La tumba de los gatos
Los pueblos como Barrancas suelen estar llenos de recovecos donde los niños del lugar dejan volar su imaginación. Desde la antigua capilla, hasta las ruinas de los caserones centenarios que nadie se molestaba en derrumbar. Pero había un lugar muy especial, la bodega Pereyra, cuando yo era un pibe hacia recién 5 años abandonada, y si hurgabas bien podías encontrar herramientas y utensilios, era un lugar mágico al que por alguna extraña razón teníamos prohibido su ingreso.
Mi tío fue el primero en contarme algo sobre la bodega, me refiero a algo real, no leyendas ni cuentos de terror, sino una historia con la que podía establecer un paralelismo con la serie de trágicos sucesos que enlutaron mi familia y al pueblo entero durante los primeros meses de 1990.
Resulta que allá por el año 1975 llegó una familia boliviana al lugar, los Pereyra llevaban buscando desde hacía meses alguien que cuidara de la bodega y a los Quispe les vino como anillo al dedo la propuesta. Tenían dos niños, de 10 y 7 años, muy educados y serviciales, que debieron empezar de cero en el colegio, puesto que nunca habían asistido antes. Ambos se adaptaron rápidamente, e hicieron amigos de inmediato.
Pasó un año desde la llegada de la familia Quispe al lugar y algo extraño empezó a suceder, de repente las mascotas del pueblo comenzaron a desaparecer, no una ni dos, sino decenas de gatos y perros pequeños que antes poblaban las calles, fueron desapareciendo sin dejar rastros. Nadie entendía lo que sucedía, hasta que en la escuela una de las maestras escuchó un maullido proveniente de la mochila de uno de sus alumnos, la abrió y horrorizada encontró a un cachorro al que le habían enlazado un cordón en su cuello. Milagrosamente el niño no ató la cuerda con la suficiente fuerza, por lo que el animal se salvó.
La maestra mandó a llamar a los padres del pequeño y tras su insistencia, el pequeño contó el porqué de su maldad:
Su hermano mayor era compañero de Washington Quispe, quien una tarde después del colegio los invitó a jugar en su casa donde les contó un secreto, él tenía un amigo de nombre “Pepe”. Este amigo le había contado que en ese lugar donde sus padres le habían prohibido jugar desde chicos, podían pedir cualquier deseo, a cambio de un animal cualquiera. Los niños empezaron con canarios, siguieron con sapos, ratones; a cambio de esto su “amiga” les daba bolitas, figuritas, colores, lo que pidieran, pero a medida que sus deseos iban creciendo en importancia, ella les pedía que llevarán animales más y más grandes.
– ¿Qué pediste vos?
– Un triciclo
Sí, un niño de 6 años mató a su perro a cambio de un triciclo. Por loco que sonase, los 4 niños repitieron la misma historia, por lo que los padres preocupados optaron por clausurar la entrada del lugar y castigar a los pequeños desalmados, con la esperanza de que sólo se tratase de un juego macabro.
No se sabe con exactitud quien lo difundió, pero pronto trascendió el nombre de los Quispe como los responsables de la desaparición de todas las mascotas del pueblo, por lo que la humilde familia fue víctima del acoso de la población entera. Al cabo de algunos meses debieron irse del pueblo llevándose solamente sus pertenencias.
La bodega Pereyra que en su momento había sido el mayor empleador de la zona, fue abandonada por sus dueños, una combinación de malas cosechas, pésimas decisiones económicas y un interminable ir y venir de curiosos que se metían a revolver entre las ruinas de la sala de maquinas, termino por hartarlos.