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¡Huele a rata!

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Siempre salta la discusión entre hombres y mujeres a quien corresponde pagar la cuenta en las primeras citas.

Hay estudios al respecto, de prestigiosas universidades, hay discusiones entre amigos, hay experiencias que desilusionan ya sea por que él o ella quiso compartir gastos. Y a pesar de todo, sigue siendo un tema controversial que parece no tener acuerdo.

Lo que si, es que hay una realidad: a pesar de todos los avances en cuestiones de igualdad de género, la mayoría de los hombres sigue afrontando los gastos de las salidas. De buena o mala gana, esto es así.

A mi como mujer, independiente, mayor de 30 años, me hace sentir bien cuando un hombre interesado en mi me invita a salir y es él quien sin dudarlo saca la billetera y afronta el gasto. ¿Por qué? Por que me da a entender que tiene un interés en mi más allá de esa primera cita, por que ante todo quiere demostrar su “caballerosidad” y así como yo “invierto” y hago el esfuerzo en ponerme linda para esa salida (depilación, maquillaje, peinado, ropa) me gusta que me retribuyan, por así decirlo.

Es sabido que el mendocino es “rata”, no le gusta gastar de más pero si recibir un trato VIP. Pero hay casos que sobrepasan la ridiculez y aquí les voy a contar una anécdota…

Hace un tiempo conocí a un hombre, llamémosle Splinter, de unos 35 años, profesional, que venía recientemente de unas vacaciones en Punta del Este. Lo conocí en una reunión de amigos, una previa para el boliche. Después de tomar unos tragos en su casa, nos dirigimos a la disco de moda de ese momento. Casualmente yo era amiga de los dueños del boliche, eramos como 13 personas, entre hombre y mujeres y cuando llegamos a la puerta Splinter me desafió a que demostrara de qué era capaz. Tras lograr que pasaran todos (todos y todas) gratis, ingresamos. Ya en el club, ésta persona no fue capaz de invitarme un solo trago en agradecimiento. Por el contrario bebía de lo que yo bebía. Yo no le di mucha importancia a esto, pensando que era mi imaginación.

Tras este episodio, Splinter me llamó a los días para invitarme a tomar un trago. Pasó a buscarme por mi casa y fuimos a la Arístides. Pedimos un mojito cada uno mientras charlábamos, él me contaba de su trabajo y de sus recientes vacaciones en Punta del Este y Mar del Plata con un mes de diferencia. Después de más de una hora de charla se habían terminado los mojitos y me preguntó si quería otro, yo dije que si. Pasaron 10 minutos que llamó al mozo y pidió la cuenta. Pensé no me había entendido o simplemente no había onda.

Para mi sorpresa llamó a los pocos días para invitarme a ver una película al cine.

Me pasó a buscar por casa, llegamos al cine y cuando estábamos en la boletería había una cola medianamente larga y me pidió que yo hiciera la cola en el candy bar mientras el compraba los boletos. Así lo hice. La fila de los tickets avanzó bastante rápido y cuando los tuvo en mano se dirigió hacia mi, que seguía haciendo la cola para los dulces. Estuvo conmigo unos pocos minutos diciéndome que comprara lo más chico por que él no comía.

Me dijo que iba al baño, cuando salió yo seguía esperando que me atiendan y veía como él evitaba venir cerca de mí. Era evidente que no quería pagar y se hacia el que veía los posters de los próximos estrenos. Cuando me atendieron pedi el combo más grande, sólo para llevarle la contra,  ya que no me agradan ni las gaseosas ni el pororó.

Una vez que tuve el balde de pororó en mano con las dos gaseosas Splinter se acercó. Entramos a la sala y ni bien empezaron las colillas se tiró prácticamente arriba del balde y no paró hasta que se terminó. Yo pensaba “menos mal que él no comía”. Por suerte la película era excelente y no teníamos que hablar.

Cuando termino la película me dijo que tenía que cargar nafta. Nos dirigimos a la YPF que se encuentra en el mismo complejo del centro comercial, pero como no tenían nafta súper me dijo que íbamos a otra estación, y así empezamos a recorrer 5 estaciones más de Costanera y el centro. Ninguna tenía nafta súper. Me explicó que era todo un complot para vender la nafta más cara.

A medida que el recorrido de búsqueda avanzaba mis ganas de tener algo con esta persona disminuían. Veía como unos grandes bigotes negros asomaban de su rostro y su boca en hocico se convirtió. Demás está decir que el auto en cuestión era un alta gama.

Finalmente nunca pudo cargar y me dijo que lo haría al día siguiente en una estación que él sabía que si tenían súper.

Cuando llegamos a casa me besó. Yo sentí repulsión, veía esos ojitos  rasgados con brillo de ratatouille muy cerca mío, y entendí que cuando fuimos a tomar mojitos no era que no me había entendido, era que no había querido gastar un peso de más, que cuando yo hacía la cola en el candy bar no era que quería ir al baño o ver los posters de las películas, era que se estaba escondiendo par que yo pague. Me bajé del auto lo más rápido que pude.

Splinter me llamó para que volvamos a salir. Yo le huí como uno le huye a las ratas de alcantarilla. Él nunca entendió que pasó y yo nunca se lo dije por vergüenza ajena.

Escrito por Valentina De la Cruz para la sección: