/El Lobo de la Arístides Street – Cuarta Parte

El Lobo de la Arístides Street – Cuarta Parte

Javier no podía ocultar su preocupación ante la ausencia de Fernando en la concesionaria. Decidió dejar de preguntarle a la recepcionista para evitar que el problema se hiciera más grande de lo que ya era. Evidentemente, el rumor de que algo le había pasado ya comenzaba a esparcirse y eran varios los empleados preocupados por su paradero. Mayor aún fue la conmoción cuando vieron ingresar a las instalaciones del negocio al gerente de la regional y pidió hablar con Gonzalo Echeverría, uno de los abogados de la concesionaria.

Cuando el abogado se presentó en la recepción del local ante el pedido del gerente, el Javi lo reconoció. Gonzalo era uno de los amigos de Fernando que había conocido la noche anterior. Era muy probable que él supiera algo sobre lo que estaba pasando y quizás lo habían mandado a llamar por eso mismo. Si bien no pudo escuchar mucho de la charla que mantuvieron entre el gerente y el abogado, se podía ver la cara de preocupación en ambos. Siguieron la conversación a medida que salían de la recepción y se subían a uno de los autos de la empresa. Javier los vio partir mientras gran parte del plantel profesional cuchicheaba por lo bajo.

El Javi estaba intranquilo. No sabía bien qué hacer dado que encima era su primer día oficial como vendedor y aún no había recibido instrucciones. Para pasar desapercibido, decidió observar como el resto de los vendedores hacía su trabajo. La mañana no estuvo muy movida en la concesionaria; era día de semana y encima podía sentirse en el aire ese inconfundible aroma a lluvia. Casi llegando al mediodía, la jornada de trabajo se vio interrumpida por la sorpresiva llegada de Fernando. El responsable de venta de usados se bajaba del mismo auto en el que se habían marchado el gerente regional y Gonzalo Echeverría hacía ya un par de horas.

Fernando se veía desastrosamente mal. Parecía un vagabundo comparado con lo bien que se veía la noche anterior. Su ropa estaba toda sucia y arrugada, su cara presentaba un par de moretones propios de alguna que otra ñapi y caminaba medio como rengueando. Ingresó a la concesionaria ante la atenta mirada de todos. Sin saludar a nadie ni decir ni una palabra, entró a su oficina junto al gerente y su abogado amigo, Gonzalo. Estuvieron encerrados durante horas, sin que ninguno de los tres dejara la oficina ni por un segundo. Promediando la tarde y después de tanta tensión, Fernando finalmente salió de la oficina. Cargaba una caja de color madera colmada de documentos, carpetas y algún que otro portarretrato. Así fue como Fernando dejó las instalaciones de la concesionaria, ante la sorpresa de todos.

Javier  aún no podía salir de su asombro ante lo sucedido. Si bien estaba un poco más tranquilo al ver que Fernando por lo menos estaba vivo, no sabía qué iba a ser de su trabajo en la empresa. El gerente regional tomó la palabra y convocó a una reunión de urgencia a la que debían asistir todos los vendedores. El principal anuncio fue la destitución de Fernando De La Torre como responsable del sector de venta de usados. A partir de ese mismo momento, uno de los vendedores más destacados y con mayor trayectoria dentro de la institución tomaría su lugar. Al finalizar el anuncio, el mismísimo gerente se acercó a Javier, le entregó un cheque por los servicios prestados y le agradeció por su aporte a la empresa, sin mayores explicaciones. ¡Imaginen la cara del Javi! ¿Qué tenía que ver él en todo este lío? Cuando finalmente se había ganado el puesto de vendedor que tanto anhelaba, lo desechaban como si fuera la peor basura del mundo. Lo que el gerente le estaba ocultando a Javier era que Fernando, antes de irse, le había pedido expresamente que despidiera al joven mecánico devenido en vendedor.

Pateando piedras y maldiciendo entre dientes, Javier se dirigía hacia donde estaba la parada del colectivo. Sensaciones encontradas lo invadían. Estaba muy enojado con todos, especialmente con Fernando porque sospechaba que Fernando tenía algo que ver con que lo echaran de la concesionaria. Al mismo tiempo se sentía frustrado, impotente, despreciado y encima le había empezado a dar hambre. Ni bien llegó a su casa, saludó a su mamá fugazmente y se encerró en su habitación. La Nancy trató de asegurarse de que su hijo estuviera bien, pero decidió no insistir ante la respuesta un tanto agresiva por parte de él. Si bien aún brillaba el sol, Javier cerró las persianas y se acostó esperando encontrar la calma de alguna manera. Aún acumulaba sueño debido a la noche de excesos que había vivido, por lo que se quedó dormido rápidamente.

Luego de dormir por un par de horas, se despertó asustado al sentir que su teléfono vibraba. Podía ver que ya era de noche y le costó un par de segundos entender dónde estaba y qué día era. En la pantalla de su teléfono podía ver que tenía un par de llamadas perdidas de Fernando. ¿¡Qué quería ahora ese miserable?! A continuación, recibió un mensaje de él que decía: “En media hora te paso a buscar por tu casa. Tenemos que hablar de algo importante.” El Javi no quería saber nada de su ahora ex jefe, pero sentía que le debía una oportunidad para que le explicara qué era lo que había pasado.

Más calmado, Javier le pidió disculpas a su madre por como la había tratado y le contó lo que había sucedido. Su madre le aconsejó que le permitiese a Fernando explicar lo que estaba pasando. Le dijo que a él también le gustaría la posibilidad de hacerlo si sintiera que hubiese cometido un error o hubiera lastimado los sentimientos de alguien. El Javi sentía que su madre siempre tenía las palabras justas para hacerlo sentir mejor. La conversación se vio interrumpida por el sonido de la bocina del auto de Fernando. Javier saludó a su madre, salió de la casa y se subió al auto.

–          “Seguramente debés estar re caliente y debés tener muchísimas preguntas para hacerme. Hice lo que tendría que haber hecho hace mucho tiempo. Vos fumá, ahora vamos a tomar un trago y te cuento como sigue esto.” – se adelantó Fernando ante la sorprendida mirada de Javier.

–          “¡Viejo, me quedé sin laburo! ¿Vos sabés lo que significa eso? ¡Yo se que vos tenés algo que ver! No te hagas el boludo, no puede ser casualidad… ” – respondió el Javi mientras se podía ver como se le marcaba una vena en la frente, producto de la calentura.

–          “Si, yo te hice echar. Pero me lo vas a terminar agradeciendo. Subite.” – comentó Fernando tranquilamente.

–          “Más te vale…” – soltó Javier mientras subía dubitativamente al coche.

Fernando estacionó el auto cerca del bar ubicado en la esquina de San Martín y Rivadavia, donde luego entrarían a tomar algo y conversar sobre lo sucedido. Eligieron una de las mesas ubicadas al lado del ventanal que da a la calle Rivadavia. Fernando pidió un whiskey, como de costumbre, y le pidió una birra al Javi. A partir de allí, desarrolló una especie de monólogo ante la atenta mirada del joven.

–          “Mirá, voy a arrancar contándote lo de anoche. Nada, nos enfiestamos mal. ¡Estábamos hasta la manija! Bueno, vos nos viste. Nos llevamos esos bomboncitos europeos a casa y yo estaba como quería. Estuvimos un par de horas con las chicas hasta que de pronto se hizo de día y se me hacía tarde para ir a laburar. Le pedí a Gonzalo que llevara a las minas al centro mientas yo me pegaba una ducha, me tomaba un café y salía para la concesionaria. Resulta que voy saliendo y en una de las esquinas cerca de mi casa noto que los semáforos estaban con la luz amarilla titilando. Freno un toque como para ir con cuidado y de mi mano izquierda viene una de las patrullas de estos salames… ¿Cómo se llaman? ¡Ah, si! De los preventores. Viene un auto de los preventores echando puta. Freno de golpe, porque sino me la ponía toda, pero me termina tocando la parte de adelante del auto. No fue tan violento, no me pasó nada pero me dejó el auto hecho bosta. Me bajé re mil sacado y lo empecé a putear de arriba a abajo. Ni me calentaba que fuera preventor, aún si hubiese sido el mismísimo papa Francisco lo hubiese bardeado por dejarme el auto así. ¿¡Para qué!? El gordo hijo de puta era aún más calentón que yo y nos fuimos a las manos. El otro cana que iba con él en el auto, llamó a la estación y ahí nomás cayeron dos patrulleros. ¡Imaginate! Me entraron a dar por todos lados. ¡Cagones de mierda! Decí que pararon dos o tres autos más y un viejo como que atinó a filmar con su celular lo que estaba pasando. Cuando se avivaron de eso, los canas me levantaron del piso y me hicieron entrar en uno de los patrulleros.

