/La Tormenta | Parte 6

La Tormenta | Parte 6

Después de muchos años Javier volvió a sentir algo que creyó olvidado en su corazón, sintió amor puro y real. Caminaba pesadamente al lado de su papa a través de la inmensa capa de nieve que caía y caía sin cesar, como si el infierno tuviese conciencia y supiera que un vivo camina por sus tierras.

Era tanto el amor y la admiración que sentía por su padre, que el solo pensar que él estaría condenado a una eternidad en el infierno, lo hacia sentir enfermo, casi al borde del llanto.

– ¿Qué te pasa?- le preguntó su papa-. ¿Estas llorando?

– No – disimuladamente limpio las lágrimas en sus ojos vidriosos-, no papa. Me cuesta moverme y hago mucho esfuerzo para seguirte el paso.

– Después de un tiempo te acostumbras y si sabes esconderte el infierno – levantó sus hombros, como quitándole importancia -, no es tan malo.

– Nunca pensé que existiera un lugar así.

El padre de Javier sonrió de costado, como si el fuese el único conocedor de un secreto en todo el mundo. – Esto no es nada, los círculos van empeorando a medida que desciendes.

Javier miraba el abdomen de su papa sin prestarle atención a lo que le decía. – ¿Eso te dolió mucho?

– No te imaginas, me arrancó todos los órganos de un mordisco, su mordida era caliente como la lava de un volcán y su saliva es ácida, te come la piel con solo tocarte unos segundos. Ojala que no lo veamos en todo el camino. Si sabe que un vivo esta en circulo, no te dejará ir – el rostro de preocupación del padre de Javier era alarmante -, probablemente te coma entero.

Javier suspiro y trago saliva – ¿Falta mucho?

– Solo media montaña mas.

Caminaron en silencio el ultimo tramo, por momento el lugar se volvía una tundra, Javier caminaba con mas dificultad a cada paso, en ese sector del circulo la ventisca era implacable, la nieve blanca cubría cada centímetro cuadro. Con cada paso se hundía al menos veinte centímetros en la nieve, era como caminar en la punta del Aconcagua con una tormenta invernal. Pensaba que en cualquier momento moriría, pero si eso pasaba, nos sería tan malo. Después de todo estaba con su papa y lo amaba. Solo tendría que soportar la mordida del perro del inframundo, temblaba al pensar en tanto dolor. Pero valía la pena con tal de estar con padre.

Las cuevas alrededor eran enormes, en todas por las que pasaban se escondían condenados desmembrados, a los cuales les faltaban extremidades parciales o completas. Al ver que Javier y su padre pasaban por el sendero que los llevaba a la caverna del español, los condenados salían y por un motivo que ninguno entendía con total claridad, caminaban detrás de ellos. Como si la misión del padre de Javier también fuera e ellos.

La nieve alcanzaba el metro de altura en algunos puntos y el frío ya era insoportable, cuando por fin llegaron a la caverna del español.

El padre de Javier entró primero, le hizo señas a su hijo y este de mala gana lo siguió. Al entrar la despavorida imagen lo dejó sin aliento, vio al español, o lo que quedaba de él. El hombre fue desmembrado del ombligo para abajo y solo quedaba un pedazo de torso con brazos que se arrastraba por el interior de la caverna dejando tras de si un rastro de sangre y pequeños pedazos de tripas. Al recibir nuevas visitas y al darse cuenta que a una de ellas todavía le latía el corazón, salió a su encuentro lo mas rápido que pudo.

– ¿Qué estáis haciendo aquí?

– Hola Lorenzo – saludó el padre de Javier – él es mi hijo.

– Lo siento mucho tío, es una verdadera mierda que vuestra familia se reúna aquí.

El padre de Javier sonrió, se notaba una cierta camaradería entre ambos – ¿Lo has notado?

– Si tío, como no iba a notarlo – dijo Lorenzo un poco enojado por la pregunta -. ¿Cómo te llamas hijo?

– Me llamo Javier.

– ¿Cómo tu padre?, pero que tierno chaval. Ahora contadme, ¿Cómo mierda habéis llegado aquí?

– Una tormenta fuerte me agarró en una ruta, me escondí en una casa y no se como resbale y caí a un pozo. Después me desperté acá y tuve la suerte de encontrar a mi papa.

– ¿Estáis seguro que no habéis muerto?

– Si, muy seguro.

– Creo que puedo ayudarlo, Javier padre – miró a su amigo con muchísima pena, como si supiera el triste desenlace que tendría esta historia – Mira hijo – dijo observando a Javier – Yo cuando vivía, era un marinero, un buen día, viajando por la línea del Ecuador en una tormenta, como nunca antes habéis visto, hundió el navío por el que venia y todo se fue a la mierda. Un remolino enorme apareció ante mis ojos – la mirada de Lorenzo se perdía en la caverna, el recuerdo lo destrozaba, pero no podía detenerse – Era como un embudo gigante que arrastraba a su interior. En ese momento pensé que era un kraken tío – sonrió como explicando un mal chiste – En esa época estaba muy moda.

Era imposible escapar o abandonar el navío, todos nos atamos a las velas. La madera flota, tarde o temprano saldríamos a flote. El barco se acercaba cada vez mas al centro del embudo y se movía mas rápido. El agua salada por momentos me golpeaba en la cara y no me dejaba respirar. Abrí un poco mis ojos y vi que el barco ya estaba hundiéndose en ese maldito torbellino. Tocamos algo en el fondo, muy grande y duro que despedazó la nave, vi como mis colegas marineros salieron volando en todas direcciones. Yo fui el único que tuvo la suerte de seguir atado después de eso y me hundí en ese oscuro abismo.

Al despertar me encontraba aquí, todo mojado y lleno de nieve. Un anciano me cobijó, se dio cuenta que yo todavía vivía. Intentó protegerme, pero se le hizo imposible. El guardián de este circulo sabe que un vivo puede escapar, él me olfateo, me encontró y de una sola mordida arrancó la mitad de mi cuerpo. El anciano quiso ayudarme y fue castigado por los guardias de Cerbero – Lorenzo sollozó al recordar esta parte del relato.

Ambos lo miraron impresionados – ¿Cómo puede escapar de aquí?

– Es sencillo tío, el anciano me lo dijo antes de que Cerbero llegara. Esto es un circulo, representa el infinito, no tiene un principio y no tiene un final. Solo debes llegar al borde y de ahí tu podréis encontrad por donde entraste, no importa la dirección que toméis, la entrada es infinita, al igual que el circulo.

– Ya lo escuchaste Javier, vamos.

– No quiero papa, me voy a quedar acá.

Lorenzo lo miró enojado – ¡¿Eres un giripollas o que mierda chaval?!, no te das cuenta que todos detectamos que estas vivo siendo unos simples humanos. Nada escapa a la nariz de Cerbero, si no huyes ahora, nunca lo harás. Quizás ya viene en camino.

Apenas Lorenzo terminó la frase, un aullido como el de un coyote retumbó en el interior de la caverna… era Cerbero, que sabia que un vivo rondaba sus tierras y no lo dejaría escapar.