No sabía si era el ambiente, el aroma, la música, el alcohol que había bebido o la combinación de todo lo anterior. La cuestión es que esa noche decidió no pensar, eligió dejarse llevar por primera vez en su vida.
Era una chica joven pero aún así muy estructurada. No le gustaban los lugares comunes ni las personas comunes. No le gustaba ser presionada para salir y menos todavía para salir a “conocer gente”. Siempre se irritaba cuando su abuela le decía: “Emma, lo que necesitás es dejar de aislarte. Empezá a divertirte, salí a conocer gente.” Conocer gente. ¿Para qué? La gente no quería conocerla, las personas salían a buscar parejas temporales, solía llamarlos “amores de luna”; no les interesaba saber que hacía de su vida, de qué color le gustaban las flores ni qué clase de música alteraba todos sus sentidos. Sólo querían besar y ser besados; e incluso un poco más si se cedía el control del cuerpo.
Pero esa noche era todo diferente. Desde el sueño y la visita de Lucía su vida había cambiado como también sus prioridades y su manera de sentir las cosas. Había comenzado a escuchar el sonido del viento y a cerrar de vez en cuando los ojos; olía las flores además de juzgarlas por sus colores; andaba descalza por el pasto porque necesitaba sentir que formaba parte del mundo. Así fue como esa noche salió a bailar al lugar al que se había prohibido a sí misma ir; tomó las bebidas que siempre rehusaba beber y bailó a su ritmo con los ojos cerrados, sin notar a los “potenciales amores de luna” que la observaban curiosos.
Se sentía liberada y nadie iba a quitarle esa sensación. Olvidó a su ex y lo que había sucedido entre ellos. Por momentos hasta creyó haberlo perdonado por todo. Su perspectiva acerca del amor verdadero cambió ligeramente desde las charlas con quien sea que fuere esa mujer de su sueño; no estaba preocupada por encontrarlo, es más, confiaba en que algún día llegaría, pero no se iba a parar a esperarlo; ya estaba cansada de esperar. Esa fe en el amor le movió un montículo de piedras que obstruían su espíritu y ahora se podía sentir mejor, incluso sintió que podía llegar a tener ganas de hacer sociales, de conocer gente.
Abrió los ojos y notó que su amiga Sol la estaba mirando escéptica. No era difícil de entender, estaba cambiada y Sol la conocía lo suficiente como para darse cuenta rápido. El solo hecho de estar ahí las dos era algo inédito. No le dijo nada, solo le sonrió con una sonrisa que hablaba por sí sola: “te veo bien amiga, y me hace feliz” decía su sonrisa. Amor de amiga, pensó Emma… No hablaron del tema, simplemente siguieron bailando y tomando hasta sentir suaves las yemas de los dedos y sueltas las rodillas.
Decidieron reposar del baile y del ligero mareo que el alcohol les había provocado. Se sentaron en un sillón blanco en las terrazas del boliche. Era verano y la noche estaba fresca y agradable para estar afuera; adentro el humo de cigarrillo y el calor saturaban el aire. Sol, antes de sentarse, la miró y le dijo algo así como que tenía que ir al baño, o eso creyó haberle escuchado Emma. Al encontrarse sola decidió tenderse en el sillón y relajar sus piernas, resentidas y desacostumbradas después de tanto tiempo sin bailar.
Disfrutaba de la música y todo el ritual que la rodeaba. Cerró los ojos una vez más para que sus oídos pudieran concentrarse.”¡Ay!”-gritó Emma. Un muchacho tropezó cerca y sin querer había caído encima de sus piernas. Toda tranquilidad se esfumó de su rostro; siempre había alguien dispuesto a arruinarle la noche; se dijo a sí misma.
-Perdoname, la gente no sabe tomar y al parecer tampoco saben moverse. Andan todos a los empujones por acá.
Sonaba alegre a pesar de que acababa de caerse. Más bronca le provocaba a Emma, cuyas piernas estaban ahora nuevamente en el suelo, retomando los calambres de la danza.
-Sí, pero se ve que vos tampoco sabés moverte. – Le dijo con profundo resentimiento.
-Bueno, dije perdón. No sé qué más puedo hacer para solucionar tu malestar.
-Andate y dejame estar sola, como estaba hace 5 minutos.
-Es tarde para eso, ya me senté y me duele la espalda lo suficiente como para no volver a pararme. ¿Cómo dice llamarse la accidentada?
Estuvo a punto de pararse y mandar ese chico a quién sabe dónde, pero se calmó a sí misma y pensó que en el caso de irse Sol no iba a poder encontrarla. No le quedaba otra que sociabilizar un poco.
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EMMA – Capítulo 3: «Maestros del amor»
El año pasado escribíamos:
Descubrimos de que se reían estas chicas
Como le decía a Marcos en su Fue Foul, basta que uno quiera cambiar de dirección para que aparezcan perturbaciones. Parece ser el precio de querer ser libre.
En la vida no hay ningún rumbo asegurado…de eso estoy segura 😉
ho! me quede con ganas de leer mas…..
Ya tenes el otro en: http://www.elmendolotudo.com.ar/2012/02/25/emma-capitulo-5-amores-de-luna/
Lo curioso de los cambios, es que cuando uno los divisa, ya llevan su tiempo macerando. Nosotros, creemos que a partir de tal o cual suceso algo cambio; pero sin embargo hace rato que no somos lo que éramos. Aparece alguien cuando crees que fue un tropiezo, pero no. Aparece porque no sos la misma, porque escuchaste a la mujer de tus sueños, porque escuchas tus silencios, porque te das lugar, Emma.
Preciso, y por sobre todo reflexivo.
Siempre es adentrarse en una pileta de sales con agua tibia, leerte mi querida MAdamina.
Que placer…
Es cierto que un suceso no nos hace cambiar por completo..pero ayuda en el Click! que debemos hacer para empezar el proceso de cambio…Cada uno necesita más o menos tiempo, más o menos intenso el suceso…Lo importante es darnos cuenta del deber de cambiar!. La intención es lo que cuenta
Gracias por leerme siempre querido, yo en estos dias me pongo al día con su historia. Besos
Bien Madame, ya era hora de ayudar a Emma a conocerse. Muy buen capítulo pero siempre deja ganas de seguir leyendo 🙁 Tal vez deba hacerlos un poco mas largos 😀
Puedo hacerlos más largos, pero no quita que te quedes con ganas de leer más! Eso no puedo evitarlo…
Gracias por pasarte! Saludos!
La descripción del lugar me recuerda a Alquimia…
Puede ser que sí…puede ser que no…Todo depende del lugar en el que cada uno se sienta identificado