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Eterno Atardecer: «Testigos Falsos»

Nos pasamos hablando la noche en su plenitud. Se acercan la plebe y los feudales de la velada, pero ella esquiva con sabiduría, cada una de las mordidas saben llegar. La charla crece a medida que la regamos con la vendimia de un marzo, y da los frutos en racimos de sonrisas, para bebernos sin probarnos.

Sobre el almanaque de los sueños, aparecen solo los bisiestos. Los inviernos se escarchan, y las distancias…, las distancias se hacen solo unas cuantas primaveras. Descansamos en el remanso de esta estación, que pareciera “llevarse a los llantos lejos”, como diría Fandermole. Nos damos cierta paz, que absorbemos cual esponja, del dulce trago que es el oído y la charla amena.

El libro, que tiene infinitas respuestas a las preguntas de la vida, recuerdo que dice al respecto: ¨Cuando las partículas, que sobreviven el rompimiento del hielo buscan hacerse agua, entre la complicidad y las hazañas que brotan de los recuerdos, hacen del otro el nuevo testigo falso de nuestro pasado… Y eso se siente hermoso.¨

La Patri va y viene atendiendo a los invitados, mete bocados en la charla, y haciendo uso del diario del lunes que conoce, comparte lo que leemos con la Flaca. La Patri es esa ¨mina¨ piola, que te hace creer indefectiblemente, en la amistad entre el hombre y la mujer.

Una tal Merce nos ofrece algo dulce y se acomoda para dar fe a una anécdota que compartimos. Los bombos y platillos de sus carcajadas, nos contagian y nos terminan de lazar.

Ya nos sentamos, nos distendemos sobre los sillones: La Mercedes, La Colo y en su panza quince mesina Carmela, la Miryam, la Carla, la Luisa y otras dos que no me presentaron. La Patri y la Flaca, por sentado, se afincan para abrir los sobres de un debate, que está por licitar.

Somos alrededor de diez jugando en el mismo frontón y con la misma pelota: El sexo opuesto. Lo curioso de la edad, es que cuando uno pasa ciertas decenas, se vuelve peligrosamente neutro. Tanto para ellas, que bajan la guardia a lo Nicolino, como para uno, que puede convertirse en un mueble de utilería teatral en un parpadeo. Pocos recelos, menos prejuicios, me abren el mundo detrás de un Aquelarre magnífico.

Lo bien que me vendrían una par de piernas para esta mesa, que carece de historias y relatos, para no desperdiciar musas y hacer de ellas la última cena. Una noche para Valencias y Carpes, sin acelerar mucho… En piloto automático. Y cosecha.

Que la variedad de los tipos, que el tamaño de Fulanito, que sus cerebros, que solo buscan morir en la cama con Menganito, ¨Multi O¨, y un sin fin de estrategias e histerias sin puntos finales.

Aunque pensándolo bien, el debate siempre concluye donde debe comenzar: El Amor. ¿Por qué le tememos a hablar del amor? ¿Por qué pensamos que el hecho de tocar el tema, nos hace necesitados del mismo? ¿Acaso no decir ni ¨muu¨, al respecto, nos salva la vida?

–Creo que el amor es uno solo –comenta la Colo, tomando su panza de raíz–, para cada uno, hay otra persona dando vueltas por el mundo, que en algún momento se nos cruza para encajar en plenitud. La mitad ideal, como le dicen.

–Vos hablás así porque hace tiempo que estás con Jorge, y están por traer a la cuarta bebota al mundo –interrumpe la Luisa, con los pelos a medio encrespar–; pero la realidad no es siempre la que tenemos en casa, querida amiga.

La Luisa, carga con más de dos sucesiones forzosas sobre el porta esquí de la cuatro por cuatro del tercer marido, una fuente de bienes super gananciales en la casa de Chacras, y algunos pequeños que llevan distintos apellidos.

–El amor nunca muere –dice con picardía, la Carla–, por ahí confundimos las distracciones que tenemos con oportunos amigos –agrega, haciendo comillas con sus manos a la altura de las orejas–, con el que nos espera en casa todas las noche. Y la verdad muñecas, el postre no reemplaza la cena.

La Flaca me mira desde un par de cuerpos al este, sus deseos de meter la cuchara hablan por sus poros; pero pisa el freno, para pasar el badén que fue la granada de la Carla. Solo asiente tibiamente. Yo la espero para opinar, no quiero que me condiga. Prefiero el cruce filoso de las ideas.

