¿Qué pueblo no ha sido en alguna ocasión responsable y víctima de una invasión territorial?
Erasmo de Rotterdam
Capítulo 2
I
Enrique Beltrán no daba crédito a lo que acababa de escuchar. Los médicos le habían dicho que era imposible que estuviese vivo, después de haber estado en contacto con el material tóxico que transportaba el camión siniestrado. Por su parte, los dueños de la empresa química dueña de la carga intentó por todos los medios esconder el hecho ante los medios de información. Con las autoridades ya habían arreglados mediante coimas y a la familia del chofer del camión tanque, Elías Gamboa, la tranquilizaron con un jugoso resarcimiento.
También hablaron con Beltrán, para ver cuánto quería de indemnización por el hecho (amén de haberle conseguido el mejor tratamiento de salud que la plata podía pagar) Pero Enrique no necesitaba nada, estaba complacido con su nuevo cuerpo.
A pesar de que los doctores estaban seguros de que Beltrán no debía dejar el tratamiento, éste escapó del sitio en el cual estaba bajo observación.
Se recluyó en su casa y se puso a pergeñar las características de superhéroe que debía tener para ser identificado como tal.
II
Soyo, el pericote, había vagado por los basurales desde que ocurrió el accidente que le dio nueva conciencia. Un estado mental que lo acuciaba con sus nuevas verdades reveladas.
Vio a sus congéneres hurgar en los vertederos por un puñado de comida podrida, por primera vez en su vida sintió angustia por sus pares, que luchaban entre ellos por el sustento, cuando en realidad tenían suficiente capacidad para lograr un estándar de vida mejor para su especie.
Soyo miró su reflejo en la tapa de una lata tirada. Su imagen le produjo cierto beneplácito, pensó que su mechón blanco era inconfundible, que él, como entidad, era único y que sus semejantes también lo eran. Por ende tenían derecho a una vida mejor.
Entonces, como una revelación, la idea le vino a sus pensamientos: la culpa la tenían los humanos, esos que caminaban erguidos sobre sus piernas… Los Dos Patas.
III
Enrique Beltrán había pasado varias noches sin dormir; sentía que su cuerpo cambiaba a cada instante, que sus músculos tomaban una nueva dimensión, más allá de la fuerza, la agilidad y la resistencia que podía llegar a tener. Era algo nuevo que por el momento no podía representar en palabras, sólo en sensaciones.
A pesar de las novedades extrañas que le acaecían tuvo tiempo para diseñar su traje, era un sueño hecho realidad. Dibujó por horas, sin sentir cansancio, con una creatividad casi mágica. Delineó loa trazos finales durante una madrugada. Miró su labor y quedó satisfecho. Ya tenía su traje de superhéroe, tenía todo para serlo.
La Cosa Misteriosa estaba lista para salir a las calles.
IV
Las autoridades estaban desconcertadas, no sabían para qué lado dirigir su atención en el nuevo mapa delictivo que se había gestado.
Estaban pasando cosas raras en la ciudad, los roedores parecían haber tomado las calles de manera organizada. Algunos hechos llamaban a atención por su singularidad, por ejemplo una colonia de ratas habían entrado a un supermercado y se llevaron mercaderías. Ingresaron al local en tres columnas y se repartieron por el establecimiento, mientras unas tomaban comida otras hicieron un círculo para defender a las que acopiaban y transportaban los diferentes paquetes.
También se tuvo noticias que grupos nutridos de roedores tomaban por asalto diferentes edificios de la ciudad, generando caos y destrucción a su paso.
Actuaban como batallones ordenados y eficientes, no atacaban en desorden; unas batallaban contra las personas presentes y el resto se ocupaban de saquear.
Soyo tenía el recuerdo (de su otra vida antes de poseer conciencia) de que se podía comunicar con sus pares mediante diferentes tonos de chillidos; poseían un amplio lenguaje, con suficiente gramática como para generar un idioma universal entre todos los roedores del mundo. Pero Soyo no podía recordar, desde el accidente, cómo era esa lengua. En cambio descubrió por azar que se podía comunicar telepáticamente con el resto de los suyos.
Estaba conectado con todas las ratas del planeta, percibía sus sentimientos… el miedo, la lujuria, la curiosidad, el hambre…
Los gigantes que caminaban en dos patas tenían la culpa de todos sus pesares. Eran ellos quienes los sometían a crueles experimentos, eran ellos quienes los perseguían… Eran ellos quienes debían desaparecer.
Sentía cada vez que uno de sus semejantes caía muerto por una trampa de resorte o envenenado. Creía que se iba a volver loco con tanta miseria, con tanto dolor, con tanta masacre por parte de Los Dos Patas.
Al principio le costó hacerse entender al transmitirle a los demás sus pensamientos, pero siguió intentando y logró comunicarse con todos y cada uno de las ratas y ratones de este mundo. Soyo superó las sensaciones negativas recibidas desde los otros roedores y al final los pudo entrenar y así ensamblarlos como una sola fuerza, un gran ejército.
Actuarían como un único ente que lucharía por un bien común: su liberación de Los Dos Patas.
V
Enrique Beltrán no daba crédito a lo que veía en la TV, todos los canales de noticias transmitían lo mismo: cientos de miles de ratas atacando ciudades en diferentes países.
Se dijo a si mismo que era la oportunidad para que La Cosa Misteriosa fuese conocida, no existía mejor ocasión.
Sentía que tenía todas las posibilidades de vencer a esa horda, sin saber cómo la extirparía de la faz de la tierra.
Se calzó el traje que había fabricado, un enterizo violeta, con un antifaz del mismo color. Era un atuendo sencillo y efectivo, fácilmente reconocible y de una innegable comodidad.
Se miró en el espejo y no pudo contener una sonrisa de orgullosa vanidad al verse en el reflejo.
Era un superhéroe hecho y derecho.
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