Si tiene insomnio, créame que nadie lo entenderá mejor que yo.
Stephen King
La habitación zumba junto con el pedazo de luna que se ve por la ventana.
Mis huellas digitales están por toda la noche, soy un sospechoso.
Como siempre uso dos almohadas. Con una me tapo la nuca y con la otra silencio mis ojos.
Las capas de sonidos se arrastran entre las estrellas.
Mi respiración a compás con el Todo y la oscuridad.
En mis recuerdos, toda la música que escuché en mi vida se funde para hacer una única canción bella e indescifrable.
Un poco más lejos, en el jardín del patio, se escucha cómo crecen las flores.
Más allá, en la medianera, las pisadas de un gato desconocido retumban en el mundo.
En la cocina, el motor de la heladera agoniza entre estertores de cubos de hielo y medios limones.
Los pasos inciertos de alguien que no existe se alejan por la vereda.
Un perro, tal vez con mal de amores, comienza a aullar; entonces, todos los perros del planeta se le unen en una sinfonía desesperada.
Una estrella fugaz, floja de papeles, da un grito al pasar sobre el techo de mi casa. No me asusta, ya estoy acostumbrado.
El roce de su piel con el aire, a millones de kilómetros de distancia, hace hervir aún más al sol en el otro lado del horizonte. Por ende, una tormenta electromagnética hace estallar los cielos.
Cada tanto una nube cae al piso y explota sordamente contra el suelo.
Un fantasma soñoliento se suena la nariz -tiene alergia.
La Tierra, al girar, produce una suave y agradable fricción entre diamantes y alambres oxidados, que me ayuda a mantenerme más despierto todavía.
El fragor del derrumbe de un templo budista en Sri Lanka, de más de 1000 años de antigüedad, nos sobresalta, a mi y al mosquito que me hace compañía.
El magma que se mece bajo mi cama quiere charlar conmigo, pero tengo ganas de silencio y mudez.
Los cuerpos celestes se alinean, subrepticios. Al hacerlo no pueden evitar chocar entre ellos, como bolas desquiciadas de un billar galáctico.
Mi mente es la torre de control de todas las Cosas, eso explica el caos y el desorden.
Luego…
El sol va manchando la oscuridad; viene de rodillas cómo en una promesa y se come a cada poquito de sombra que encuentra en su camino.
Sin permiso entra a mi habitación.
Entonces el sueño me hunde y me despierto unas pocas horas después dispuesto a vivir un nuevo sueño en la realidad irreal, con personas de fantasía y otras de pesadilla.
Mientras tanto el insomniolento -un insomnio violento- me espera, belicoso y ansioso, sentado en mi cama.
Capoo
Está repleto de imágenes perfectas. Muy bello, Sr. Monetti! Gracias.