/El regreso de los dioses (última parte)

El regreso de los dioses (última parte)

El hombre esta condenado a ser libre.
Jean-Paul Sartre.

 

 

 

Cada vez eramos más.

Un grupo de avanzada que investigaba una zona desconocida descubrió una granja de un tamaño considerable. En ella laboraban, en condiciones paupérrimas y esclavizados, un grupo de humanos.

Planeamos su rescate y lo llevamos a cabo, ya teníamos cierto oficio en eso de matar mumos.

En esa ocasión los rescatados eran más de quinientos, mucho más de los que esperábamos.

La cosa no concluyó ahí: también encontramos una fábrica en la mitad de la nada. La atacamos y salvamos a otras trescientas personas.

Para combatir contra los mumos, entre hombres y mujeres, conformábamos una fuerza considerable, sin conocimientos de combate aunque ávidos de venganza y eso era suficiente.

El tiempo fue pasando.

Ya no quedaba nada para atacar en nuestra zona de acción. Debíamos pasar a otra etapa.

Nuestros exploradores dieron con un pequeña poblado en donde terminaba la planicie violeta.

Esa vez dejamos de lado la guerra de guerrillas y efectuamos un ataque con todas las letras. Mis congéneres me decían “el general”. Seguía manteniendo el liderazgo de nuestro grupo rebelde.

El ataque a la pequeña población fue un éxito y una masacre. Cometimos toda clase de barbaridades con los mumos, con los que se rendían, inclusive con los niños y las mujeres.

No olvidábamos que estábamos en esa situación por su culpa.

Los mumos se replegaban, abandonaban sus hogares. Parecían tenernos un miedo irracional. Esperábamos su contraataque, pero éste no se efectuaba. Pasaba que el temor de sus autoridades a una epidemia mortal estaba presente, no sabían cómo lidiar con nosotros. Sus científicos habían descubierto que no existía cura para el contagio. No sólo eso, nuestra impronta de ADN, nuestros rastros biológicos, podían ser foco de infección a pesar del paso del tiempo e inmune a cualquier clase de limpieza.

Nuestra destrucción no era posible.

Estaban en una encrucijada.

De la pequeña población mumo, que habíamos atacado, rescatamos unas mil personas más, eramos casi mil quinientos combatientes -pocos en apariencia- aunque eran los suficientes para mantener en vilo a todo un planeta. Por lógica debían existir bajo la condición de esclavos muchos, pero muchos humanos más, ignorantes de su estado de arma bacteriológica latente.

Los mumos decidieron mandar una comitiva para pactar una tregua. De alguna manera habían podido romper la barrera idiomática, usando una máquina que podía traducir su lenguaje al inglés. Por nuestra parte no queríamos paz, queríamos revancha.

Nunca pudieron usar ese artilugio del idioma, los aniquilamos ni bien los tuvimos cerca. No quedó ni un emisario vivo.

Localizamos varias ciudades más, a las que fuimos sometiendo solamente con una amenaza de ataque. Los mumos habían empezado un éxodo masivo, las cosas se nos hacían cada vez más fáciles, en cada conquista íbamos liberando cada vez más esclavos humanos que se unían a nuestro ejército rebelde.

No sé de dónde me salían las estrategias que usábamos, pero eran efectivas. El único conocimiento militar que poseía era una frase del Arte de la Guerra de Sum Tzu: El arte de la guerra se basa en el engaño… y eso hacíamos.

Capturamos unos pocos prisioneros. Hice algunos interrogatorios usando la máquina traductora y me enteré de que la población más importante de su mundo estaba muy cerca de nuestro puesto de avanzada más lejano.

Sería el ataque final, si conquistábamos esa ciudad todo sería nuestro.

Era una megápolis hecha y derecha, varios kilómetros antes de llegar se podían divisar su edificios.

Sería complicado tomarla, pero estábamos decididos a todo, a no detenernos bajo ninguna circunstancia. Batallaríamos hasta la victoria o hasta desfallecer en el intento.

Decidí que haríamos un ataque frontal, decisivo, suicida, al todo o nada. Durante la noche, apañados por las sombras. Pero como el arte de la guerra se basa en el engaño. Al mismo tiempo que iniciásemos la acometida un grupo de nuestras fuerzas la usaría como distracción y se infiltraría por un flanco de la ciudad sorprendiendo por la retaguardia a los defensores.

Llevamos a cabo el plan, con nuestros pocos elementos de guerra. Con las armas robadas a los mumos. Con nuestra saliva y demás secreciones infectando armamento improvisado.

La batalla comenzó, nuestro enemigo se defendía tibiamente ante nuestro avance.

Di la orden y la estratagema se puso en marcha; los que atacarían de sorpresa uno de los lados de la ciudad avanzaron, tratando de aprovechar la sorpresa.

Entonces todo se complicó.

Los mumos de alguna manera previnieron que esto pasaría y nos estaban esperando. Nuestro embate fue repelido.

Nuestro rival comenzó entonces a diezmar a nuestras tropas. En ese momento todo parecía perdido.

Un instante de angustiosa inquietud nos embargó.

Nos habían jugado con la misma carta.

Entonces de la nada apareció él, el hombre de la nave, el de gafas y sudoroso que le puso el nombre de mumos a nuestros adversarios.

Comandaba una pequeña legión en la avanzada. A puro fuego y muerte se abrió paso con sus huestes entre los mumos.

Verlos luchar contra seres que con toda lógica debían destruirlos, por su porte físico y por sus conocimientos, era irrealmente emocionante, nada podía detenerlos.

El resto nos contagiamos de la acción. Avanzamos y pasamos la primera línea de defensa de los mumos, a quiénes de nada les valió su artillería, sus fuerzas de choque, sus vehículos blindados y su tecnología de punta. Fueron literalmente arrasados por seres primitivos, rabiosos y decididos.

Los humanos, que oficiaban de esclavos para los mumos en la ciudad atacada, se percataron de lo que sucedía y se rebelaron, levantándose en armas, rompiendo sus cadenas.

En cuestión de horas tomamos a esa gran urbe. Pasamos a degüello a los que pudimos, el resto de ellos escapó a las planicies violetas.

Luego de esa batalla bisagra sus ciudades fueron cayendo ante nuestra acometida y a cada paso íbamos liberando prisioneros y nuestro ejército se fue engrosando en efectivos.

El planeta mumo al fin fue nuestro, los otrora dueños de este mundo fueron relegados a lugares inhóspitos bajo condiciones deplorables.

No nos pudieron vencer.

Ella mágica me sonríe desde la cocina. Su pelo, antes negro como el espacio, ahora es una catarata blanca; su sonrisa sigue siendo igual de hermosa. Nuestra forma de comunicación ha mejorado desde la primera vez que nos vimos en el mercado de esclavos, hablamos un idioma particular basado en el francés, el español y varias lenguas más, con eso nos es suficiente. Hemos tenido una buena vida en ese lugar tan alejado de la Tierra, Tuvimos descendencia y ellos a su vez hicieron lo propio.

Ahora nuestros nietos corretean jugando bajo la luz mortecina de los dos soles verdes.

La humanidad prosperó en es mundo.

Por mi parte escribo esto para las futuras generaciones, para que sepan que no somos originarios de este planeta, pero que somos sus dueños por derecho. Nos lo ganamos con nuestra sangre.

Somos virus, somos dioses…

Somos los dioses virus y estamos felices por ello.

FIN