 

En la comisaría me metieron al calabozo y aprovecharon para darme un par de bifes más hasta que quedé medio tirado en el piso. Tuve la suerte de que uno de los canas que laburaba en esa comisaría, supo ser el sereno de la concesionaria. Yo lo conocía al tipo, nos habíamos fumado un faso alguna que otra vez. Llamó desde su celular personal a la concesionaria y les contó lo que me estaba pasando. Al toque cayó Gonza con el gerente y lograron sacarme de ahí. ¡Me los quería comer crudo a todos! Decí que el Gonza me frenó, sino se me armaba mal…

Después, pasó lo que vos viste. Caímos a la concesionaria y el viejo me dijo que quería hablar conmigo. Me dijo que ya no podía seguir aguantando mi situación, que era una influencia negativa para el resto de los empleados. ¿Podés creer que me dijo que las fiestas que organizo hacen que el resto de los que laburan en la concesionaria sean “poco productivos y eficientes”? ¿Qué culpa tengo yo que no sepan pasarla bien sin tener que terminar rotos al otro día y tengan que pedirse el día libre? ¡Son todos unos flojitos de mierda! De todas formas, el viejo sabe que yo he presenciado los negocios turbios que se mandan cada dos o tres meses. ¿De dónde te pensás que sacan tanta plata? Te cuento esto porque sé que no le vas a decir a nadie. ¡Más te vale que nadie se entere! Sino vamos a terminar flotando en el Carrizal. Bueno, me fui del tema. La cuestión es que me pidió que diera un paso al costado para darle mi lugar al pelado Cabrera. ¿Podés creer? ¡El pelado Cabrera! Ese tipo siempre estuvo en las sombras, tratando de ocupar mi lugar. ¡Finalmente se lo dieron! ¡Qué hijo de puta! Igual yo le dije al viejo que no la iba a sacar nada barata… Si quería que me fuera, iba a tener que comprar mi silencio. Lo amenacé con ir a los medios y contar todo lo que pasa allá adentro. Son tipos mafiosos, pero no me van a tomar de boludo. Después de un tire y afloje, llegamos a un acuerdo y me hizo un cheque bastante jugoso. Eso me lleva a la siguiente parte de la charla: tu despido. Le pedí que además de darme guita, te despidiera. Le dije que te habías intentado garchar a mi hermana y que si de pronto podía dejarte sin laburo, a mi venía de diez. Para el tipo vos eras un cero a la izquierda, así que imagínate lo poco que le costó decirme que iba a cumplir mi deseo y te iba a despedir. La verdad es que dentro de la concesionaria, no tenía a nadie de mi confianza. Bueno, Gonza, pero él más allá de ser abogado no tiene idea de negocios. En cambio, vos me hacés recordar a mí cuando tenía tu edad. Sos medio boludazo pero puedo ver que tenés lo que hace falta para tener éxito en el mundo de los negocios. Con la guita que me dieron al despedirme, sumado a unos ahorros que tengo, pienso ponerme una agencia de autos usados. Quiero arrancar con algo tranqui, pero con la posibilidad de expandirme en el futuro. Si hay algo que me llevo de la concesionaria, son todos los contactos que me hice en este tiempo. Desde mecánicos, pasando por vendedores hasta una cartera grande de clientes. El tema es que yo no puedo ser la cara visible de la agencia, sino la gente de la concesionaria me va a hacer la vida imposible. Necesito a alguien que ponga la cara por mí y yo operar desde las sombras. Con mis contactos y mi inversión inicial, es un éxito asegurado. ¡Hay muchísima guita! ¡Más de la que podés imaginar! El tema es que no se puede enterar nadie de la concesionaria, porque si no se pudre… Osea, pudrirse como para terminar en el cajón y no ver más la luz. Bueno, se me ocurrió que podías ser vos esta persona que necesito. ¿Qué me decís? ¿Te animás a correr el riesgo? ” – le preguntó Fernando a Javier, quien aún tenía problemas para procesar tanta información de golpe.

CONTINUARÁ

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