/EMMA – Capítulo 2: “En la plaza España”

EMMA – Capítulo 2: “En la plaza España”

La cama estaba mojada y el olor a humedad inundaba el cuarto. Emma yacía tendida en la cama, inmóvil e incapaz de reaccionar. Las sensaciones que le habían provocado el sueño del que recién despertaba eran muy fuertes y su cabeza andaba a mil revoluciones. Estaba realmente nadando en un mar de incertidumbre y había perdido totalmente la noción de aquello que la rodeaba, del tiempo…de todo.

Sin pensarlo se paró y comenzó su día como cualquier otro, reprimiendo de forma inconsciente lo que acababa de ocurrir. Así todo era más fácil.

Continuó su día, se preparó para ir a trabajar al bar y en el intento se enojó con ella misma. La casa era un desorden. Cuadros a medio pintar por todos lados, papeles y facturas sin pagar encima de la mesa ratona, las llaves… ¿dónde había dejado las llaves?  Automáticamente comenzó en busca del llavero con la mano de Fátima que tantos años hacía que le había regalado su abuela paterna. Por algún lado debía estar. Con mucha suerte quizás llegara a encontrar su juego de llaves y también el sentido de su vida. No, eso era mucho esperar.

Camino al bar las cosas seguían su curso normalmente, las mismas personas yendo a trabajar… la cronología de su rutina estaba inalterada. Arribó a destino, saludó y se dispuso a bajar las sillas de las mesas como de costumbre. Pensó, “mi vida nunca va a cambiar, estoy estancada en esto”.

El día estuvo tranquilo, la clientela fue la usual e incluso pudo desocuparse unos minutos antes de lo previsto para prepararse algo para comer en la cocina del bar.

Se sentó a comer su almuerzo en la Plaza España. Quedaba algo lejos del bar, pero aún así adoraba ese lugar. Pensaba que caminaría mucho más que 7 cuadras para tener la oportunidad de almorzar ahí cada día. Le encantaba la plaza y cuando no comía allí la extrañaba porque le recordaba a sus tarde de día miércoles junto con su padre. Los dos solos, él siempre intentando enseñarle algo nuevo; ella admirándolo. Le gustaban las baldosas pequeñas de colores, la fuente rectangular gigante y las farolas negras.

Se sentó en un banco de azulejos azules elegido al azar, rodeado de árboles. Observaba con calma las nubes, los pájaros y los niños subiendo y bajando de los juegos infantiles. Giró en busca de la botella de agua mineral que acababa de depositar a su derecha y se encontró repentinamente con una mujer de cabellos dorados ondulados y mirada penetrante. Lucía.

No se asustó. Por algún motivo tuvo la sensación de estar esperándola.

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