/El gran golpe | V – Allí en San Juan

El gran golpe | V – Allí en San Juan

 

 

 

La planificación de nuestro próximo golpe fue bastante complicada. Primero tuvimos que mentirle a nuestras familias para explicarles que íbamos a estar un fin de semana fuera del hogar. El Pampa no le tenía que dar explicaciones a nadie, pero el Toro y yo sí. El albañil dijo que tenían que entregar una obra esa semana, caso contrario le rescindían el contrato, por ende iban a trabajar todo el fin de semana de corrido, durmiendo en la misma obra. Yo me inventé un viaje a Buenos Aires, cuyo costo implicó comprar un pasaje de ida, ya que mi esposa me iba a llevar al aeropuerto. Así que tuve que ingresar a hacer el check in mientras me despedía y luego, diez minutos más tarde, cuando ella ya estaba lejos del aeropuerto, fingir una descompostura, salir de la zona y perder mi vuelo. Si todo salía bien el lunes debería estar media hora antes del tiempo que ella supondría que arribaría y aparecerme saludando feliz, sin siquiera haber pisado el avión. Me pasó a buscar el Pampa y nos fuimos todo el fin de semana a Dorrego, planificando detalles sin asomarnos a la calle.

El domingo a la tarde noche partimos hacia San Juan, con rumbo a Calingasta. En el baúl del auto llevábamos cascos, guantes, botas y ropa de operario para el Pampa y para mí. Cenamos en una despensa del desolado pueblo sanjuanino y nos quedamos hasta la media noche haciendo tiempo. El ir y venir de trabajadores de la mina era normal en esa zona, por lo que nuestra presencia no levantó la mínima sospecha. Pasadas las doce partimos hacia el norte, con rumbo a la Mina Casposo. Traíamos además unas pequeñas linternas con nosotros. Detuvimos el auto al costado del camino y avanzamos tierra adentro para que nadie nos viese, el Toro se quedó custodiando el volante y con el Pampa nos pusimos el atuendo de operarios, estábamos a unos 3 kilómetros de lo que sería la mina, nos dimos cuenta por las luces que se veían a lo lejos, reflejando en la oscuridad total de la noche sanjuanina.

En internet habíamos visto fotos y videos de la mina, sabíamos como lucían los empleados y si no hubiese sido por las zapatillas deportivas que nos pusimos para correr, no había diferencias entre ellos y nosotros. Cargamos las botas en una mochila grande, junto con algunas herramientas y comenzamos a trotar a campo traviesa, para aparecer por detrás de la mina, zona inaccesible en vehículo, por ende desprotegida y de fácil acceso.

Luego de unos 20 minutos de correr entre matorrales y piedras, nos acercamos al lugar, aún siendo lunes por la madrugada había algo de movimiento, tanto de máquinas como de personas. Nos pusimos las botas y bajamos por una ladera oscura hasta la base… estábamos adentro.

Ocultándonos entre los contenedores que hacían las veces de hogar y oficinas, los equipos, los vehículos y las cintas transportadoras, llegamos hasta una especie de depósito. El mismo tenía una sola puerta de ingreso, la cuál estaba custodiada por un operario. Pudimos ver que cada persona que entraba era chequeada al ingresar y al salir, por ende no podíamos entrar libremente a disponer de lo que necesitábamos. Pero lógicamente teníamos un plan B.

Sacamos una enorme cizalla de la mochila, las paredes del depósito eran de chapa, en pocos minutos habíamos hecho un hueco por donde podíamos ingresar. Pero nos detuvimos a pensar algo… se nos había escapado un detalle. El tema es que sin dudas un depósito con materiales tan caros debía tener cámaras de seguridad. Teníamos que cortar la luz antes de ingresar, pero no sabíamos donde podía estar el generador central.

Cubrimos el agujero y salimos caminando normalmente, intentando no levantar sospechas. Al cabo de unos minutos de habernos cruzado varios operarios, a nadie le llamó la atención nuestro atuendo. Vestíamos igual, estábamos sudados y llenos de tierra entre varias personas en iguales condiciones. Donde no daba sombra las luces iluminaban como si fuese de día. Dimos varias vueltas hasta que encontramos un enorme generador, enrejado, con un cartel de peligro y un candado en la puerta. Estaba completamente iluminado, pero la herramienta que teníamos podría cortar el alambrado en un instante. Decidimos que yo iba a entrar al depósito y que el Pampa intentaría sabotear la luz. Tenía que ser todo a máxima velocidad.

El bancario se escabulló por detrás del enrejado, sitio que aunque estaba completamente iluminado, no era transitado por personas. Yo caminé lentamente hasta el lugar donde habíamos dejado el hueco en el depósito, en cuando la luz se cortase yo debería entrar rápidamente, tomar lo que habíamos venido a buscar y correr hacia el auto. El Pampa tenía que cortar la luz y huir a toda prisa, porque él tenía más posibilidades de ser visto.

Sin esfuerzo alguno la cizalla trituró el enrejado, previo a eso el Pampa divisó una fuente de cables y un botón de “parada de emergencia”. Entró, presionó el botón, toda la luz se cortó y aprovechó para cortar los cables, iban a tardar un tiempo en volver la luz al lugar. El ruido del generador se detuvo corcoveando. Además le dio un feroz golpe a un tablero con la herramienta, dejando la misma incrustada en el destartalado artefacto.

Yo entré a toda velocidad, entre varios operarios que se movían a tientas y el guardia de la entrada que ordenaba con firmeza a todos que salgan del lugar sin materiales. Varios llevaban linternas así que aproveché la luz de los demás para pasar entre las sombras. Entonces los ví ahí apilados… cartuchos de dinamita a base de gelamon. Metí varios en cada mochila, conté como ochenta en total, me cargué una por delante y otra por detrás y escapé por el mismo lugar por el que entré. Tenía varios kilos de más, pero estaba entrenado para correr y extremadamente nervioso, la adrenalina corría furiosa por mis venas, además la oscuridad me hacía de velo. Salí desesperado en línea recta, mientras sonaba una sirena de alarma y varias personas caminaban hacia el generador. La noche, el ruido de los uniformes, la sirena, mi desesperación, el frío y el paisaje hostil me traían a la memoria las películas nazis que había visto. Esto parecía el escape de un campo de concentración alemán. El terror me invadió, si alguien me interceptaba escapando era el final de mi incipiente carrera delictiva y de esta aventura tan osada… pero eso no pasó. Corrí como nunca antes, no sentía el peso que cargaba de más y mis pulmones ardían. Llevaba tanto explosivo encima como para volar una embajada, si algo activaba tanta dinamita no encontrarían ni mis dientes a diez kilómetros a la redonda. Pero era necesario… era una apuesta fuerte, mi última jugada, la última oportunidad de pegarla en mi puta vida.

Continuará…