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Me estoy queriendo tanto

Cuando me marché, aquella mañana fría y nublada, y me aventuré por los caminos que me marcaban mis deseos, sabía que iba a extrañarte, ¡pero no pude imaginar cuánto!

Vos no querías, pero tenía que dejarte. Me porté mal, te falté al permitirme un ápice de libertad que tu amor asfixiante y controlador condenó. Pero vos también me fallaste, y de pronto nos vimos envueltos en un mar de decepción del que no pudimos surgir.

– ¿Qué nos está pasando? – dijiste. Tal vez la rutina nos jugó una mala pasada. Tantos, pero tantos años juntos, que debió de ser eso.

Me pediste perdón. Yo no pedí perdón y me marché, y ahora estoy acá, lejos de vos, en medio de este cuarto de paredes desnudas, pensándote a gritos, entre libros, música y lapicera en mano, tratando de apalear esta soledad tan desconocida como despiadada que está devorándome el alma.

¡Tengo mucho frío! La habitación tiene un calefactor pero no sé encenderlo, supongo que tendré que aprender, como también aprender a vivir sin vos. Mientras tanto mi cuerpo se estremece y mi piel casi no está soportando la abstinencia de tus manos que, cuando te dejé aquella mañana sin sol, supe que las iba a necesitar, ¡pero no pude imaginar cuánto! Supongo que de esto se trata la soledad, “mi soledad”: de resistir la tentación de ir por tus manos.

“¡Resistir!”, esa sería entonces la primer consigna, resistir la abstinencia de vos. No va a ser fácil, lo sé, tuve de vos por tantos, pero tantos años… Pero debo resistir, no quiero regresar. Porque a pesar de que cuando te dejé aquella mañana de julio y fría, no supe cuánto te extrañaría, tampoco supe que me iba a querer tanto… ¡Y me estoy queriendo tanto!

Escrito por Lore para la sección:

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