/El Lobo de la Aristides street – parte 2

El Lobo de la Aristides street – parte 2

Ante la mirada atónita de Javier Borrello, Fernando De La Torre peinó dos líneas de cocaína con la misma naturalidad con la que el Rolo, el carnicero del mercadito chino de mi barrio, corta la bola de lomo para bifes un domingo al mediodía. Como si esto fuera poco, se mandó las líneas tan rápidamente que habría que revisar si no rompió algún record Guinness. De más está decir que Javier entendía poco y nada, jamás había presenciado a alguien consumiendo cocaína y donde menos sospechaba encontrar ese escenario era en su lugar de trabajo. Como si nada, Fernando se limpió la nariz para evitar mayores sospechas y le pidió a Javier que lo acompañara fuera de su oficina. Mientras salían del recinto, Javi pudo ver a Cami, la secretaría personal de Fernando, saliendo lentamente por debajo del escritorio mientras trataba de corregir sin éxito su labial con una de sus manos.

–                     “¿Así que querés dejar de laburar en el sucio agujero al que llaman taller y comenzar a vender autos? ¿Qué te hace pensar que tenés lo que hace falta? “ – preguntó Fernando.

–                     “Si, señor. Es cierto que no se nada de venta de autos, pero puedo aprender rápido. En el taller de mi viejo siempre hice buenos negocios, aunque no dejaran mucha diferencia de plata.” – respondió Javier.

–                     “Mirá, sinceramente te voy a dar una chance porque me hiciste ganar dos lucas gracias al partido de anoche. El gordo Palero, el arquero fofo del otro equipo, me dijo en el entretiempo que no lo dábamos vuelta ni en pedo. Yo le aposté dos lucas a que si lo hacíamos y así terminó siendo. Es más fuerte que yo, no puedo negarme a una apuesta. Algunos me dicen que tengo un problema, ¿pero qué saben ellos?” – confesó el señor De La Torre mientras caminaban por el patio de la concesionaria.

–                     “Deme una oportunidad, don Fernando. Prometo que no lo voy a defraudar”. – reclamó Javier.

–                     “Mañana viene a la concesionaria Arnaldo Becerra, presidente de la Cámara de Comercio de Mendoza. Me llamó más temprano y me dijo que el hijo cumple dieciocho años y quiere regalarle un auto. El pendejo está empecinado con alguno de los 0km de alta gama pero el viejo no va a desembolsar esa guita ni en pedo. A lo sumo le comprará un usado que tenga uno o dos años. Así que fíjate, si lográs que compren el auto acá y no en otro lado, te pongo a prueba como vendedor.” – le confió al mecánico el responsable de venta de autos usados.

–                     “Muchas gracias, señor. No se va a arrepentir.” – balbuceó Javi agradecido mientras veía como Fernando se marchaba.

Javier había esperado esta oportunidad más que cualquier puberto con aires de galán espera la temporada de cumpleaños de quince de sus compañeritas. Sabía que probablemente era su única chance, por lo que no podía desaprovecharla. Lo primero que hizo ni bien terminó la conversación con Fernando, fue pedirle permiso al  jefe del taller de la concesionaria para salir una hora antes. Javi sabía que no tenía ningún traje que pudiera usar al día siguiente por lo que necesitaba llegar al centro antes de que cerraran los comercios para comprar uno nuevo. La última vez que había usado un traje había sido para su comunión hacía más de diez años y encima, estaba convencido que la Nancy lo había entregado en el Club del Trueque a cambio de un par de zapatillas y el equipo de gimnasia que usaría al año siguiente de la comunión. Apenas el jefe le dio permiso para salir un rato antes, saludó a sus compañeros del taller y salió a los piques hacia la parada del colectivo. Según sus cálculos el 173 estaba por pasar y tenía que alcanzarlo, sino estaba en el horno con papas cuñas.

Una vez arriba del bondi, llamó a la Nancy para que lo esperara en el centro y lo ayudara a elegir el traje que se pondría al otro día. Además, le pidió que entrara a la pieza que compartía con sus hermanos, se fijara en el cajón de los calzoncillos y sacara los ahorros que tenía guardados en un monederito que le había traído su hermano Carlos cuando fue a visitar a la Difunta Correa. Iba a necesitar esa plata para comprarse el traje, por más que sus ahorros se vieran diezmados como las reservas del Banco Central.

Nancy, tan dulce y paciente como siempre, lo esperaba hacía ya diez minutos en la parada del colectivo. Si bien estaba algo triste de haber tenido que cancelar su tradicional “martes de canasta” con la Miriam, la Norma y la Pocha; sus hijos eran todo para ella y nunca podría rechazarles un pedido de ayuda. Al encontrarse con su hijo, se acercó para saludarlo y darle un beso. Javier puso la frente, como acostumbraba a hacer siempre que su madre intentaba besarlo y comenzaron a caminar por el centro menduco, mirando vidrieras y averiguando precios. Aun sabiendo que nada podría comprarse para ella, la Nancy se detenía en casi todas las casas de ropa, seducida por las liquidaciones de temporada.

–                     “Javi, mirá que lindos vestidos. Y yo que ando con este que me regalaron ustedes para el día de la madre hace como cinco años.” – expresó desilusionada la madre.

–                     “Bueno, ma. Si me sale bien esta, te compro todos los vestidos que quieras. ¡Necesito que compremos el traje antes de que cierren los negocios! Encima está todo tan caro, no me alcanza para nada.” – respondió Javier.

–                     “Podemos ir donde trabaja tu tía Mercedes. Vos sabés que no me banco mucho a la familia de tu padre, pero escuché que tienen rebajas de hasta el 50% esta semana.” – aclaró Nancy.

–                     “Uh dale, estaría bueno. Además la tía Mercedes me debe un par de favores de cuando le fuimos a arreglar la gotera que tenía en la cocina. Más vale que se porte la vieja.” – rezongó Javier.

Al llegar al local de ropa ubicado en una de las esquinas de San Martín y Entre Ríos, lo primero que hicieron fue buscar a la tía Mercedes quien los ayudo a conseguir el traje que usaría Javier al otro día. Ni bien volvieron a la casa, la Nancy se puso a hacer la cena para mientras Javi se encaminaba al baño para pegarse una ducha antes de acostarse. Mientras se pasaba por la espalda el jabón verde que tenía pegado los últimos pedacitos de otro amarillo, hacía en su cabeza un resumen del día y pensaba en alguna alternativa viable para poder vender el auto al día siguiente. Los abuelos siempre cuentan que las mejores ideas se presentan en este momento de relajación y tranquilidad, y esta no iba a ser la excepción. Mediante alguna inexplicable asociación de pensamientos recordó al Flaco, su querido amigo de la infancia.

Martín “el Flaco” Pereyra había vivido toda su infancia en una casa de adobe a tres cuadras de donde siempre vivió Javier y su familia. Fue criado en un hogar humilde junto a sus cuatro hermanos y nunca pudo terminar la secundaria. Sin embargo, tenía algo que siempre lo había destacado del resto: su zurda mágica. Hizo las inferiores en Huracán Las Heras junto a Javier, donde afianzaron su amistad barrial. A diferencia del Javi, Martín nunca dejó de jugar al fútbol y hasta llegó a vestir la casaca del primer equipo del globo lasherino en varios partidos de la liga mendocina. Tal así fue que en uno de esos partidos contra Godoy Cruz, se destacó al marcar un golazo de tiro libre y asistir de manera exquisita al nueve para sellar el triunfo de Huracán sobre el Tomba. Su actuación había llamado la atención del entrenador del equipo rival, quien comenzó rápidamente las gestiones para llevar al Flaco a Godoy Cruz. Una vez concretado el pase a cambio de $40.000, Martín Pereyra comenzó a entrenar con la reserva del equipo de primera del Tomba. Era la época en la que Godoy Cruz jugaba su primer Copa Libertadores en la historia, por lo que el entrenador del equipo bodeguero solía alinear una formación alternativa para el campeonato local. En estos partidos fue donde el Flaco comenzó a destacarse. Asombraba no solo a su hinchada sino también a la rival con sus movimientos sutiles y quirúrgicos dentro de la cancha. Además de flaco era muy alto, casi llegaba al metro noventa por lo que parecía una garza desplazando su espigado cuerpo por el campo. Tras una serie de actuaciones memorables frente a Tigre y el mismísimo Boca Juniors, recibió un llamado que le cambiaría la vida. Eran las 21:37 de aquel martes cuando después de dar un par de entrevistas para medios nacionales, su teléfono sonó. Al ver que era un número privado no tuvo prisa en atender pero cuando lo hizo, reconoció la voz de su ídolo supremo: El Diez. Diego Armando Maradona, D10S, el barrilete cósmico; lo estaba llamando para felicitarlo por su actuación en los últimos partidos y para extenderle la convocatoria a la selección argentina local que enfrentaría a Honduras en un partido amistoso por la inauguración del coqueto estadio de San Juan. Entre lágrimas y conmoción, el Flaco agradeció al Diego mientras le expresaba su más devota admiración. Finalmente, Martín “el Flaco” Pereyra integró el plantel que venció 3 a 1 a Honduras en San Juan aunque no tuvo minutos en cancha esa noche y debió ver el partido desde el banco. Pero para él eso no importaba, era un detalle. Había sido elegido por el más grande de todos los tiempos para estar sentado a su lado.

