Nunca supe que fue bien lo que me atrajo de él. Quizá fueron sus ganas de cambiar el mundo, de ser revolucionario y comunista, de desear cosas imposibles. Gabriel.
Lo conocí en un chat público, yo me había puesto de seudónimo “sola con un arma”. Entiéndanme, tenia 16 años y una conexión a internet medianamente buena. Me hacía reír, ¡Cómo me gustaba que me hiciera reír!
Para ser mediados del año 2008 y estar en una sala de chat de Mendoza, creo que sentí la misma felicidad que quien descubrió que al flan casero le iba de diez el dulce de leche. Gabriel. ¡Tantas ganas teníamos juntos de irnos en una carpa a recorrer Mendoza haciendo dedo!
Me contó que su motivación intelectual se la habían dado los cuadernos de su tía desaparecida durante la dictadura, y que a raíz de eso se metió a la UNC a estudiar licenciatura en historia, y después pensaba hacer un posgrado en filosofía, y yo que desde siempre me ha atraído el saber, caí rendida a sus pies. Nos llevábamos 5 años. Le dije que nos teníamos que ver, no había chance de que aguantase más tiempo hablando solo por Messenger (el de Hotmail, por supuesto).
En esa época yo iba a inglés a Amicana, en la esquina de Chile y Rivadavia del centro y siempre tenía un tiempo antes de entrar o después de salir de clase. Le dije que nos viésemos en el escudo de la plaza independencia, era todo o nada.
Ahora que lo pienso fríamente y pasado un buen tiempo, me podría haber encontrado a algún secuestrador, violador o traficante de órganos, pero llámese pubertad, desajuste hormonal, o simplemente una buena atracción firme, la cosa es que me animé y lo esperé sentada en un banco de la plaza. Alguien así era digno de conocer.
Ya se había acercado la hora pactada, y, después de estar todo el día con actividades educativas cerré los ojos por un instante, mientras que la brisa y la sombra de los árboles de la plaza me hacían sentir extremadamente bien, y tranquila. De pronto siento que alguien se acerca y me susurra al oído “inteligente y atractiva, ¿que más se puede pedir?” Abro los ojos y lo veo sentado al lado mío. No sé qué fue lo que se me cruzó por la mente que lo miré y me le fui a la boca. Esa hermosa boca suave, barbuda y revolucionaria que tenía.
Debo decir, sin dudas, que aquel ha sido uno de los mejores, sino el mejor, beso que me han dado en mi vida.
Pasamos horas charlando, me perdí la clase, se hizo de noche, y el tiempo a su lado parecía pasar mucho más rápido que los colectivos que no siempre respetaban los semáforos.
Cuando miré la hora, supe que era el momento de irme, pero no me fui sin antes clavarle otro beso y pactar un nuevo encuentro con lugar a confirmar.
Unos días después me preguntó si no me molestaba ir a su facultad, tenía que asistir a una charla. Yo fui, la atracción por él era grande, valía la pena. Un aula perdida en medio de la facultad de filosofía, él hablando de Marx, Lenin, Trotsky y demás héroes de la revolución Rusa, varios militantes prestándole atención, ensimismados en su mundo de ideas comunistas y yo ahí, más fuera de lugar que gato en ratonera. Creo que ahí fue que me di cuenta que quizá sus ideas no se correspondían con las mías. A la salida de la clase me convidó un faso y nos besamos bajo los árboles de la universidad.
El tiempo de a poco fue pasando, me aprendí la historia del Che en Cuba, de Fidel Castro, me aprendí el manifiesto comunista, y siempre las salidas las pagaba yo. “No tengo plata” me decía, a mi al principio me parecía romántico, después empecé a sospechar.
No llegué a ponerle la etiqueta de novio, pero Gabriel, ¡oh Gabriel! De todos los hombres con los que me he relacionado él ha sido, sin dudas, el más loco e interesante.
Dejamos de vernos, por decisión mía. No voy a decir que fue fácil alejarme de él, pero cada vez se metía más en política y menos en su carrera, y yo sentí que pasé a ser una persona secundaria en su vida.
Se me cayeron unas lágrimas cuando faltó para mi cumpleaños 19, estaba organizando una marcha en el kilómetro cero con banderas y pancartas. De a poco empezó a agrandarse la distancia entre los dos, y pasó a ser alguien a quien solía conocer.
Pasado un tiempo, aveces busco su Facebook y curioseo que es de su vida. Sé que abandono la facultad y se postuló para senador por un partido de izquierda, y sigue solo. Pero todavía, cada tanto recuerdo nuestras charlas no políticas, cuando todo era un poco más simple, y los besos que nos dimos en aquel banco de la plaza. Gabriel, como te quise, mi loco revolucionario.