/Eterno Atardecer: «La Flaca»

Eterno Atardecer: «La Flaca»

Voy por el mundo con un libro bajo el brazo, para momentos como éste, donde el café se demora en llegar y la esterilla del sueñito comienza a bajarse. Al que llevo ahora siento que no puedo cerrarlo, son esos libros que abriéndose en cualquier parte resultan entendibles, hechos para uno, para todos los hombre que osamos alguna vez saber de qué se trataba esto llamado amor. Desde que se metieron esas ideas en mi cabeza se ha transformado en un consejero personal, en el glosario de los sentimientos que voy teniendo, una especie de vademécum para el corazón.

El goteado mediano, por fin llega. Un sobrecito de azúcar y uno de edulcorante, me estoy cuidando.

Mientras lo revuelvo, pasa por detrás mío una fragancia que me adormece. Así debe haber pensado el Creador de todo, que olería la mujer cuando la hizo.

Pispeo disimuladamente sobre mi hombro y me capta una de ellas. La otra nota algo raro. La mira, se miran y ambas me miran. Yo me hago el ¨otro¨ sin mayores éxitos. Siento que insisten, es más, una de ellas enfila para acá sin pedir permiso.

–Disculpe la molestia, señor. ¿Me permite un segundo ese libro?

Asiento sin decir nada. Un poco molesto… sí, corro los lentes y se lo paso con algo de intriga, ¿o es desconfianza?, en fin… se lo paso.

–Mirá Flaca –le dice a la otra–, este es el libro que te comentaba más temprano. ¡Pero qué casualidad! Sabe, señor, que le he estado hablando a mi amiga de que quería comprarle este libro, todo el almuerzo, que la temática es justo lo que ella está necesitando, por sus bolonquis, por su vida…

Desde mi lugar, con el café enfriándose, yo viajo con la mirada hacia la ¨Flaca¨, que brota por los ojos, queriéndola callar a la cotorra ésta. ¨Ahora somos dos, Flaca¨, le digo telepaticamente. Recordé cuánto me molesta que me interrumpan mientras como…

–Sí, me imagino… –le digo condescendiendo, poco convencido, ¡nada convencido!, no la conozco.

No paraba, no respiraba, era un monólogo de Enrique Pinti en cámara rápida, y sin talento, que me revolvía los fideos al pesto del medio día.

–Patri, ¿no te parece que el señor está ocupado como para andar escuchando mis problemas de amores? –le comenta, en un tonito de ¨no seas tan pelotuda, querida amiga¨, la Flaca.

Y se hace de noche a las dieciséis horas y quince minutos. En plena siesta. Así deben cantar las sirenas, como la Flaca. Su color de voz es el de la muchacha que me dice el tiempo al amanecer, por Cadena Tres. Es… es… que se yo,…es esa voz. Desde ahora las voces paralizadoras, serán como la de la Flaca.

Y me vendo, sí, vendo mí sobre mesa y mi paz como hacía tiempo no lo hacía…

–No, por favor, no molestan…

El valor de la entrada, a la sinfónica de cuatro movimientos de esa voz, es impagable.

–Un momento… –nos dice la Patri, con sus manos abiertas deteniendo el tránsito–, ¡Don Rubén!, ¿el del Mendolotudo?

Por un instante me siento desnudo, literalmente hablando. Ya no quiero que se sienten; pero siempre es tarde en estos casos, la Patri se acomoda casi sobre la mesa, y con la mano derecha golpeando la silla, la invita a la Flaca a compartir su cuestionario naciente.

Al menos la Flaca, que no tiene idea quién corno soy, se sienta. La cotorra que parecía haberse hablado todo, solo calentaba motores. Me pregunta sobre el Mendolotudo, sobre las notas, los personajes, ¡todo! Lamento haber escrito una nota para estos chicos, lamento haber escrito alguna vez, lamento saber escribir, lamento haber nacido. ¡Cómo habla esta muchacha!    

La Flaca algo aburrida, hojea el libro, mueve su cabeza, tal vez pensando frases, tal vez queriendo irse, sonríe un poco, se pone seria. Yo… yo solo quiero ir preso, con perpetua, a sus pensamientos.

Le suena el teléfono a la Patricia, Dios existe. Pero sigue, no lo escucha.

–Me parece que te suena el celu, Patri –le dice entre violines la Flaca, mi Flaca.

–Uh, perdón, debo atender, es mi ex –nos comenta alejándose un par de metros.

La Flaca se ríe, el mundo se ríe, y ambos nos quedamos un minuto completamente mudos. ¨Tengo que decir algo, tengo que decir algo…¨, pienso. Aunque después de tanto barullo, este silencio es una lluvia fría para el asfalto en verano.

Sin avisos previos, la Flaca piensa en voz alta algo que lee: “ Cuando corres atrás de los párpados de un sueño que te han contado con el corazón, mas allá de que no sea tuyo, y ese galope no hace mas que irradiar vida por tu cuerpo, no hay vuelta atrás… el Amor se asila en tu cuerpo.”

Hasta que por fin llega la Patricia. ¨Debo irme Flaca, perdón Don Rubén, un gustazo, de verdad, sigo todas sus notas, ya le dije ¿No? La seguimos luego, quilombos de familia.¨ Y se las pira, dejando a la Flaca frente a mí.

Del amor al odio hay un segundo, dicen. Bueno del odio al amor también, doy fe. Amaba a la Patri, pero lejos, y en mute.

La Flaca me hace gestito de ¨Y bueno…¨, pero no se me cae una palabra, ¡no se puede ser tan papanata!

–Hasta las seis tengo tiempo muerto, no sé qué voy a hacer, ¿estás apurado Rubén?

 

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