/Esclavos Contemporáneos (Segundo capítulo)

Esclavos Contemporáneos (Segundo capítulo)

Leer el primer capítulo.

No podía permitir ver a las jóvenes generaciones idiotizadas e hipnotizadas por una pantalla, no se miraban, no se hablaban, no había ni siquiera un cruce de palabras. En ese momento Mesina tuvo una idea para tratar de cambiar un poco esa realidad que estaba viviendo. Observó el lugar, los rincones, las mesas y la barra de entrada, en eso vió un aparato al cual le titilaban pequeñas luces y, junto con él, un cartel donde decía “Wi-fi” más una clave alternada entre números y letras. Miró detenidamente ese café intomable que le prepararon, ya estaba frío y quiso darle un uso para una buena causa. Esperó hasta que algún mozo estuviera cerca de la barra para acercarse lentamente y cometer un acto diabólico con un propósito noble. Se dispuso a caminar en pasos cortos y lentos, distraído miraba bien a su alrededor para tantear la distancia, cada vez se acercaba más y más con su taza en la mano… a pocos pasos de aquella barra esperó a que el mozo se diera vuelta. Aquel chico, sin notar la presencia de Mesina gracias a sus pasos sigilosos, giró y chocó con el viejo que, aprovechando la situación, dejó caer su taza casi llena sobre aquel aparato endemoniado que daba señal al lugar.

Su plan bien intencionado había resultado a la perfección. El muchacho le pidió disculpas por no haberlo visto y hacerlo derramar su café, se dispuso pronto a limpiar la barra de entrada y llevarle otro sin costo alguno. Su objetivo había sido cumplido como lo planificó, ya no había más proveedor de internet en ese lugar.

Mesina se dispuso a sentarse mientras le traían otro café, no pudo notar ver a los jóvenes desequilibrados y algo perdidos. Algunos se fueron del lugar debido a la falta de conexión, otros siguieron con sus actividades normales gracias a su propio internet, y unos cuantos se quedaron a terminar su consumición pese a la desconexión. Miraban su celular cada tanto, no tenían señal, sus notificaciones no les llegaban, se sentían abrumados, perdidos, de vez en cuando observaban la pantalla sabiendo aun el problema que había ocurrido con el router. Después de unos minutos guardaron sus celulares y se pusieron a hacer otra cosa que no tenga pantalla ni notificaciones. Entre esos jóvenes se encontraba un chico tomando un café con una media luna, un grupo de muchachos en otra mesa y un poco más allá, una chica de ojos verdes con su media tarde. El chico observó lo que había pasado en la barra, el gerente estaba furioso con el mozo que provocó el incidente dejando al lugar sin wifi. Él juraba que había sido un accidente mientras seguía limpiando el piso. Siguió mirando un poco más, vio a un grupo en una mesa, estaban aburridos y se pusieron a hablar mientras tonteaban con lo que tenían a mano, era las primeras risas que se escuchó en ese bar. En el medio de ese pensamiento, divisó a una hermosa mujer de su edad, morocha, pelo liso, una remera simple pero elegante, que estaba sentada en el mismo lugar. La chica levantó la mirada y vió que la estaba observando. No pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa tímida. Bajó la mirada y él también miró para otro lado.

Mesina notó ese cruce de miradas entre ellos, gracias a sus años de experiencia y larga vida, se pudo percatar que algo había surgido en ese pequeño e intenso instante. Tuvo otra idea para darles un empujón a esos novatos en la vida y el amor. Mientras sacaba una servilleta, el mozo le trajo su café, aprovechó para pedirle una birome. En una de las servilletas escribió con su puño y letra:

“Aquella chica te está mirando desde hace un rato”.

Se levantó de su mesa para hacer de cuenta que iba al baño y en el camino pasó por el lugar donde estaba sentado el chico y, mientras el joven miraba las demás ubicaciones, Mesina dejó la servilleta sobre la mesa y siguió su camino. Luego de unos minutos volvió hacia su lugar, el café que le trajeron ya estaba frío pero poco le importaba, sabía que no tenía buen sabor y estaba en ese lugar para otro propósito. Se dispuso a observar disimuladamente, no pudo evitar ver que el chico estaba leyendo su nota, notó cómo empezó a mirar el lugar para ver quien había dejado ese papel, luego de unos segundos volvió a leer la servilleta y lentamente echó un vistazo a la mesa de la hermosa chica. Ella lo estaba mirando, pero otra vez agachó la cabeza. No sabía quién había dejado la nota pero el mensaje era cierto. El chico dudoso no sabía qué hacer, se veía muy linda para él, pero juntó coraje de donde no supo que tenía y fue hacia donde estaba sentada la bella dama. Ella se percató que aquel muchacho se acercaba hacia su mesa y de reojo lo iba mirando mientras su mano jugaba con su pelo liso y bien peinado. De pronto ambos estuvieron a un par de pasos, con una voz algo pavorosa le preguntó a la muchacha si la podía invitar a tomar un café. La encantadora morocha sonrió y aceptó la invitación, entonces él se sentó en la misma mesa. Pidió dos cafés, aunque ya había tomado uno que lo dejó a medias. Mientras esperaban el pedido, trató de hablar con la atractiva mujer. Eso fue algo complicado, estaba bastante dubitativo, pues no sabía cómo entablar una conversación. Sus charlas eran a través de mensajes, audios, comentarios, no estaba acostumbrado a mirar a la otra persona mientras se comunicaba, sus palabras no eran fluidas y espontáneas. En ese instante la chica dio pie para charlar sobre algo, ambos empezaron a tener una pequeña conversación, luego de unos minutos se hizo más amena y natural la plática, entraron un poco más en confianza, y hasta soltaron sus primeras risas.

En ese momento, al escuchar las primeras carcajadas, el viejo y zorro Genaro Mesina supo que su plan había tenido éxito, pudo lograr liberar a dos jóvenes de esa idiotez y esclavitud de los maléficos aparatos, pudo sentir que una parte de la sociedad había sido rescatada, y esas risas eran la primera señal de un buen presagio. Dejó en la mesa el dinero para pagar su cuenta junto con la birome que le habían prestado, se levantó con una pequeña y pícara mueca de felicidad y partió hacia la puerta.

Mientras iba en camino hacia su humilde hogar, pasó por una pequeña plaza del barrio. Observó los árboles, las pequeñas y decorativas fuentes de agua, y los juegos. Quiso mirar más de cerca los juegos en los cuales de pequeño difrutó una y mil veces. Junto a esos columpios, toboganes, sube y baja, y demás, se encontraba una pequeña niña con su madre. No pudo evitar notar que la pequeña y su mamá estaban sentadas en uno de los bancos, ambas mirando sus celulares, sus pantallas, sin prestarle atención a aquel hermoso paisaje. Los juegos que estaban vacíos.

Genaro se sentó en uno de los bancos, otra vez pensativo, volviendo a sentir lo mismo que vivió en el bar, no pudo evitar tener ganas de hacer algo. Luego de unos minutos, al ver los columpios y toboganes vacíos, atestados de tierra y polvo, tuvo una idea.

Continuará…

ETIQUETAS: