/De mi historia de amor y otras locuras (Cap 2)

De mi historia de amor y otras locuras (Cap 2)

Leer capítulo 1

Ofendida, casi indignada me limité a responder:

– ¿Y vos quien sos? – no dejaba de sonreírme y eso me hacía sentir incómoda: ¿se estaba riendo de mi? Me miraba como investigándome; como si quisiera ver a través de mi piel, como buscando algo que lo intrigaba. Se hizo un silencio en la cocina. Todos nos miraban expectantes. Me crucé de brazos e incliné levemente la cabeza para hacerle entender que estaba esperando una respuesta.

– Gustavo- dijo –un placer…y cuando llegue a mi casa te voy a eliminar de mi Facebook.

– Pamela, mucho gusto- le dije – eliminame si querés, no serías el primero ni el último que lo haga-

– Y después te voy a volver a agregar.

– Y yo seguramente te voy a aceptar otra vez porque siempre hago esas estupideces.-

¡Oh no! Había revelado demasiadas cosas de mi en dos simples oraciones. Necesitaba llamarme al silencio en ese mismísimo instante. Me di cuenta de que mi corazón latía más rápido e intenté tranquilizar mi mente. Empecé a buscar las cosas del mate en la alacena. Los chicos estaban hablando de algo pero no podía prestarles atención, sentía su mirada clavada en mi nuca…cada vez que volteaba a ver me topaba con sus ojos grandes. Provocaba algo en mi, pero todavía no conseguía distinguir exactamente qué era.

De repente lo sentí cerca. Volteé de inmediato y me topé casi de frente con él. Me divertía bastante la situación pero no permitiría que nadie me conquistara nunca más…ya había pasado por eso y mi relación con Martín acababa de terminar. Le dirigí la mirada más fría que me salió en ese momento, pero parece que no me salio muy bien porque empezó a reírse divertido.- hace frío y quiero preparar un chocolate para los chicos… ¿me acompañás a la esquina a comprar?- dijo. Desde el otro lado nos miraba su mejor amigo que lo estaba esperando con la campera en la mano para salir.

-bueno dale vamos- contesté. Y vi cómo entre risitas y miradas cómplices su amigo volvió a dejar la campera en una silla y se unió al grupo que jugaba al pool. Íbamos a ir solos. –tranquila- pensé – sólo vas a acompañarlo a la esquina, ¿qué podría pasar?

Era un trecho muy corto el que teníamos que recorrer, pero se las arregló para caminar lo más lento posible y de esa manera tuvo tiempo de preguntarme todo lo que quería saber. Hizo alusión varias veces en forma de chiste a que había encontrado en mi a la persona con quien quería compartir el resto de su vida… yo simplemente le sonreí y lo tomé como una broma. Al volver me abrió la puerta y con una sonrisa pícara soltó lo que hacía rato quería preguntar:

– ¿Tenés novio?

– No.

¡Ay no! ¡Otra vez había respondido demasiado rápido! ¿qué me estaba pasando? Bueno, ya habría tiempo de dar explicaciones, ahora solo quería disfrutar de la buena compañía… pasamos la tarde charlando sobre todo y sobre nada, riendo por cualquier cosa, tomando mates y contando anécdotas.

Cuando me dí cuenta de lo que estaba pasando fui al baño y me miré al espejo: las bolsas debajo de mis ojos empezaban a desaparecer; la palidez había sido reemplazada por una explosión de rosa en mis mejillas y un brillo pícaro había aparecido en mi mirada.

– ¡Pamela controlate! – pensé. – no vas a ir a entregarle el corazón al primero que te demuestre un poco de cariño, ya pasamos por esto. Basta.

Me sentía una traidora y no sabía por qué. Martín me había dejado, pero yo sabía que siempre después de verme llorar volvía conmigo… ¿por qué debía llorar para retenerlo? ¿por qué disfrutaba viéndome mal? ¿por qué estaba metida en una relación que tenía como base mi propio sufrimiento?

Necesitaba tiempo. Necesitaba pensar en todo lo que me estaba pasando.

Salí del baño y fui a la cocina de nuevo. Gustavo me estaba esperando con un mate. Lo miré y me desarmé otra vez. Control, Pamela… Control.

Él no entendía de tiempos. Esa misma noche me invitó a comer un asado con su familia. Naturalmente le contesté que no; ya habría tiempo algún día para eso. Ahora no tenía ganas de darle explicaciones a nadie y las formalidades eran algo que me agotaba sólo de pensarlo.

Antes de irse me dirigió una última sonrisa y me dijo:

– ¡Tenemos que salir a bailar!-

– Cuando quieras – contesté desafiante.

– Mañana.

– No, mañana no.

– Entonces no es cuando yo quiera…

– Bueno, mañana te hablo por mensaje privado y vemos.

Se fue y me dejó pensando en todo lo que había pasado, en cómo al menos durante un rato me había hecho ver el mundo con otros ojos; cómo después de meses de lágrimas, había pasado unas horas de carcajadas…

Pasé la noche hablando con mi amiga sobre todo lo que había pasado.

El viernes en la siesta lo convencí de venir a mi casa a tomar mates. Quería que mi mamá lo conociera para saber si yo estaba loca o este chico de verdad tenía ese “no se qué” que hacía que no parara de recordar la tarde que pasé con él.

Llegó, estuvimos un rato en mi casa, luego fuimos a pasear cerca de la plaza de Maipú, a la casa de un amigo que teníamos en común (quien no podía creerlo cuando nos vio juntos)

– No te creas cualquiera, somos sólo amigos- dije. Mi amigo me miró con una tonta sonrisa cómplice y asintió con la cabeza. Estuvimos ahí un rato y volvimos a mi casa cuando ya estaba oscureciendo.

No quería irse… Yo tampoco quería que se fuera, pero me sentía aún más confundida que el día anterior. Necesitaba pensar en todo urgentemente.

– ¿Te puedo dar un abrazo?- dijo.

Asentí. Me dio el abrazo más cálido que me habían dado en toda mi vida. Sentí que podría quedarme a vivir acurrucada en sus brazos, sintiendo el latido de su corazón.

– ¡Basta Pamela! – pensé.

Se fue y me quedé un rato mirando la calle solitaria. Seguía sintiéndome culpable, como si estuviera traicionando a Martín. Necesitaba hablar con él… cerrar este capítulo de una buena vez. El me había dejado, pero necesitaba dejar en claro que esta vez no había vuelta atrás.

Entré a mi casa obviando la sonrisita tonta que me dirigía mi mamá y fui directo a mi habitación. Busqué mi celular y vi que no tenía ningún mensaje…no se había acordado de mi para nada.

Le envié un mensaje de texto: -Martín llamame por favor.

De inmediato recibí una respuesta: – Para qué querés que te llame, Pamela…

Y yo sintiéndome culpable por él. Quería estrellar el celular contra la pared. Le contesté enfurecida:- ¡sólo llamame, querés!

Pasó un rato y el celular comenzó a sonar. Era Martín. Tenía que aclararle que ya no volveríamos a estar juntos.

Atendí:

– Hola.

– Hola Pame, ¿qué paso?

Escuché su voz y me desarmé. Los ojos se me llenaron de lágrimas de nuevo. ¡Ay no! Empezaba todo otra vez… esto no había terminado.

Continuará…