creo que no me sintió la respiración de la vergüenza ajena. Bueno vamos a la garganta: diga aaaaaaaaaaaaaa, yo conservaba algún que otro resto del almuerzo, mi aliento a puma era destacado.

Bueno, me dije ¡listo el examen físico! Basta de tanto papelón. Me había olvidado de todas esas cosas que los médicos hacen, hacía años que no necesitaba atención, he ido con mayor regularidad al psicólogo que a cualquier otra especialidad. Me senté, ya libre de tanta presión, y muy holgadamente, suelto, sin sonrojarse me pregunta: ¿última fecha de menstruación?…¿ah? ¿perdón?, él único que conoce mi fecha es el cajero del mercadito de la esquina cuando compro las toallitas. Para mis adentros dije: esto es violación a la intimidad. Mi cara me delató, saqué cuentas y le tiré así como quien no quiere la cosa, el veintipico de agosto.

Me recetó antibióticos, análisis, que ahora que pienso es más difícil que la mierda hacer pichi en el tarrito pedorro ese, me termino meando la mano, el recipiente queda caliente y para colmo hay que llevarlo en la cartera, un desastre, ¿a quién se le ocurre hacer los análisis así? ¿Acaso con la sangre no es suficiente?

Me despedí de él, obviamente prometiendo traerle los resultados, pero analizando en frío, de esto no se vuelve, asique prefiero atravesar mi estado de salud con total dignidad. Me hice una “autopromesa”: nunca más voy al médico en auto, nunca más medias de oferta, lavarse los dientes luego de comer y anotar en el almanaque cuando me viene. Pienso que de esa manera voy a zafar de caer nuevamente en el ridículo y salir victoriosa de otra de las tantas situaciones bizarras que me tocan vivir a diario.

Escrito por la Olguita del barrio para la sección:

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