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Infidelidad (primera parte)

Hay cosas que uno en la vida no planea que pasan solas y cambian todo lo que tenías planeado hacer, o sentir. Eso me pasó a mí, y ya no he vuelto a ser la misma.

Me enamoré de sus ojos grises cuando lo vi por primera vez al entrar a comprar en aquella papelería en la que yo trabajaba. Me pidió un papel muy particular que solo traíamos por encargo, me pasó su celular y, después de dejarlo pagado me dijo que le avisara cuando llegase. No tomé el asunto en mucha consideración, y al otro día él volvió a buscar el pedido. Así hizo durante varios meses, cada 15 días puntual hacia su pedido, ya no viniendo antes, sino por teléfono.

Y un día empezamos a charlar de cosas triviales. Y ya no solo me enamoré de sus ojos, sino de todo su ser entero. Me invitó a salir, fuimos al cine, nada fuera de lo normal. Así empezó una de las épocas más felices de mi vida. Un mes después ya nos besábamos sin vergüenza en todos lados y andábamos de las manos. Francis fue el primer hombre que toqué y que me tocó. Yo tenía 22 años.

Uno nunca olvida esas cosas. Hablábamos todo el tiempo, y a los meses ya me llamaba «su novia» cosa que para mí, me resultaba extraña, pero agradable. Alguien se preocupaba por mí, a alguien le importaba si me cuidaba, si me enfermaba. Algo que mi familia nunca me dio. Amor de verdad. No dudé cuando me ofreció irme a vivir con él. Lo amaba, cuánto lo amaba. Lo amo.

Dejé de trabajar en la papelería y cuando cumplimos un año de estar juntos, conseguí un trabajo como recepcionista en un estudio contable. Pasó el tiempo, y finalmente sentía que pertenecía a alguien. Francis me amaba, no importaba más nada.

Normalmente entraba y salía mucha gente del estudio, cosa habitual y yo ya me había acostumbrado. Ese día me acuerdo que ya faltaban diez minutos para terminar mi horario, y entró de pronto un hombre rubio de barba y anteojos, de unos treinta años, muy apurado, pidiendo hablar con el contador Gauna, mi jefe. Llamándolo al celular me dice que estaba ocupado y que llegaba en una hora. «Entretenelo nena, en una hora seguro estoy ahí» y no me quedó otra. Había que acceder.

Para mi sorpresa, esa hora no fue tan terrible, y de leer una vieja revista de chismes, pasamos a charlar de cosas triviales. Cuando Gauna llegó y me dijo que ya podía irme, el hombre me pasó su tarjeta personal y me dijo «no quiero que esto termine acá, llamame». Su nombre era Ernesto Guevara. No le di importancia en el momento.

Unas semanas después tuvimos una pelea fuerte y Francis se fue a pasar la noche a la casa de un amigo. Ahora que lo pienso no me acuerdo bien porqué fue, creo que algo referido a su trabajo o al mío, la cosa es que fue fuerte y me quedé sola en el departamento. Era verano y hacía muchísimo calor. Estaba tan enojada, y buscando en un cajón unos papeles encontré la tarjeta de Ernesto Guevara. Algo me hizo ruido y lo llamé.

Una hora más tarde estaba en un bar cercano sin saber exactamente que pretender, cuando lo vi. A mis ojos estaba irresistible, y hacía mucho tiempo que no veía a alguien de esa forma. Tenía puesto un pantalón de jean oscuro y una remera manga corta ajustada que marcaba su evidente desarrollo en el gimnasio. Mi amor por Francis estaba intacto, el deseo no tanto.

Empezamos a charlar.

– Hace bastante que estaba esperando que me llamaras, me dijo al verme. Estás hermosa.

Sonreí y lo seguí a una mesa un poco alejada del resto. El pidió un whisky on the rocks, yo probé el primer martini de mi vida. Le conté un poco de mi vida, de que estaba en pareja con Francis, pero que las cosas esa noche se habían complicado, que necesitaba despejarme. Él me contó que no le importaba mi pareja, él estaba soltero y según el «nunca es tarde».

Me contó mucho de su vida, que extrañamente tenía muchos puntos de coincidencia con la mía. Pasadas las horas y las inhibiciones y empezamos a hablar de temas más íntimos y me dijo: «Tengo demasiadas ganas de comerte la boca en estos momentos » yo reí. La verdad es que yo también quería agarrarlo a besos. No se cómo fue que me controlé lo suficiente y le dije que ya era tarde y que me tenía que ir. No me dejó pagar la cuenta y se ofreció a llevarme a mi casa, que quedaba a unas 10 cuadras del bar.

Estando en la puerta de mi casa, sin bajarme del auto no sé qué se me cruzó por la mente y me le tiré a la boca, y nos besamos de una manera en que hacía mucho que no me besaban. Los besos fueron en aumento y me metió la mano por abajo de la camisa y empezó a tocar mis pechos de una manera casi hipnótica, y yo le metí la mano por abajo del pantalón. Toqué su bóxer que no tardó demasiado en agrandarse. Se me cruzó la cara de Francis por la mente. No podía estar haciéndole esto. Dejé en ese momento de tocarlo y paré en seco lo que estábamos haciendo.

– Esto no está bien, me tengo que ir, le dije.

– Está bien, ya va a llegar el momento, me dijo. Escuchame, tengo whatsapp, hablame. Vos sabes que esto no puede terminar acá.

– Sí, lo sé. Y a eso es lo que le tengo miedo.

– No tengas miedo. Ya no. Mandame mensajes por favor. Me dijo.

– Ya te agrego. Veremos qué pasa, le dije. Me acomodé la camisa y abrí la puerta de auto. Cuando entré al departamento, estaba sola y con una excitación que hacía mucho que no tenía. No dudé, me fui a la ducha y me masturbé como nunca.

Me acosté a dormir y cuando me desperté al otro día a eso de las 10 de la mañana sentí un olor a café que invadía todo y a Francis acomodando la bandeja de desayuno. Agarré el celular y había un mensaje de Ernesto que decía «No puedo ni quiero dejar de pensar en vos. Sé que a vos te pasa lo mismo, tengo que besar el resto de tu cuerpo».

Continuará…

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