–¡El amor no existe! –dice por fin la Flaca, sin pelos que enreden su lengua–. Al menos no el ¨amor¨ del que estamos hablando. Cuando queramos encontrar amor pleno, verdadero, lo tenemos que hacer en los hijos, en los padres, en la familia o amigos. El ¨otro¨, solo camina unas cuadras a nuestro lado, en un trayecto que es infinito. Creernos tan influyentes en el sentimiento de alguien, merece un diluvio de humildad, chicas.  Y si no, miren para el costado… Solo encontramos la carne que nos ahorraría varios kilos de helado en verano y chocolate en invierno. Aunque confieso estar un poco ciega esta noche.

La Patri, la contradice con la cabeza. La Miryam le choca la mano adolescentemente.

Surge un hueco post declaración de la Patri y me largo de bombita cabeza. 3, 2, 1, vamos…

–Hoy leía en un libro, como que existen dos corrientes en cuanto al amor –arranco probando la temperatura del agua con la punta de los dedos–. Una más juvenil y otra que requiere la experiencia, que solo nos da el paso del tiempo.

Las letras de ¨Eterno Atardecer¨, tenían pétalos para consultar por cada caso. Bueno, hoy día…, las páginas de este libro tenían competencia en todos los casos levantados en mi contra.

Se van sumando otras personas al fogón que se armó en el cumple, incluso algunos hombres. No disfruto la sensación de anfiteatro cuando hablo, pero para dar marcha atrás, es tarde.

–La primera de las posturas –sigo–, es la que conocemos cuando aún ni nos limpiamos los calzones, y hablamos del tema como peritos calificados en el Amor. Ésta, envuelve a la ilusión que da a luz el desconocimiento, la ignorancia, y la inocencia en la misma receta. Esa que algunos llaman el ¨Alma Gemela¨, la ¨Media naranja¨. La que sin mayores esfuerzos tiene el encastre justo y preciso, para completar un rompecabezas que está prácticamente armado, esperándola. El que una vez completo, sin perder su sentido platónico, camina sobre rocas cruzando un río, que es la vida; pero ante el menor temblor, desequilibrio, discusión, la estantería de esa relación, se descuajaringa contra las heladas aguas, que esfuman aquel intenso fuego.

El silencio pide un tema al musicalizador de la fiesta, que hace abandono de trabajo para meterse en la charla, y la Flaca gana algunos lugares acomodando su busto apropiado, entre mi hombro y el de la Merce. Su mano izquierda se presenta y entra en confianza con mi cintura.

–La segunda –insisto, sin pensar en el cirujano que practicó su arte, con lo que la naturaleza le dio a la Flaca–, deja de lado la etapa adolescente, y se mete en el trabajo del Amor. No lo tiene como algo predeterminado, y en una apuesta más fuerte todavía, señala que atrás de aquel o aquella con quien elegimos empezar algo, hay cientos de otros iguales o mejores, y viceversa también. Cree que el suponer a alguien perfecto que encaje con nosotros, con nuestras ideas, filosofía, gustos, placeres, no hace más que sumergir en una modorra silenciosa las relaciones, haciéndoles pensar que las aristas compartidas no existen, y que el trabajo terminó, cuando se lo encontró. Por el contrario, propone un día a día, sin esfuerzos desmedidos, pero con la constancia que se merece. Para que cuando los famosos sacudones de toda relación lleguen, los cimientos sean sinceros y actuales, capacitados de poner a la altura del otro a quien esté más abajo. El autor culmina dándole el encuadre a las parejas, que ambos decidan. En definitiva, sin nada predeterminado, más allá de lo que el mundo creado por los sueños de ambos, les haga respirar.

Mi comentario extendido, es un bidón de nafta contra el fuego. Los presentes hacen del campo de debate común, sus loteos personales, del que nacen varias guerras cuerpo a cuerpo. Aparecen todos los que faltaban, hombres y mujeres. La música explota.

Una mano hace prensa sobre mí ante brazo, y me rescata del centro de batalla. Voy tras la estela salmón de ese vestido, que es la piel de un animal exótico, en extinción. Ella…, ella es cruza de una pura sangre con un callejero.

Rodeamos la galería, cruzamos por uno de los puentes de una pileta que es un lago, y del otro lado nace otra fiesta. Otro sonido. Calmo, suave, una barra iluminada y pocas antorchas son ahora las que pintan no más de diez sombras. Un mozo, con máscara, nos convida dos copas de vino blanco, dulce, que los sostiene ella.

–Hay palabras que van a cavar tu fosa, Don Ru… ¿Las de recién?, te ponen la horca sobre el cuello del corazón… ¿Cómo salvarte de las garras que ya están abiertas? Solo espero que no te rindas aceptando una derrota que no existe.

Pasan pocos segundos. Los necesarios de un cuadro por cuadro imaginario.

–Flaca…, si me rindo ante su encanto, no será una derrota, ya que solo la es, la que no se desea. Y en este juego, el nuestro, los deseos de mi parte son mi muerte anunciada… Rendirme a usted, es mi victoria.

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