/Eterno Atardecer: «¡El amor es el vino!»

Eterno Atardecer: «¡El amor es el vino!»

La Flaca se da cuenta. Lo falto de tiempo que estoy, tiene sirena de ambulancia. Levanta su mano derecha, con el dedo índice por encima de los otros, y llama al mozo.

El coqueteo y la galantería, deberían ser como un seguro de soltería que uno sigue pagando durante el matrimonio. Sin pasar del plano vertical al horizontal en lo posible, para momentos como éstos, de necesidad y urgencia silábica, donde los perros se congelan.

–Un café por favor… ¿Vos tomás algo, Rubén?

Desde acá escucho ¨??? ¿Vos tomás algo, Mi Vida? ??¨

– Eh… no, ¡digo sí! Agua…, agua por favor, bien fría. Traiga algo de hielo, mejor.

Me embelese considerablemente su porte de madrilla, que me transforma en ese pescador principiante que olvidó la carnada. En cambio ella, es un pez que baila mientras nada, en lo que parece su hábitat natural.

Hay personas que conquistan, incluso, retirando los embajadores. La de la indiferencia jamás me dio resultado, pero la Flaca puede serlo hasta con el mismo Diablo.

Para evitar otro homenaje de silencio a algún difunto, Ella toma las riendas y me pregunta sobre el libro. Cualquier cosa. Debo decir palabras urgente, y le contesto por encima como puedo, como me sale, como un extranjero que se larga a hablar en castellano por primera vez.

Ella es más joven que yo, a la legua. No me animo a decir cuántos años tiene, ni a pensarlo siquiera; pero unos treinta y cinto menos, seguro. Menos no. Se mantiene atlética como una treintañera, pero en la madurez de una cuarentona, haciendo gala de la fertilidad de su lucidez. Esa voz…

Vuelvo a la realidad, que la tiene comentando párrafos con La Marsellesa de fondo…

Necesito un apuntador de lo que hablamos, si alguna vez pretendo volverla a ver. No retengo ni los artículos de sus oraciones, que a esta altura parecen todas imperativas. Me concentro en escucharla…Y ese bretel que le aprieta, y ella que no deja de acomodarlo, ¡así no colaborás, mujer!

El agua y el café, con las dos galletitas, llegan.

Me narra, en un acústico privado, un párrafo al azar del libro, como si fuese de ella: ¨La caída del sol trae consigo el sentido de la nostalgia. La tristeza de lo que ya no será, en suma con la duda y el temor, por la oscuridad de la noche que se avecina, y el anhelo de un sol que volverá…¨

Le gusta echarse el pelo para atrás cada tanto, a medida que lee, pero no con la mano. Es más bien un movimiento coordinado, ensayado, como el simulacro para un sismo de un organismo de gobierno. Gira su cabeza a un lado, apenas el hombro y el pecho, hacia el sitio donde pretende llevarlo… todo en cámara lenta. Yo la veo en HD, mientras voy mentalmente a la zona de seguridad, para evitar las réplicas.

– ¿Te gusta lo que lees? –le pregunto, para respirar.

Otra vez se ríe, pero distinto. Mueve despacio su rostro, como esos perritos que van en el torpedo de los autos. No me gusta nada ese gestito de su nariz, olisqueando feo.

–Mirá…Rubén, ¿la verdad?, me da gracia. Todas estas estupideces del amor, gente que alucina con la mentira más grande creada por el hombre: El Enamoramiento. ¡Peor!, que aún sabiendo su fecha de vencimiento y la indigesta que le traerá, insiste en consumirlo, en dejarse atrapar por el masoquismo más absurdo de todos. Por eso en la cama, además de la ropa, me saco cualquier secuela sentimental que pretenda acostarse entre los cuerpos. Te cuento algo… el sexo sin amor, es como el vino sin soda, se disfruta en su máxima pureza.

– ¿Todo bien, señor –interrumpe el mozo, que pretende cargar las tasas y el vaso en una bandejita–, puedo levantarle las cosas?

¨Chupate esta mandarina, Don Rubén¨, me comenta mi conciencia.

No puedo salir del suicidio que fueron sus palabras. Quiero olvidar todo lo que me dijo. El portazo a la vida, a los sueños de la vida, suele ser muy duro, peor aún si te lo dan en la trompa. Quiero huir sin discutirle nada, no pretendo demostrar la irregularidad de su teoría, ni la anorexia de sus puntos de apoyo.

“¡¿Qué me vas a contar vos, si te llamas ¨Flaca¨?!” Pienso, sin signos de exclamación, obviamente.

“El sexo no es el vino… ¡El amor es el vino!, nena. El sexo es el brindis que hacemos, con quien decidimos compartir el deseo. Con amor o sin amor.” Sigo debatiendo entre las sienes.

Razono ideas preparando el despegue. Agarro el libro, me cuelgo los lentes y repaso el plan de escape. Todos a bordo, estoy por mentir.

– ¡Uh…! ¡La hora que se ha hecho…! Tendrá que disculparme señorita, pero debo retirarme, tengo que pasar a buscar unas cositas… por un lugar. Ha sido un gusto la charla; pero lo lindo también tiene un final.

– ¿Ya te vas? ¿Tan temprano? Espero no haber dicho nada que te incomode…

Me levanto diciéndole ¨no¨ con el dedo. ¨Las palabras huelgan…¨, diría mi amigo Facsf, y con las cortesías de un extraño me despido, ni un pelín más. Reverencia semi oriental, nada de beso, ni mano. Camino alejándome del fuego, al que un baldazo con hielo ha deshecho. 

Pero su pregunta, desde atrás, me arrima unas brazas, otra vez.

– Don Ru… – ¿Por qué DonRu? ¿Por qué no Don Rubén? En seco.

–Disculpá… –me tutea, y me hago pichi encima con esa voz maldita–, perdón, pero no quisiera ser indiscreta, ¿podemos ser amigos…? de facebook digo,…no sé, para conocerte mejor. Mi amiga te adora, algo debés tener.

El burro de arranque de mi voz, falla. Lo que nunca, ¿o se le está haciendo costumbre? Por fin tiene sentido ser viejo. Hasta que le hablo, sin mirarla a los ojos, recordando sus dichos anteriores para no caer.

–Mándeme la invitación, niña, y vemos.

Ella hace un pico innecesario, como disconforme, pero mi enojo de viejo mañoso resiste una flecha que quiso entrar, lanzada por el Cupido de los Elfos.

De mal en peor mi día.

¨Anote todo a mi cuenta, señorita¨, le digo a la cajera al pasar…

También podes leer:
Eterno Atardecer: “La Flaca”