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La despedida

Capítulo anterior: Amores que te estallan la vida

La despedida

Algo se detuvo en punto muerto

y fue tan grande ese silencio, fue tan grande el desamor.

Restos de un navío que encallaba,

yo te quise, yo te amaba,

no sé bien lo que pasó.

Veníamos hace un tiempo gastados los dos… o mi desgaste lo desgastó a él. Nos pasó la vida por encima… dejé de sentir esa conexión por Horacio. Ese algo mágico que nos unía, ese lazo invisible que me tenía atada a sus palabras, envuelta en sus manos, perdida en sus ojos. Cuando quise abrir las velas del barco, ya eran los despojos los que pateaba entre la bruma de olas desérticas. De a poco se fue apagando… creo que sus miedos me espantaron, tal vez sus dudas me cansaron. Me había hecho sentir amor nuevamente en mucho tiempo… ese amor que creía olvidado, que hubiese asegurado que no aparecería jamás… pero apareció. Con Horacio lo volví a sentir, me di cuenta que podía amar, tan intensamente como aquella vez… como con Manuel. Él se convirtió en mi vida… y eso me comenzó a asfixiar.

Cuando los jazmines no perfuman,

cuando solo vemos bruma,

cuando el cuento terminó.

Todo nos parece intrascendente,

no es cuestión de edad o de suerte,

de eso se trata el amor.

Se cerró un libro… y no quise volver a releerlo. Entonces me di cuenta de que quizás no era Horacio, quizás no era él, su desquicio, sus palabras, el mar de locura en el que nos vimos inmersos… quizás fui yo que me volví a encontrar, que volví a descubrirme enamorada, que descubrí algo en mí que creía olvidado. Me enamoré de mí… ¿y si esto se acababa o quedaba ligado a él? Volvieron los temores, volvió la ansiedad y el pánico… volvieron los ataques. Aquel mar de energía y vida se volvió un enemigo que buscaba ahogarme en sus negras aguas.

Tengo que correr,

tienes que correr,

a toda velocidad.

A toda velocidad…

Ese miedo a perderlo todo nuevamente, a dejarme llevar por el viento del amor, que termina causando tempestades y que tantos tormentos me ocasionó. La angustia, la presión en el pecho, la sensación de soledad futura. Las ganas de gritar hasta que me explote la garganta, de llorar hasta quedar dormida de la furia. Horacio no era mío… no podía ser mío, no era de mi propiedad. Decidí correr, que corra él, que corramos ambos, de nosotros, que nos escapemos a toda velocidad de este sentimiento… que tarde o temprano nos iba a hacer mal. Íbamos a salir lastimados. Sabíamos que nos iba a hacer mal. Hubiese querido que el tiempo se detenga en ese instante, en verlo ahí… escribiendo para mí, leyendo a Cortázar o a Vargas Llosa, enredado en un cuadro de Klimt, de Chagall o de Klee, cantando Floyd con los ojos cerrados, con esa espantosa hermosa voz, tan desafinada y perfecta… perfecta porque era de él… de él cantándome a mí.

Veo tus pupilas descubriendo algún Chagall

en el invierno, creo del ’83.

Yo estoy a tu lado revolviendo, ordenando libros viejos,

que leí pero olvidé.

Era momento de anticiparme, de prevenir el dolor, de no seguir cayendo en las telarañas del amor, de un amor que tarde o temprano se acabaría. No quería volver a leer aquel libro que sepulté en mi pasado. Comencé apagando luces, luego cerrando puertas y ventanas y finalmente… traté de arrojarlo al olvido, de desprenderlo de mi alma. Creo que logré confundirlo, y sumido en este estadío él se perdió… se desconcertó y llegó el desgaste. Con toda la tristeza que ello implica… toda. Junta. Atroz. De golpe.

Besos de tu madre en el teléfono.

Y la lluvia en un espejo

que me ayuda a verte bien.

Oigo tu sonrisa que ilumina el estudio y la cocina,

entre las copas y el café.

Tan borroso y confuso se volvió Horacio en mi vida que no lograba ubicarlo a mi lado. Pero al mismo tiempo es inevitable… me es inevitable no encontrarlo en cada palabra que leo, cada libro que toco tiene la textura de Horacio, cada café que tomo tiene su mirada inquieta recorriéndome la boca, el sabor amargo y crudo de sus besos, en cada terraza de rascacielos que me despeina el viento me trae su perfume, cada abrazo partido son sus brazos nerviosos que me envuelven, cada historia de migrantes me recuerda a la tristeza de sus ojos, tantas escenas de películas donde me descubrí como una nueva Eva para ese Horacio, cada una de las cientos de canciones que compartimos tienen el sonido de su voz, cada cerveza al viento en brindis en un recuerdo de esos años… los años que Horacio fue mío, los años de idas y vueltas, de España y Argentina, de locura y pasión. Entonces siento la necesidad irrefrenable de soldarlo a mi con violencia… pero no. No puede ser.

Tengo que correr,

tienes que correr,

a toda velocidad.

A toda velocidad…

Creo que tomé la mejor decisión, elegí dejar que me deje, para prevenir sufrimientos futuros, para no volver a construir una vida atada a otra, para que pueda ser libre sin estar amarrado a mis angustias, para que no llegue al punto de asustarse con mi lado siniestro… para que ese maldito lado oscuro no logre cubrir con su velo lo hermoso que creamos juntos, quise dejar todo en un bola de cristal… en la memoria de mis días felices… y ahora es tiempo de sufrir una parte de lo que no quiero sufrir mañana. Decidí que Horacio sea una tregua en mi vida, un momento feliz y que nada opaque ese recuerdo. Nada.

Sabe amargo el licor, de las cosas queridas.

Se acabó lo mejor ¿quien nos quita esta herida?

Tu me pierdes a mí, yo te doy por perdida.

Es la hora de huir, la despedida,

la despedida…

Es por ello que me tuve que despedir de Horacio… mi Horacio, el vendedor de sellos de la galería Rufo, el loco de las letras, el hombre que me devolvió el amor, el amor por mí, el amor por la vida… el amor por el amor. Fue el amor después del amor… que me hizo dar cuenta de que existe el amor después del amor, después del amor, después del amor. Pero ahora no es momento de detenerme en sus ausencias, es momento de correr de su presencia que me sigue como un fantasma… vaya donde vaya. Porque mis ojos están anclados a su espalda, como sus manos me llevan entre las sombras. Y eso no va a cambiar jamás, porque él es parte de mí y yo soy parte de él…

Tengo que correr,

tienes que correr,

a toda velocidad.

A toda velocidad…