«…Y el hombre se sentó en la roca, apoyó la cabeza en la mano y contempló la desolación. Miró los inquietos matorrales, y los altos árboles primitivos, y más arriba el susurrante cielo, y la luna carmesí (…) Y el hombre tembló en la soledad, pero la noche transcurría, y él continuaba sentado en la roca…»
Edgar Allan Poe – Silencio.
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La charla en la mesa de café continuaba. Eran cuatro los invitados, mas una silla vacía. Se decían amigos o compañeros, cuando se referían a uno o a otro. Si, eran cuatro personas y una charla en el medio, como cualquier situación de la vida cotidiana.
Hablaban a diestra y siniestra, se palmeaban la espalda en símbolo de camaradería, se miraban a los ojos e intentaban entenderse. Como si se conocieran desde siempre. Como si esta charla en el café, fuese lo habitual entre ellos.
Y la silla vacía los miraba. Aquella silla, era testigo muda de la escena. Nadie se fijaba en ella, pues ¿Quién le daría importancia a una silla vacía? Al menos esos cuatro amigos no.
Entonces fue cuando el colorido escenario se torno grisáceo. El primero de los cuatro, dejo de mirar con entendimiento, y empezó a mirar con desprecio. El segundo y el tercero, dejaron de palmearse la espalda, y ahora el gesto amistoso, se convertía en un dedo acusante. El cuarto, ni lerdo ni perezoso, dejo de llamarlos amigos o compañeros, y empezó a llamarlos de mil maneras despectivas. Todo había cambiado. Todo, menos la silla vacía.
Se pararon dos de ellos, y comenzaron a forcejear. El tercero empujo su asiento y se marchó del lugar con prisa y bronca. El cuarto, con desenfreno, insulto a los dos que se peleaban, y también siguió la suerte del tercero. Y la silla vacía, continuaba estática.
El forcejeó terminó, y los dos involucrados -totalmente enojados- tomaron rumbos diferentes al salir del local.
Y ahí quedaban las cuatro sillas recién desocupadas, y la silla vacía.
Cuando pasaron unos minutos después del incidente, la silla vacía cobró vida. Se transfiguró en un hombre. Se trataba de un quintó integrante de aquella charla, quien permaneció inerte y desinteresado durante toda la escena.
El quinto, tiró unos pesos sobre la mesa para costear los daños ocasionados y se largó del lugar. Pero estaba sonriendo. Su mirada se perdió entre los inquietos matorrales y los altos árboles primitivos. Tal vez estaba solo. Si. Pero estaba claro que este quinto, no pretendía integrarse en un lugar donde la camaradería se paga con hipocresía y la mirada de entendimiento, esconde un puñal acechante. Prefirió guardar silencio, y transformarse en una silla vacía.
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