¿Por qué les cuento esta historia sobre el Flaco? Resulta que después de su roce con la celeste y blanca, Martín se convirtió en un ídolo del futbol mendocino. Su cara estaba en todos los diarios locales y no había amante del futbol que no lo saludara por la calle. Si bien había pasado casi un año de este acontecimiento, Javier Borrello encontró en su amigo una respuesta a sus plegarias por lo que decidió llamarlo y pedirle un favor por los viejos tiempos.

Al día siguiente, más precisamente en horas de la tarde, Arnaldo Becerra y su hijo llegaban a la concesionaria. Después de quedar fascinado con los lujosos autos importados, el adolescente tuvo que ceder ante la insistencia de su padre: su primer auto sería uno usado. Luego de analizar desinteresadamente las alternativas que Javier le ofrecía, sucedió algo que el cumpleañero jamás podría olvidar. Al volante de un auto de origen alemán, color rojo carmesí cual labios de Jessica Rabbit y con La Barra sonando a más no poder; llegaba el Flaco Pereyra a la concesionaria. Estacionó el auto al lado de Javier y le dijo “Che, ¿dónde te dejo el auto? Me dijeron que te pregunte a vos mientras espero que saquen del garage el nuevo que llegaba hoy:” Javier le respondió que lo dejara ahí mismo y fuera a las oficinas a firmar los papeles que faltaban.

Sin poder despegar la mandíbula del suelo, el adolescente le rogó a su padre por ese auto. ¡Era el auto del Flaco Pereyra! Tanto lo deseaba que prometió no contarle a su madre sobre lo que había visto que pasaba entre su padre y su secretaria. Ante esta inmejorable situación, Arnaldo le pidió un precio a Javier. El mecánico devenido en vendedor le indicó que no podría bajar de los $370.000. Luego de tironear un poco el precio, la operación se terminó haciendo por $360.000 y el cumpleañero ya había comenzado a sacarse selfies en el auto y se las mandaba a todos sus amigos por Facebook.

Una vez que Arnaldo Becerra y su hijo dejaron la concesionaria, Javier le agradeció al Flaco por el gran favor que le había hecho. Martín Pereyra sabía que no había hecho más que acudir a la concesionaria un rato antes que llegaran los clientes, dar una vuelta a la manzana en un auto que jamás había manejado antes y luego hacer de cuenta que era su auto, pero parecía que había sido de gran ayuda para Javier. Luego de que el Flaco se despidiera del Javi, Fernando De La Torre se acercó y lo felicito.

–                     “Vi lo que hiciste, muy ingenioso de tu parte.” – expresó con moderada admiración el responsable de venta de usados.

–                     “Se lo debo al Flaco, me hizo el aguante. Lo único que rogaba era que el pibe fuera del Tomba y no de la Lepra, sino estaba en el horno…” – respondió aliviado Javier.

–                     “Esa fue tu cuota de suerte. También vi que inflaste un poco el precio, hiciste una diferencia de unas diez lucas a tu favor. Te felicito, desde mañana estarás a prueba como vendedor.” – dijo Fernando.

–                     “¡Muchas gracias, no se va a arrepentir!” – exclamó el Javi.

–                     “No me agradezcas aún. ¡Ah! Antes que me olvide… Esta noche te paso a buscar y le damos un buen uso a esas casi diez lucas de más que le sacaste al gordo Becerra.” – dijo Fernado por encima de uno de sus hombros, mientras se retiraba hacia su oficina.

 

CONTINUARÁ

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