El primer aporte que un ser humano recibe a su capital invisible, es el amor que sus padres hicieron cuando lo hicieron. Y ya ahí, es lógico deducir, habrá una gran diferencia entre los hijos de dos que se amaban y se deseaban, y los que fueron hechos con desgano, sin emoción mediante o, aún más grave, con una emoción negativa. El ánimo que anima a esa ánima, será muy determinante.
Luego el vientre: todo lo que pasó esa madre. Todos los días que fue feliz o no. La seguridad o la incertidumbre. El miedo o la contención. Todo lo que tuvo para sí y pudo transmitir, pasa a ese capital invisible.
Cuando nacemos, ser acunados en el pecho. Y no en cualquier pecho, si no en uno que es hogar y comida, cuidado y medicina. Ser mecidos. Ser abrazados. Ser acariñados. O no serlo.
Otro aporte muy diferente a nuestro capital.
Cuando crecemos, que nos vean. Tener una familia donde somos alguien, un clan. Gente que nos acompaña, que nos cuida, que nos respeta. Que está atenta a nuestras necesidades. Que festeja nuestros logros. Que nos da un beso en la rodilla cuando nos caemos corriendo. Que nos baña. Que nos tutela. Que nos educa, nos forma, nos enseña. Que nos dice que vamos bien, aunque no vayamos. Que somos únicos y especiales, aunque no lo seamos. Pero que lo afirma con tanta convicción que terminamos por creerlo, y terminan por crearlo.
Tener tranquilidad y confort. Tener un lugar, un techo, una cama segura donde dormir calentito. Tener la certeza de que alguien vela por nosotros. Porque el niño, se sabe indefenso, y depende completamente de su entorno. Tener adultos que nos resguarden del lugar hostil que es muchas veces el mundo.
Cada pequeña muestra de afecto y cuidado, nos nutre, nos da forma, nos crea.
Y este capital invisible, que acumulamos cada día de nuestra vida, no nos tocó a todos por igual.
Por eso, hay gente que puede saber cuándo la están explotando y gente que baja la cabeza ante la humillación. Por eso, hay gente que vivirá con miedo de su prójimo, o con vergüenza, o con rencor. Y hay quienes no. Por eso hay gente que es feliz en la adversidad, que pone empeño, que se las rebusca para salir de las situaciones… y hay gente que no.
El capital invisible va a definir cuántas veces te podes volver a levantar -eso que llamamos resiliencia.
Cuanto vas a creer en vos mismo. Cuanto vas a ser capaz de atravesar para llegar a donde te propones. Cuanto de tu intelecto sos capaz de usar. Cuanto de lo que sos, sos capaz de valorar.
Todas esas cualidades que tomamos como propias porque sentimos que son parte de nuestra esencia, están ahí porque alguien las puso. Quizás no directamente, pero sin dudas alguien nos dio ese capital invisible –y creó el contexto- para poder desarrollarlas. Somos la sumatoria de nuestras experiencias. Y sí, una ínfima porción, es mérito nuestro: lo que decidimos hacer con aquello que se nos brindó.
Para mí está es la verdadera y más cruel “desigualdad de oportunidades”.
Cuando veo gente sin techo, con hijos hambrientos a la intemperie, no puedo evitar pensar en que esas personas, no han tenido suficiente capital intangible. Y por supuesto, por la misma razón, tampoco podrán heredárselo a su progenie.
Y si bien muchas veces, los daños parecen irreversibles, todos valoramos un poco de ternura.
Si dejamos de querer esconder a los que viven entre la basura, y les recordamos que son personas, y no basura, quizás ellos lo recuerden también.
Si en vez de balas y rechazo, empezamos a mirar sin el velo de la desconfianza, es una forma de empezar a aportar a su capital.
No es mucho, pero es un comienzo.
Y quizás un día se sientan por fin deseados en este mundo.
Acogidos luego, acunados.
Seguros, alimentados.
Vistos y respetados.
Respaldados.
Valorados.
Únicos y especiales.
Lo mismo que vos, lo mismo que yo.
Un poco más en igualdad de condiciones.